Tras rescatar en verano Acoustic Hits, una rareza de edición especial y limitada, The Cure regresan de verdad con Songs of a Lost World (Universal Music), su primer disco en 16 años y puede que el mejor de sus últimas tres décadas. Robert Smith ha cumplido, por fin, y entrega 50 minutos de un rock lúgubre, emotivo, melancólico y majestuoso de canciones extensas, alejadas del pop y repletas de dolor, soledad, preguntas, incertidumbre y, sobre todo, de muerte, con los fallecimientos de sus padres y su hermano mayor pesando sobre sus atmósferas desasosegantes.

Le ha costado varios años, pero Smith, superviviente de finales de los años 70, cuando debutó, llevaba años asegurando que seguía trabajando en un nuevo disco, el 14º de estudio y el que daría el relevo a sus dos últimas y mediocres entregas: el homónimo The Cure y 4:13 Dream. Por fin, tras 16 años, ha publicado Songs of a Lost World, varias de cuyas canciones se han presentado en una última gira que ha recorrido 33 países y concentrado a un 1,3 millones de personas frente a los escenarios.

Envuelto en una portada con una escultura clásica de Janez Pirnat que recuerda cromáticamente a su clásico Faith, compuesto y arreglado exclusivamente por Smith y grabado en los Rockfield Studios de Gales, Songs of… incluye solo ocho composiciones, todas ellas extensas, de combustión lenta en su mayoría.

En total, 50 minutos sin concesión alguna al pop, a la claridad y a la melodía y el estribillo fácil. Recuerda a algunos de sus clásicos, caso de esa cumbre llamada Desintegration, el álbum que marcó la crisis de la treintena de Smith, pero no ofrece ninguna Lullaby para tararear.

El álbum, como la última gira, se abre con Alone, que explora la misma sensación de pérdida y muerte que el poema Dregs de Ernest Dowson. Canción de melancolía majestuosa aportada por los teclados de Roger O’Donnell, va creciendo y Smith tarda tres minutos en regalarnos esa voz tan particular, aguda, histriónica y tan joven como en los tiempos de The Imaginary Boys, como conservada en formol cuando canta: “este es el final de las canciones que cantamos, el fuego se convirtió en cenizas y las estrellas se atenuaron con lágrimas”.

Soledad y muerte

Lamentos, soledad y el posible final que dan paso, quizás, a la cumbre del álbum, And Nothing is Forever, su melodía más reconocible y emotiva, con visos de próximo clásico con un piano y teclados orquestales, guiños a Plainsong en lo musical y a Lovesong en la letra: “mi mundo ha envejecido y nada es para siempre, pero realmente no importa si me dices que estaremos juntos”, canta Smith antes de recordarnos la fragilidad del amor, duradero y poderoso al mismo tiempo, en The Fragile Thing, con el bajo de Simon Gallup en primer plano y un solo líquido del guitarrista Reeves Gabrels, exacompañante de Bowie.

Y si la guerra es violencia gratuita, la canción Warsong se muestra como su banda sonora perfecta con esas guitarras desquiciadas y con distorsión sobre versos desolados como “todo lo que siempre conoceremos son finales amargos”.

La batería, majestuosa y marcial a lo Pornography de Jason Cooper lidera Drone-No Drone, con el bajo empujando un ritmo vivo, una guitarra de pulsión funk y frases escupidas –casi rapeadas– como “me estoy rompiendo de nuevo”.  

Otra de las cumbres de Songs of… es I Can Never Say Goodbye, con la que Smith ha llegado a emocionarse hasta la lágrima al presentarla en vivo. Y lo es por su significado, ya que está dedicada a la muerte de su hermano mayor, Richard, quien le introdujo en la pasión por la música, como por la belleza calma de esta balada rebosante de melodía, pesadumbre y desolación en la que Smith canta: “Algo malvado se acercar para robarme la vida de mi hermano”.

La despedida arranca con la rockera y directa Everything I Am Always, que nos traslada a “un escenario vacío y oscuro”, y concluye con los 10 minutos excelsos de Endsong, elegía levantada sobre un poderoso ritmo minimal y dos guitarras en duelo final que versa sobre la pérdida y el paso del tiempo. “Todo se ha ido, se ha quedado solo, solo, solo, sin nada, al final de cada canción”, canta Smith, a la vez que se pregunta “cómo envejecí tanto” y refleja su estado de extrañeza por la oscuridad del mundo. Endsong podría ser el epitafio perfecto The Cure si no fuera porque su líder ha confirmado que ya hay canciones para otro disco. Y sobre los escenarios, nada de festivales en 2025. Habrá que esperar al otoño porque nada es para siempre… excepto, entre otros, The Cure.