Edurne Pasaban ha pisado las 14 cimas más altas del planeta. Fue la primera en hacerlo además. Un desafío mayúsculo que tardó 10 años en completar y que, como todo en la vida, tuvo sus claroscuros. Licenciada en Ingeniería industrial, su primer trabajo lo desempeñó en la empresa familiar, Pasaban S.A., dedicada a las bobinas de papel. En aquel entonces la montaña tan solo era un hobby, pero el encanto fue creciendo de tal manera que el ascenso de cumbres terminó convirtiéndose en su modo de vida.
Guarda recuerdos inolvidables de su primera expedición al Himalaya, en la que, paradojas de la vida, no consiguió hacer cumbre, pero descubrió el amor, encarnado en Silvio Mondinelli, un escalador italiano muy experimentado al que conoció en el campo base y que conquistó a la tolosarra a base de botellas de agua caliente, una práctica habitual entre los alpinistas de la época para engañar un poco al gélido frío a la hora de dormir.
Pero no todo fueron rosas en su camino. Una depresión estuvo a punto de hacerle tirar la toalla en 2006, cuando estaba a mitad de desafío. Su tesón y fuerza de voluntad le hicieron seguir adelante y es a transmitir esto, precisamente, a lo que se dedica hoy en día, ejerciendo como coach y conferenciante. Pasaban, que actualmente vive en el Valle de Arán (Lleida), repasa su trayectoria, ampliamente recogida en el libro autobiográfico 14 veces ochomil, publicado en 2011, y nos cuenta cuáles son los “ochomiles vitales” que le toca subir en la actualidad.
¿La montaña le ha dado mucho, y todo lo que aprendió durante sus expediciones lo traslada ahora en sus conferencias para inspirar a otros. ¿Es así?
—Terminar los 14 ochomiles fue un gran aprendizaje. Parece que el hecho de subir un ochomil está muy lejos de los retos de la vida diaria, pero no es así. De hecho, está mucho más unido de lo que pensamos con nuestro día a día. Participar o liderar una expedición requiere de muchas habilidades como saber trabajar en equipo, aprender a tomar decisiones, tener motivación, etc. Capacidades que necesitamos para llevar a cabo con éxito cualquier cosa en la vida. Aparte de la experiencia, me he formado como ingeniera industrial y tengo, entre otros, un máster en gestión de recursos humanos y un máster en coaching ejecutivo. Siempre me han gustado las personas.
¿Cuál es la lección que se le grabó en esas 14 veces que hizo cumbre?
—El afán de superación. Esto es clave para cualquier objetivo en la vida. Tardé 10 años en conseguir subir las 14 montañas más altas del mundo, y para ello hice un total de 26 expediciones. En ese tiempo, hubo todo tipo de subidas y bajadas. Cuando volvía con la cumbre en el bolsillo, todo eran felicitaciones y halagos, era fácil. Ahora, volver con las manos vacías era otro tema. Me centraba en no hundirme y en pensar qué podía mejorar de cara a la siguiente expedición, porque si algo tenía claro es que iba a volver a intentarlo.
¿Comenzó en el alpinismo con 15 años. ¿Qué consejo les daría a los jóvenes que quieren seguir sus pasos?
—Les diría que hagan montaña amando la montaña. Cuando empezamos en esto nunca pensamos en hacer un ochomil. Solo éramos seis amigos del club de montaña del pueblo a los que les gustaba el monte. Empezamos haciendo monte por los alrededores de Tolosa, luego tuvimos curiosidad por conocer los Pirineos, y después fuimos a los Alpes. Fue algo gradual y fuimos aprendiendo unos de otros. Al que esté pensando en hacer alpinismo le diría: no corras, ve paso a paso y disfruta.
¿Hablando de amar la montaña, conoció el amor en su primera expedición al Himalaya…?
—Así fue. (risas) Te diré que Silvio y yo somos grandes amigos a día de hoy.
¿De todas formas, y lo cuenta en el libro, el alpinismo ha cambiado totalmente con la tecnología, las predicciones metereólogicas, la equipación… ¿Tiene menos mérito hoy subir al Everest?
—Ha cambiado mucho. En aquellos años, a finales de los 90, no había información ni medios. Organizar la primera expedición al Himalaya fue una odisea, porque no sabíamos nada. Nos dijeron que había que solicitar un permiso para escalar y la forma de hacerlo era enviando un fax, y esperar a que alguien lo recibiera y contestara. Hoy en día puedes comprar una expedición al Everest desde tu móvil, pero está todo muy masificado. Ahora sería imposible hacer el himalayismo que hicimos nosotros. En el año 1999 fui por primera vez al Everest, y estuvimos solos en la cima.
Unos permisos que en aquella época eran un dineral. Cuenta en su biografía que pusieron un bar para recaudar el dinero.
—Se acercaban los Carnavales de Tolosa y se nos ocurrió alquilar un bar para ganar dinero en las fiestas. El alcalde estuvo a punto de cerrárnoslo y tuvimos que ir a hablar con él, para convencerle. Al final, nos fue muy bien, recaudamos bastante dinero. También hicimos camisetas. La gente se volcó con nosotros. Fue un ejemplo de auzolana.
¿Qué se ve desde los picos más altos del mundo?
—Se ve la inmensidad. Me gusta especialmente la cima del Karakorum, en Pakistán, desde donde se aprecia un paisaje inigualable, con unos glaciares increíbles.
¿Qué relación tiene hoy en día con la montaña?
—Elegí vivir en el Valle de Arán porque me encanta el esquí de montaña y salir a correr por el monte. Ahora me ha dado por el trail. Además, una vez al año hago una gran montaña, suelo ir a Nepal. La montaña fue, es y será siempre parte de mi vida.
Además de sus logros en el alpinismo, ha escrito un libro, fue ama en 2017… ¿Qué le queda por hacer?
—Muchas cosas (risas). Me gustaría hacer una ultra trail de 110 kilómetros. En casa me dicen que soy incansable.
¿Conocimos a Edurne por subir montañas. ¿Cuáles son las montañas que le toca subir ahora?
—La montaña de la maternidad, que es divertidísima. Fui ama tardía, con 43 años, pero siempre tuve claro que quería ser ama. Eso sí, cuando yo estaba subiendo montes mis amigas estaban formando sus familias y ahora que mi hijo tiene 7 años, sus hijos están en la universidad.
¿Sobre la depresión que sufrió en 2006 y que estuvo a punto de alejarle del alpinismo, ¿qué le gustaría decir? ¿Le molesta que le identifiquen con ese episodio?
—No me molesta en absoluto. Me dedico a dar charlas sobre motivación en empresas y me alegra ver que cada vez se le da más importancia a la salud mental. No me avergüenza ni me pesa recordar lo que me pasó, es más, me alegro de poder ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo. En mi caso, llegó un momento en el que sentí una presión muy grande por no ser lo que se esperaba de una mujer mi edad; me refiero a tener pareja y familia. Llegué a pensar que yo no era normal, que no encajaba en esta sociedad. Me diagnosticaron dependencia afectiva de las personas. La clave para superar lo que me estaba pasando fue darme cuenta de que era diferente y que no tengo porqué gustar a todo el mundo.
¿Está previsto que Tolosa albergue un museo dedicado al montañismo vasco.
—Así es. El alpinismo vasco es un fenómeno que sorprende a todo el mundo. Me han preguntado muchas veces cómo es posible que de un territorio tan pequeño hayan salido tan grandes montañeros. Es curioso. El proyecto del museo es una iniciativa de la fundación Emmoa y va para adelante. Se ubicará en el edificio municipal Arkaute y ya se ha recopilado el material. Solo queda hacer las obras para adaptar las instalaciones. l