EL póster del curso 2020, el más extraño que se recuerda, cuelga la proeza de Tadej Pogacar, campeón del Tour con 21 años, el extraordinario rendimiento de Remco Evenepoel, otro veinteañero, las exhibiciones de Marc Hirschi, Van Aert, Van der Poel o Joao Almeida. Todo ellos jóvenes prodigios que componen la orla de una campaña donde la espuma de champán de la juventud, con su burbujeante y estimulante rendimiento, ha dotado de sentido al hilo conductor de una campaña frenética, concentrada en un cuatrimestre. En ese ecosistema inexplorado que arrinconó las referencias y los hábitos de la costumbre, la capacidad de adaptación al nuevo orden mundial se ha demostrado un activo imprescindible para triunfar. En ese escaparate, un puñado de jóvenes ha brillado como el muestrario que se expone en la joyería Tiffany’s. “Lo primero que hay que dejar claro cuando hablamos de estos jóvenes es que hablamos de corredores de un talento enorme. Son los elegidos. Unos portentos. Tocados por la varita mágica”, subrayan Jorge Azanza, director del Euskaltel-Euskadi, y Aritz Arberas, preparador físico del Bahrain.

Son varios los motivos por los que estos querubines han asaltado la gloria. Se trata de una miscelánea, pero la viga maestra que sostiene este andamiaje es la propia naturaleza de los elegidos. “El factor genético es imprescindible. Sin eso, no hay nada que hacer. Es la base de todo. No nos engañemos”, apunta Arberas. “De partida tienes que ser muy bueno físicamente, es fundamental”, concede Azanza. Las capacidades fisiológicas son el sostén principal para entender este fenómeno, pero no él único para radiografiar el rendimiento de unos ciclistas con escasas horas de vuelo en el profesionalismo, un requisito, el de la experiencia, que antes se creía indispensable para poder tener éxito. “El proceso de adaptación a la categoría se lo han saltado, directamente. Llegan preparados para competir de igual a igual contra grandes campeones desde el principio. El aprendizaje se ha acelerado enormemente. Todo va muy rápido”, describe Arberas, que incide en la idea de la precocidad en el aprendizaje y en la progresión mediante entrenamientos de alto nivel en edades muy tempranas. “Sus métodos de entrenamiento son como los de los profesionales, pero lo hacen desde mucho más jóvenes, desde juveniles. Antes eso era impensable”, argumenta Arberas.

El preparador del Bahrain recuerda que no hace tanto tiempo correr en juveniles era un “juego” que finalizaba con una tortilla de patatas. “Eso es impensable ahora con esta clase de corredores. Llevan todo al milímetro. Desde las cargas de trabajo hasta la alimentación o el descanso. Entrenan como profesionales”. “Los métodos de entrenamiento han evolucionado mucho en los últimos años. Ahora tienen todos los medios. Entrenan con la dedicación de los profesionales siendo juveniles. Eso implica que si su organismo responde a las cargas, después rinden desde el principio, sin la necesidad de una adaptación larga. Los plazos se han acortado muchísimo”, suma Azanza.

las ideas claras

La maleabilidad de los corredores a edades más tempranas favorece el aprendizaje por la capacidad de absorción de estos ciclistas. Son esponjas a pedales con las ideas muy claras. Permeables, prácticamente vírgenes. Eso facilita las cosas. “Digamos que se trata de corredores sin los hábitos de los veteranos, que suelen ser más reacios a los cambios. Generalmente cuando uno es más mayor es más rígido a la hora de los cambios. Les cuestan más. Los jóvenes están más abiertos a los cambios y suelen escuchar más. En ese sentido son como plastilina, más moldeables. Además trabajan con potenciómetros y datos desde el principio”, desliza Arberas. “En casos de ese tipo, el límite está en la capacidad que tengan de resistir las cargas de trabajo porque lo metodológico lo llevan muy bien. Es parte de ellos desde el comienzo. No es algo extraño. Digamos que es una progresión, algo naturalizado. No les supone un esfuerzo extra”, añade Azanza sobre una generación que corre sin complejos.

sin pedir permiso

“Vive rápido y gana” bien podría ser el lema de un puñado de ciclistas con enorme calidad que no entienden de jerarquías ni de esperas. Corren al asalto. Revolución. “Van tan deprisa como la sociedad en la que vivimos”, dice Arberas respecto a una camada en la que la ambición es otra de las señas de identidad de estos jóvenes prodigios. “Se miden de igual a igual desde la primera carrera porque sus piernas se lo permiten. En ese sentido, no respetan a nadie. Saben que pueden competir contra los mejores y van a por ellos. No les impresionan las jerarquías”, destaca el director del Euskaltel-Euskadi. “Son proactivos. No se cortan a la hora de hacer un interior a un veterano. Marcan territorio desde el comienzo. Tienen el nivel y son descarados. Tienen la mentalidad que se requiere para competir y triunfar”, suscribe Arberas.

Constatada su ferocidad, su idilio con el éxito, una cuestión se abre en el horizonte: ¿serán capaces de sostener semejante nivel a largo plazo? “Es difícil saberlo porque ahora tienen que correr a ganar siempre. Pogacar no puede salir al Tour a hacer segundo y eso genera una presión extra. En ese aspecto queda por ver si tienen la capacidad para gestionar la obligación de ganar. Eso implica una concentración extraordinaria y repetir esfuerzos continuamente, hacer siempre las cosas bien y tratar de mejorar. El reto no es sencillo”, advierte Arberas. Para Azanza, la fortaleza mental marcará “más que el físico”, la huella que dejen estos dorsales. “Mantenerse constantemente en lo más alto es muy complicado y requiere una gran fortaleza mental. En lo físico las carreras deportivas se pueden alargar, pero estar siempre con lo mejores genera mucho desgaste. Es obligatoria una gran capacidad de trabajo, cuidar todos lo detalles y eso produce una fatiga mental”. Ese es el desafío de una generación talentosa, promiscua y descarada.