Tras un verano exitoso de público –el segundo mejor de su historia con 478.315 visitantes– el Guggenheim Bilbao se prepara para acoger una ambiciosa programación artística, que arrancará con la obra de Maria Helena Vieira da Silva, una de las artistas plásticas portuguesas más singulares de este siglo. Será el 16 de octubre cuando el museo bilbaino abra al público la exposición Anatomía del espacio, que mostrará la evolución del lenguaje visual de la pintora desde la década de 1930 hasta finales de la década de los 80.

Comisariada por Flavia Frigeri, incluye una selección de unas setenta obras clave procedentes de prestigiosas entidades museales internacionales, entre las cuales están el Centre Georges Pompidou de París, el Guggenheim Nueva York, el Moma o la Tate Modern de Londres.

Vieira da Silva (1908-1992) nació en Lisboa y se formó en la capital portuguesa y en París. El espacio es la idea central de su obra, que fusiona tradición y modernidad, con especial atención al espacio arquitectónico. Sus composiciones, según se explica desde el museo, presentan estructuras laberínticas, ritmos cromáticos y perspectivas fragmentadas. Entre ellas, Habitación ajedrezada (1935) o Figura de ballet (1948), que reflejan ese interés por la arquitectura y el movimiento, y eliminan la distinción entre figura y fondo.

Influida por sus estudios de escultura y anatomía, así como por grandes maestros del pasado como Paul Cézanne y los movimientos vanguardistas del siglo XX, Vieira da Silva desarrolló un lenguaje pictórico propio, que funde lo físico con el tiempo y la memoria.

La exposición, que se acaba de presentar en el Peggy Guggenheim de Venecia, pretende poner de relieve la capacidad de Vieira da Silva para transformar el espacio pictórico en entornos abstractos e ilusiones ópticas, combinando influencias del cubismo, el futurismo, la tradición decorativa portuguesa y los paisajes urbanos. Anatomía de un espacio recorre su carrera desde los años 30 hasta los 80, con especial atención a la escena artística internacional de París, ciudad a la que se trasladó muy joven, y al periodo de exilio en Río de Janeiro durante la Segunda Guerra Mundial, junto a su marido Árpád Szenes, también artista.

‘Anatomía del espacio’

Hasta el 22 de febrero. El museo ofrecerá la muestra ‘Maria Helena Vieira da Silva: Anatomía del espacio’, una exploración en profundidad de la evolución del lenguaje visual de la artista de origen portugués.

Momentos clave. Analiza los momentos clave de la carrera de Vieira da Silva desde la década de 1930 hasta finales de la de 1980.

La artista tenía vínculos tanto con Peggy Guggenheim como con Solomon R. Guggenheim a través de Hilla Rebay, la primera directora del Museum of Non-Objective Painting, precursor del museo Guggenheim de Nueva York, que fue uno de sus primeros apoyos.

Una artista comprometida

Maria Helena Vieira da Silva nació en 1908 en una familia acomodada: su padre, Marcos Vieira da Silva, era embajador portugués en Suiza, donde ella pasó su primera infancia. A la muerte de él, su madre y ella regresaron a Lisboa para instalarse en la casa de su abuelo materno, un magnate de la prensa portuguesa.

Antes de cumplir los veinte años estaba en París, estudiando en la academia La Grande Chaumière junto al reconocido escultor Antoine Bourdelle, y después comenzó a frecuentar el taller de Fernand Léger, además de otros círculos artísticos de la ciudad, y pudo exponer sus primeras obras. A los 21 años se casó con el pintor húngaro de origen judío Árpád Szenes.

Durante la compleja década de los años 30, comprometidos con causas como el apoyo a las víctimas de la Guerra Civil española, sortearon el auge de los fascismos europeos entre París y Lisboa. Al estallar la II Guerra Mundial emigraron a Brasil, donde vivieron siete años y prosiguieron su práctica artística. En 1946, Vieira da Silva realizó su primera exposición individual en Nueva York.

La artista regresó a Portugal en 1947 pero el dictador Oliveira Salazar negó la nacionalidad portuguesa a su marido, por lo que Vieira da Silva rompió definitivamente con su patria natal, nacionalizándose francesa. En 1947 volvió con su marido a París, que se convirtió ya en su residencia definitiva y donde esta creadora logró una gran notoriedad.

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Vieira da Silva, que decía querer pintar las cosas que no existen “como si existiesen”, sufrió las influencias de las escuelas cubistas y simbolistas pero a partir de los años cincuenta su obra adquirió un carácter cada vez más personal situándola al margen de todas las corrientes contemporáneas.

Sólo regresaría a Lisboa, después de enviudar, con motivo de un gran homenaje nacional y una exposición retrospectiva de su obra organizada en 1988 para conmemorar su 80 aniversario.