BILBAO. Stéphane Rossetto (Cofidis) y Yoann Offredo (Wanty) salieron de casa y decidieron largarse a por tabaco para nunca volver. La nostalgia de las fugas es un imán para ellos. A Rossetto y Offredo, que se pasan el Tour huyendo, les tiene agarrada la morriña y cuando no se escapan se sienten enjaulados. Incluso en días tan largos que ni apetece mirarlos. El maratón de 230 kilómetros que planteó la Grande Boucle requería de locos aventureros. Al centro de reclutamiento se presentaron de buena gana Offredo y Rossetto. Los franceses supieron que era su momento, porque en realidad, todos los son para los ciclistas que piensan en quimeras y en mostrarse en cámara como vallas publicitarias rodantes. Y aunque se asustaron con su propia ocurrencia, cuando atacaron de salida y nadie les siguió, ni siquiera otros exploradores, decidieron continuar para adelante. El sentido común les rogaba que frenaran, que se dieran la vuelta para tener alguna voz más en una interminable cháchara, pero el resto miró para otro lado.

Menos Dylan Groenewegen, que miró al objetivo en el momento exacto. Fue la suya una pose veloz, rauda y exitosa. Groenewegen, que se fue al suelo en el esprint de apertura del Tour, fulminó a Caleb Ewan por centímetros. El neerlandés es bastante más alto que el australiano, al que le faltó un palmo ante el trueno de Groenewegen. El velocista del Jumbo también derrotó a Peter Sagan. A Hulk no le alcanzó con su pose de forzudo. La sonrisa la puso en Châlon-sur-Saône, donde nació Joseph Nicéphore Niépce, que junto a Daguerre, ideó la fotografía. Aquella cámara primigenia no sería capaz de fotografiar a los velocistas. Ellos son demasiado rápidos y la primitiva cámara demasiado lenta. Los esprints se resuelven en la foto-finish, una cámara ultrarrápida. Así cristalizó el maratón, el día de descanso, que arrastró las zapatillas de casa. Se resolvió a toda prisa. Sin tiempo para respirar en el disparadero del esprint.

El día arrancó silbando. Disimulando. Frente a una travesía eterna, mejor abanicarse en el pelotón, que decidió respirar, oxigenar las piernas y calmar el ánimo después de la tunda de La Planche des Belles Filles. Tiempo para el solaz. Del contacto con la montaña, donde se destacó Geraint Thomas, se refirió Nicolas Portal, el director del Ineos. “Nos quedamos más tranquilos. En el equipo hay muy buen ambiente. Ver a Geraint Thomas a ese nivel nos serenó a todos. Sobre todo a Egan Bernal, que se quitó un poco de presión. Hay mucha expectación a su alrededor y su público espera mucho de él, sobre todo en Colombia. Entre los dos no hay estrategias”, apuntó el técnico. Feliz el Ineos, la desdicha esperó a Tejay Van Garderen (Education First), la víctima principal de una caída masiva. Al norteamericano le abrasó el asfalto, que le dejó el cuerpo magullado y el rostro decorado por la sangre. A lomos de sus compañeros, Van Garderen regresó al trote ramplón de la etapa, que consumía kilómetros por inercia, evitando malgastar energía.

La convicción pertenecía a Rossetto y Offredo, encomiable y conmovedor su esfuerzo en busca de un imposible. Hermanados, les dio tiempo a madurar pensamientos íntimos. Antes de la Grande Boucle ambos padecieron el calvario de las lesiones. El dolor une. Los dos son buenos amigos. Offredo estuvo parado más de un mes en primavera a raíz de una caída en el Grand Prix de Denain. Se reincorporó a la competición en mayo. Por otro lado, Rossetto se fracturó la pelvis en marzo durante un entrenamiento cuando trataba de esquivar un gato que se le había cruzado por el camino. Se desconoce si el gato era negro y le trajo mala suerte. De todos modos, camino de Châlon-sur-Saône, su suerte estaba echada. No cruzarían el Rubicón tras 218 kilómetros en compañía. Alea jacta est.

Susto de Quintana

Eso le sucedió a Jean Robin el 16 de julio de 1959. El ganador del Tour de 1947, deshabitado, su cuerpo vacío, llegó fuera de control a la ciudad que embocó ayer el Tour. Robin culpó de su desgracia al británico Brian Robinson, que marcó un ritmo endiablado para vencer. El jurado se mostró inflexible y fue la última vez que se vio al corredor bretón. Se despidió del Tour con 38 años. Nairo Quintana no quiere hacerlo. Es joven. Aunque el colombiano no hubiera podido maldecir a la velocidad, más bien a sus ganas de orinar. Se llevó un sofocón cuando después del último esprint especial se aceleró el ritmo y Quintana se quedó cortado con Dan Martin, Van Aert y otros ciclistas. Antes de que la grieta se hiciera falla, lograron vincularse.

Amortizados Offredo y Rossetto, el esprint invocó a los más veloces y a Geraint Thomas, que no perdió detalle en un final con estrechamientos de calzada y rotondas. El galés que avisó en La Planche des Belles Filles, se fue a la cabeza para evitar problemas. Le protegieron Van Baarle y Rowe. Cuando se sintió a salvo, asomaron los rayos, tipos que se mueven con rabia en medio del caos. Radicales libres. Ingobernables, audaces, alocados. Una de las primeras fotografías de Niépce necesitó ocho horas de tiempo de exposición. Los esprinters son mucho más rápidos. Una exhalación. En Châlon-sur-Saône, Groenewegen marcó una punta de velocidad de 74 kms/hora por los 70 de Ewan y los 69 de Sagan. Ante esa lluvia de meteoritos, a Niépce no le hubiera dado tiempo.