bilbao - “El puto Yates, que es un retrasado y va como un loco. Me tiró en una rotonda”, bramó Mikel Landa al diario As en Frascati con el costado izquierdo tocado, abrasado tras ser derribado por el inglés. A Landa le tiraba la piel, caliente, pero el dolor, incandescente, le llegaba desde lo más profundo, desde el alma. Un volcán. El de Murgia perdió 43 segundos con Primoz Roglic, el líder que suma sonrisas y tomó más renta respecto al resto de favoritos. Otros 16 segundos para la saca. “El problema es el tiempo perdido otra vez. Ahora me encuentro a casi dos minutos de Roglic”, analizó Landa. El Giro se tambalea bajo sus pies. En frío, Landa se disculpó de Yates en Twitter. “Pedir disculpas a todos los aficionados y en especial a Simon Yates por unas palabras sacadas de contexto”. El inglés aceptó las disculpas de Landa porque “sé lo que es decir algo estando caliente. A mí me golpeó otro corredor”. Así se cerró su día, hechas las paces. A Tom Dumoulin, directamente, le engulló el suelo. Le quitaron la palabra del Giro. El holandés errante hincó la rodilla. Una caída le dejó herido y le tachó para la general. La sangre como tinta para su derrota. Perdió más de cuatro minutos. “No podía poner ningún ritmo, no podía apretar en los últimos kilómetros así que no sé cómo estaré mañana (por hoy). La clasificación general se ha ido, seguro”, expuso cabizbajo Dumoulin. Olía a final de Giro de Italia por puro accidente geográfico porque Frascati acoda su cabeza en el hombro de Roma. En el extrarradio de la ciudad eterna, se envalentonó el Giro que gobierna Primoz Roglic. No hubo paz entre las lujosas mansiones de la nobleza del Papado, que se construyeron a partir del siglo XVI por los Papas, cardenales y nobles de Roma como símbolo de su estatus. Las villas eran el centro de la vida social de los pudientes. En Frascati no hubo sitio para jornaleros como Cima, Frapporti y Maestri, los fugados que anunciaron la llegada de los generales para los que no hubo pétalos de rosa, más bien rosas con espinas.

En esa postal, que festejó Richard Carapaz, se vertebró un final accidentado que noqueó a Dumoulin, uno de los emperadores de la carrera. El holandés no podrá disfrutar de las suntuosas villas. A Dumoulin le engulló una caída que le mordió el costado izquierdo y le dejó en los huesos, arrastrado por los suelos. Mordido por una cadena en la caída. En su muslo izquierdo, un cilicio. La sangre le pintó el final a Dumoulin, abrazado por sus compañeros en medio de la rendición. Uno para todos y todos para uno. Honor para el caído.

Crucificado por el dolor y por el reloj, cuatro minutos de pérdida, no hay futuro para Dumoulin en la corsa rosa, teñida de luto. Réquiem. El Tour de Francia le da la bienvenida. El porvenir de Mikel Landa también parece oscuro en la carrera italiana, que se la tiene jurada. Al alavés, que trata de esquivar la alergia que le deshilachó en Bolonia, -“está mejorando” señalan desde su entorno-, acabó en el suelo como cuando en 2017 le tragó la tierra camino del Blockhaus. El de Murgia alcanzó la meta con abrasiones en el costado izquierdo. Chapa y pintura, pero furioso por el tiempo perdido y la maniobra suicida de Simon Yates. A Landa le faltaron eslabones para acceder a la cordada a la que se soldó Carapaz, su compañero, ganador explosivo en una cuesta picuda. Junto a la detonación del ecuatoriano -Carapaz, con pintura de guerra-, entró la vida color de rosa de Primoz Roglic, que no solo se burló de la caída que todo lo volteó, sino que encima rascó más tiempo sobre sus rivales. El líder amasó 16 segundos de renta respecto a Miguel Ángel López, Nibali y Simon Yates. A Landa le asestó 43 segundos. Demasiado. El de Murgia parpadea a 1:49 de Roglic. Un directo a la mandíbula. En ese golpe, certero, se descuadró el de Murgia, con el rostro sin marco, retorcido en un ejercicio agonístico en una rampa que no alcanzaba el 5% de desnivel. Escalador mayúsculo, los peores planos de Landa en el Giro se los ha ganado subiendo. Fotomatón.

Antes de que la caída ordenará el Giro a su manera y la embocadura se convirtiera en un lugar ideal para que enraizara el caos, Landa se planchó sobre Amador, el hombre que le abría paso entre los equipos que buscaban el mejor sofá para sus líderes. La tensión trazó líneas rectas y escalofríos. El destino, siempre caprichoso, anudó la cabeza de carrera. Se liaron los manillares y los últimos kilómetros se convirtieron en un amasijo de lamentos, frenazos, gritos y estampida. Había que buscarse la vida para no capitular. Roglic, Carapaz, Ulissi, Ewan, Ackermann? tomaron la salida de emergencia. El resto tardó en recomponerse. Nibali, Yates, Miguel Ángel López y Landa se quedaron a un palmo de enganchar. El final era un camión de nitroglicerina por una carretera desvencijada. A Landa, al que tiró Yates, se le tatuó la mueca del desencanto. Yates le derribó en una rotonda cuando trataba de cicatrizar el costurón provocado por Roglic.

En el retrovisor, el rostro de Dumoulin era el del suplicio. Se radiografió de inmediato. Se palpó la rodilla izquierda, lijada por el asfalto. No había huesos rotos, pero sí una profunda herida de guerra. Entendió de inmediato que el Giro se le había caído encima. Sus compañeros le rodearon para aliviarle. Pena compartida. Con la cercanía y el ánimo trataron de anestesiarle el dolor en su lento viaje, con la cabeza pinzada entre los hombros y la mirada posada en la nada. Mientras penaba el holandés, Carapaz lanzaba un fogonozo cargado de pólvora que le llevó a la gloria y deja el rastro de que puede ser el líder del Movistar en el Giro de Italia. Caído Dumoulin, Landa, derribado, se tambalea.