Enseguida podrá comprobarse qué efecto ha tenido en el equipo la victoria sobre el Qarabaj en San Mamés. Mañana, en el mismo escenario y en horario idéntico, el Getafe se encargará de examinar el estado real del Athletic: si está capacitado para dar continuidad a su reciente victoria o regresa a la senda dubitativa observada en un buen número de sus actuaciones. Es posible que el hecho de que se trate del tercer partido en el corto espacio de una semana condicione en exceso el análisis y pueda desvirtuar la valoración del comportamiento de los rojiblancos, pero si se quiere viajar por Europa este tipo de apreturas se han de asumir con naturalidad.
De momento, en lo que toca a la Champions, el 3-1 a costa de los azeríes ha tenido un reflejo llamativo. Con los tres primeros puntos el Athletic ha avanzado trece posiciones, pasando del puesto 34 al 21. Ahora, los de Valverde empatan con Marsella, Nápoles o Atlético de Madrid y aventajan a Juventus, Bayer Leverkusen o Villarreal, por mencionar algunos clubes ilustres o con altas aspiraciones en la competición. Apuntes que solo sirven para relativizar lo logrado, pues será en las dos o tres jornadas siguientes cuando se asista a fuertes cambios en la clasificación, alguno irreversible.
El objetivo de superar con éxito la fase de liga no deja de ser un reto muy complejo para el Athletic. Más vale centrarse en un plazo más corto de tiempo para comprobar si lo que se había convertido en una victoria inaplazable rendirá beneficios inmediatos. En ocasiones, por encima del juego o del acierto, un partido adquiere gran relevancia porque agita el interior del futbolista, también del aficionado, pero son los que están sobre la hierba quienes experimentan sensaciones liberadoras. Se quitan lastres y dudas, a pesar de que, como ocurrió, el camino hacia la victoria resultase de lo más intrincado. De ahí también que el espectador pudiese sentir a flor de piel emociones de muy diverso signo.
Al sugerirle que el estreno en la Champions pudiera ejercer de revulsivo, de punto de inflexión en la trayectoria descrita desde verano, Valverde prefirió mostrarse cauto. Lo más que dijo fue que ganar ayuda, al igual que la manera en que se gana. Celebraba que sus hombres remontasen gracias a su alarde de implicación. Alabó cómo se enchufaron y el tipo de batalla desarrollada por las altas revoluciones de su empuje durante el primer tiempo. Un período saldado con un empate ridículo si se contabiliza el balance en las dos áreas, pero el déficit de pegada o puntería venía siendo una constante que difícilmente va a transformarse en formidable efectividad de un día para otro.
Tres goles
Así todo fueron tres goles, bonita cifra en un contexto repleto de marcadores sin inaugurar. Con goles, los males suelen ser digeribles y hasta acaban por evaporarse. Pocos elementos del juego inciden tanto y tan positivamente en la autoestima como el balón en la red rival. En este sentido, la elocuencia del semblante de Guruzeta no precisaba que se la añadiese comentario alguno. Al final del partido había compañeros que, en cambio, escuchaban como un zumbido dentro de la cabeza.
Uno, Nico Williams, porque acaso todavía estaría rumiando el eco de los silbidos que recibió al enfilar el banquillo. Valverde acudió a su rescate y recordó su larga baja, un mes sin entrenar o jugar. Es más tiempo que ese y tiene toda la pinta de que las ocasiones en que va a ejercitarse con el grupo en adelante van a ser contadas; de que va a seguir una preparación individualizada que le permita llegar a los partidos, al mayor número de ellos sin que sufra más de lo que una pubalgia suele penalizar. Veremos. De confirmarse esta impresión, le va a costar coger el punto de forma que necesita para desplegar su fútbol de finta y carrera explosiva.
Los hermanos no atraviesan un momento feliz. El mayor acusó su segundo contratiempo muscular y en medio de los dos hubo quince días sin competición. Solo los médicos saben si hay relación entre ambas lesiones. El hecho de que sean en piernas y musculaturas distintas nada aclara. Es algo común que el cuerpo tienda a cargar una zona para compensar una dolencia que le afecta en otra. La reacción de Iñaki Williams en cuanto sintió dolor fue significativa: era muy consciente de lo que ocurría y acaso de que podía ocurrir. La única certeza habla de un jugador con un montón de minutos, once titularidades de doce posibles, pese a haber ofrecido un rendimiento bajísimo y transmitido síntomas de impotencia física.