Tras grabar Puta, uno de los discos más importantes de la última década, Zahara ha publicado este año Lento ternura (G.O.O.Z), un álbum que deja atrás los abusos y las violencias sufridas por su autora en el pasado, para centrarse “en las cosas que me producen amor, ternura, tranquilidad y belleza”.
La artista ubetense actuará este viernes y sábado en el Kafe Antzokia de Bilbao aunque ya solo quedan entradas a la venta para el segundo día. “Hacemos canciones porque no estamos bien”, explica en esta entrevista.
Estuvo en BIME y en nada, vuelta a Bilbao
-Yo, feliz, es una ciudad que me encanta y el congreso estuvo muy bien, no lo conocía.
Allí dijo: “hacemos canciones porque no estamos bien”.
-(Risas). Totalmente, a veces se espera del artista que sea referente, no solo un ser creativo. ¿Qué esperáis? Yo defiendo que el motor de la creación es el ansia de saber qué nos sucede a nivel individual y colectivo. A través de esa expresión, intentamos entendernos.
A veces ofrece más preguntas que respuestas.
-Claro, se abren muchos frentes y preguntas, pero la canción por sí sola no es sanadora aunque pueda ser catártica. Por eso, yo defiendo la ayuda de profesionales.
En BIME lo ligó a la salud mental.
-Eso. Puedo estar equivocada, pero yo he trabajado desde ambos lugares. Si solo exorcizas tus demonios a través de la canción haces una invocación; en lugar de sacarlos, los extraes. Sí es un desahogo que te alivia al crear, supone mirarse y cuidarse, lo que supone un paso fundamental hacia la sanación mental. Es un primer paso importante, pero no el único refugio en mi caso. Luego, está bien que un profesional te diga cómo canalizar y gestionar todo eso que sacas, para mirar qué hay detrás y qué pasa contigo. Eso no lo hace la canción.
En su caso, la sanación puede venir de combinar la meditación con irse de ‘rave’.
-(Risas). Hay gente que piensan que están en los extremos de la balanza, pero yo creo que están muy unidos. La rave se liga a ruido, drogas, nocturnidad, oscuridad, turbidez… Yo voy a raves de día en las que solo bebo agua, no miro el móvil, solo bailo y conecto mi cuerpo con la música. Hay estudios que dicen que estar ocho horas así es sanísimo (risas). Ahí, cada uno que decida, ya que depende de los participantes convertir la experiencia en algo tóxico o no. Yo la vivo como una meditación al dejar de estar enganchada al móvil. Escucho mi cuerpo y la música, al igual que cuando medito sin bailar.
Acabada la gira de festivales, llega la de recintos cerrados.
-El primer concierto de salas será en Bilbao, en el Antzokia, que me ilusiona mucho. He tocado en la ciudad muchas veces pero nunca allí.
Adelánteme cómo será.
-Muy distinto a los festivales, donde presentaba mi último disco de manera muy salvaje. En salas, aprovecharé que vienen a verme sola a mí y que me conocen desde hace años para dividir el concierto en cuatro partes que transicionan con fluidez. Será un reencuentro con algunas canciones que hace tiempo que no toco; y de una manera distinta también. Será divertido volver por momentos a las guitarras con una sección rockera, ya que últimamente me vuelvo loca con la electrónica. Además, tocaremos algunas canciones que nunca he hecho en directo.
¿Qué banda mueve ahora?
-Voy con Xabi Molero, un batería espectacular que es un portento y que toca como si fuera una caja de ritmos (risas). Es un flipe verlo expresarse. Y está con Manuel Cabezalí (Havalina), que toca guitarras, bajo, sintetizadores y canta, y Martí Perarnau, que está conmigo hace mucho tiempo y es el arquitecto, quien crea los pilares sobre los que se sostiene el concierto. Con él, todo encaja. Y voy con Olga y María José, las bailarinas que estuvieron ya con Puta. Y habrá una parte electrónica súper cañón, muy techno.
¿Cambió todo para usted con ‘Puta’? ¿Incluso desde el punto de vista reputacional?
-Sí, lo siento así. Fue un disco que marcó un antes y un después en mi carrera desde el punto de vista de letras, emocional y social. Creo que me trascenderá y que se hablará de él pasado el tiempo. Lo veo ahora, no cuando lo hice, envuelta en tanta miseria y violencia. Y supuso un cambio también en mi manera de enfrentarme al escenario, de hacer canciones, tocarlas, involucrarme con instrumentos como sintetizadores y cajas de ritmos, aprender a tocar la batería y el piano… Fue todo un viaje que me marcó tanto que sigo recuperando ahora sus canciones tras tiempo sin tocarlas. A veces me pregunto cómo pude hacer ese disco (risas). No era consciente de qué estaba contando cuando lo creé.
Es un disco muy kamikaze.
-Total, me tiré con todo lo que tenía, sin pensar.
¿Lo vivió como una liberación, tanto personal como artística?
-Sí, porque con él nació el formato de la rave, que retomaremos en 2026. Al final de los conciertos del Antzokia se verá algo de él. Es fruto de nuestra comodidad con las partes instrumentales, los loops, los bailes… Lo sentí como algo para gozar.
¿Sintió miedo o presión con tal éxito al crear después ‘Lento ternura’?
-Desde la presión no lo habría compuesto. Ha pasado justo un año de que publiqué el primer single, Yo solo quería escribir una canción de amor. Lo escribí desde un lugar de libertad absoluta tras quitarme el peso de encima de Puta. No tenía que replicarlo, sino hacer los discos que me apetecen y siento. Sí es cierto que la presión llegó después, con el trabajo terrorífico que implica crear tu propio sello discográfico. Te obliga a tener un pie fuera del aspecto artístico y ser empresaria, de depender de ventas y números. Esa dualidad me hace daño. Creas el sello para sentirte libre y desde un lugar honesto y salvaje, y luego te preguntas cómo vender un disco (risas).
El actual es un disco menos denso, eso sí.
-Claro, claro. Lento ternura es un disco filosófico y con reflexiones de una mujer de 40 años, lo que lo hace más difícil. Puta atravesaba a toda la sociedad, no a una franja de edad concreta, interpelaba a todos. Estas canciones actuales son más yo, mí, me, conmigo. Ya no hablo de violencias, sino de las cosas que me producen amor, ternura, tranquilidad y belleza. Tiene menos sex appeal porque es más vendible la violencia, es lo que denomina el relato.
Tiene una canción titulada ‘¿Era esto la vida’? De eso trata el disco ¿no? De amor, belleza, ternura, pasión...
-Tal cual, es más reflexivo y musicalmente más diverso. Lo necesitaba hacer y, además, es el primero que produzco yo misma, desde la cabezonería. No hay que hacer discos pensando si encajan en el sistema porque lo normal es que te equivoques. Por eso, este disco me ha dado la felicidad.
Hay algunas inflexiones vocales que me recuerdan a Björk.
-Es verdad, está siempre ahí, como Arca. La islandesa está en el tema La violencia, sí. La descubrí hace tiempo y me encantan incluso sus entrevistas, cuando dice que con 70 años estará bailando en la rave o que las máquinas y la electrónica no son frías, sino las personas que las tocan. Comparto con ella que hace falta corazón para transmitir también con una piano o una guitarra.
Ahora que Björk ha colaborado con Rosalía, regresa al escaparate.
-Tenemos que salirnos de nosotros mismos y dimensionar y ser conscientes del tamaño del mundo. Te cuento una anécdota que me sucedió en el estudio de grabación Casa Murana. Tienen unas figuras de The Beatles de medio metro y unos músicos de 20 años que estaban grabando preguntaron si habían pasado por allí para grabar (risas). Bueno, pues ya está, cada uno tiene sus referentes.
¿Ha tenido alguna consecuencia escribir casi con bisturí un tema como ‘Demasiadas canciones’?
-(Risas). No hay demasiada gente que se haya dado por aludida; yo misma lo hago y me dedico la mayoría de las frases. Pero sí me resulta curiosa la enajenación en la que se encuentra la industria. Falta autocrítica, no creo que sea ignorancia sino algo deliberado, no querer mirar las cosas.
Incluida la poca implicación del hombre en algunas de esas críticas que hace.
-Sí, lo de la escasa representación de mujeres en los festivales, por ejemplo. Lo hablo con compañeros masculinos y no se dan cuenta. ¿De verdad? Si soy la única mujer del cartel. Igual es que no te importa y estás cómodo en un espacio en el que no se representa a la mitad de la población. Y eso que hay más bandas y proyectos de tías que nunca. ¿Adónde coño estás mirando? Es cuestión de cultura y comodidad.