ES increíble lo lejos que dos ruedas pueden llevar a una persona”, rezó Cadel Evans el día que anunció su retirada. La despedida de su compañera fiel. Un amor a primera vista creado en las carreteras sin asfaltar de Bamylli, en el Territorio del Norte australiano. Una bicicleta que le ha permitido recorrer todo el planeta, tocar el cielo en las clásicas, vestirse con el maillot arcoiris de campeón del mundo y brindar con champán en los Campos Elíseos. Una carrera llena de éxitos que tendrá mañana en la Gran Carrera del Océano su punto y final. Rodeado de los suyos, el que fue conocido en sus primeros años como la Garrapata se despedirá transformado en toda una leyenda.

La carrera de Evans ha estado marcada por su estilo conservador. Una manera de correr, en la que siempre primó la sangre fría, que le ha hecho ganarse muchos detractores para llegar a ser bautizado con el sobrenombre de la Garrapata debido a su falta de agresividad a la hora de buscar la victoria de etapa y a que siempre buscaba el apoyo de otros ciclistas para que el viento nunca le pegara en la cara. Una forma de correr criticada que ha resultado más que efectiva. Su palmarés está lleno de triunfos y en sus vitrinas destacan un Campeonato del Mundo, varios podios en las vueltas grandes, un Tour de Romandía y un Tour de Francia.

El momento álgido de las críticas llegó en el Tour de Francia de 2008. Después de quedar segundo el año anterior y sin Alberto Contador disponible para defender su corona, Evans era el principal favorito a hacerse con la victoria final. Aun así, todo se alió en su contra y el australiano perdió la ronda gala de forma desesperante. Un magnífico ataque de Carlos Sastre en el Alpe d’Huez dejó al actual ciclista del BMC como hombre más fuerte del grupo perseguidor, pero en vez de tirar para cazar al madrileño, se escondió buscando el resguardo de sus compañeros de fuga. Un golpe fatal que le sirvió para aprender una valiosa lección.

La victoria necesaria El palmarés de Evans era envidiable, pero faltaba la gran victoria. Además, sus detractores cada vez eran más y muchos le pedían al australiano un cambio de actitud. Así, en 2011 y ya en el ocaso de su carrera, la Garrapa culminó su transformación para convertirse en uno de los grandes. Nadie apostaba por él en el Tour y el australiano decidió saltar la banca en el mito del Galibier. En aquella etapa, Andy Schleck realizó un poderoso ataque y esta vez el encargado de contestar fue Evans, que cambió el ritmo y fue ahogando a sus rivales uno a uno. Inesperado y letal. Finalmente, el luxemburgués ganó la etapa y el oceánico quedó a dos minutos, una ventaja que se diluyó en la contrarreloj final y Cadel por fin pudo subir hasta lo más alto del podio en los Campos Elíseos. Su gran victoria había llegado. La Garrapata ya era historia.

Esa victoria llegó a los 34 años, convirtiendo a Evans en el ciclista más veterano en conquistar el Tour de Francia. Ahora, a los 37, Evans está a una sola carrera de decir adiós tras 17 temporadas con muchas más luces que sombras. “La posibilidad para ganar una grande ha pasado para mí y lo tengo que aceptar. Es un buen momento para decir adiós. El ciclismo me ha dado más de lo que esperaba”, explicó el ciclista de Australia. La despedida de un mito que decidió saltarse las normas deportivas de su país al apostar por el ciclismo en vez de por el cricket o el rugby. Un niño que triunfó con la bicicleta desde que se montó en ella, primero en la montaña y luego en el asfalto, y con la que vivió un romance de 17 años, viajando a cada confín del planeta hasta llegar al paraiso amarillo en París. A una edad tardía, pero a tiempo de convertirse en una leyenda de este deporte.