El escritor bilbaino Gaztea Ruiz ha publicado recientemente su cuarta novela: Llovía en todas las casas, un libro que mira a través de los ojos de un niño la migración que llegó a Euskadi en los años 60. En esta entrega, Gaztea Ruiz sorprende con una obra que combina referencias históricas y de crítica social con un estilo lírico y un tono íntimo.
¿Qué le inspiró a escribir una historia que aborda la migración hacia Euskadi en los años 60?
Es un ejercicio de memoria. Soy hijo y nieto de migrantes y hay una vibración familiar en mi vida que tiene que ver con eso.
Aborda temas delicados desde la perspectiva de un niño. ¿Cree que eso le permite tratar estos asuntos de forma diferente?
La mirada del niño, de Pablo, es fundamental. Para él todo es nuevo y desde su perspectiva he podido contar todo de una forma más ingenua, más limpia, menos contaminada. Es como el descubrimiento del mundo por primera vez. Y, a la vez, no entender bien qué está pasando. Quería jugar literariamente con esa perspectiva que me permitía un niño de 9 años.
¿Cuál es la visión del protagonista respecto al nuevo mundo que le rodea?
Él está fascinado por todo lo que se encuentra. Es como una especie de extrañamiento del mundo y la vida. No entiende, pero quiere comprender. Y, sobre todo, no va a dejar que su condición de migrante lo condicione. Es un niño con ganas de vivir y para el que la principal preocupación es la bestia que tiene en su propia casa.
¿Qué papel juega la figura de Estrella, la profesora, en la historia y en la vida de Pablo?
Estrella es fundamental en su vida. Gracias a ella, comienza a tener una educación y es la persona que más respeta y quiere fuera de su familia. Además, esta profesora es una de las protagonistas de la novela al margen de su relación con el niño, porque está metida en diversas tramas paralelas a la historia concreta de Pablo.
La historia se desarrolla en un pueblo ficticio entre Bizkaia y Gipuzkoa ¿Qué importancia tiene este escenario en la trama y en la representación de la realidad social de la época?
Mi idea era recrear un momento histórico, una época. Me he permitido la licencia literaria de inventarme un pueblo, al que he llamado Eibosa -sería una mezcla entre Eibar y Tolosa- para que no hubiera una referencia geográfica clara y detallada, sino un ambiente, una sociedad, un lugar indeterminado.
En la novela combina referencias históricas y crítica social con un estilo lírico y un tono íntimo. ¿Cómo logra equilibrar estos elementos para que la historia sea tanto profunda como emotiva?
La historia es muy dura y poco condescendiente. La única manera que tenía de hacerla soportable, incluso para mí como autor, era ponerle una potente carga lírica. Por eso es una prosa muy sugerente, aunque tratando de que no resultara demasiado florida ni empalagosa.
¿Cómo ha sido el proceso de investigación para retratar con fidelidad esa época y esas realidades sociales?
He leído algo sobre la época, la industria, las huelgas, el surgimiento de ETA. Pero, fundamentalmente, muchas de las cosas que he recogido en este libro forman parte de mi herencia cultural, social y familiar. No al pie de la letra, pero he vivido o he conocido mucho de lo que sale reflejado en esta novela.
¿Qué espera que los lectores se lleven?
Lo primero, una buena lectura. Que les haya entretenido, principal mandato de una novela. Y, segundo, echar una mirada a aquellos años, a aquellas gentes que no lo pasaron del todo bien y que, con su esfuerzo y su sacrificio, nos prepararon la modernidad que hemos disfrutado los de mi generación y posteriores. Esta sociedad, esta buena vida que tenemos hoy no ha sido un accidente meteorológico, eso yo lo tengo muy claro, es una herencia de nuestros mayores.