Zinegoak, el festival internacional de cine y artes escénicas LGTBIQ+ de la villa, arranca este lunes su 21ª edición en una gala que tendrá el Teatro Arriaga como escenario y en la que se hará entrega del Premio Honorífico (patrocinado por DAMA), la máxima distinción del certamen. En esta ocasión, recaerá en la cineasta, guionista y docente argentina Clarisa Navas, quien ha dicho recibir el galardón como un abrazo en un tiempo en el que las personas queer del país sudamericano viven bajo constante amenaza. De eso, y de otras muchas cuestiones más, ha hablado hoy con DEIA. 

Dice estar emocionada por el reconocimiento otorgado por Zinegoak. Cuenta que lo recibe como un abrazo en un tiempo en el que las personas LGTBIQ+ de su país sólo reciben ataques. Cuénteme, ¿qué supone ser cineasta, mujer y 'queer' en la Argentina de Milei? 

Es sumamente difícil. Los ataques, que son cotidianos, están propiciados por este Gobierno y gran parte de la sociedad los repite. Atacan a las personas que intentamos crear o hacer cine, porque creen que está asociado a un modelo de país que no quieren y a un ejercicio de memoria que no les gusta. Es muy complejo. Siendo mujer, siendo lesbiana y haciendo un trabajo que pone las realidades queer en el centro… 

Le rodea la violencia. 

Son todas las cosas que en este momento son rechazadas. Hay peligro, porque los ataques están sucediendo en las calles. Las compañeras están viviendo escarches masivos a sus películas. Digamos que hay gente que denuncia que hay ahí un gasto inexplicable. Y eso es mentira. 

Desarrolla sus producciones audiovisuales desde las perspectivas de clase y género. En ese sentido, ¿qué problemas específicos está enfrentando en este momento para abordar su trabajo desde este punto de vista? 

Uno de los principales es la financiación, cómo continuar haciendo un cine que no tiene ningún apoyo. Tampoco hay otras formas de encontrarla, porque en Argentina se ha cancelado todo lo que tiene que ver con los fondos para la cultura. La educación pública también está bajo amenaza. 

¿Cómo es esa amenaza?

Por ejemplo, yo doy clases en una escuela de cine que depende del INCA y, para mí, la docencia es un ejercicio de militancia muy fuerte, porque la escuela está situada en la frontera, en Formosa, y hay un montón de gente disidente que tiene sueños de hacer cine y no pertenece a una clase privilegiada. Ahora, con la cancelación de estos recursos, no van a poder sacar sus historias adelante. Es aterrador. 

¿Fue el pasado una arcadia feliz? 

No. Nunca fue fácil hacer cine en Argentina. Y, siendo queer y de una provincia alejada de Buenos Aires, menos todavía.

¿Por qué?

De alguna manera, el cine siempre permaneció blindado a un grupo de personas con medios para poder hacer eso. Y creo que justamente con políticas de estado se implementó un programa para impulsar la creación. Pero duró muy poco, una primavera. Al menos, sentó las bases para crear curiosidad por este mundo. 

Por otro lado, ¿qué le impulsó a hacer cine?

La urgencia en la que vivía, un contexto muy complicado y, a la vez, muy apartado de la posibilidad de creación, ya que no es un terreno accesible para todas las clases. Siempre tuve muchas ganas de poder hacer algo y de hacerlo con mis amigues, con quienes creaba e imaginaba.

¿Considera que sus historias integran el activismo político en los procesos de creación cultural? 

Hay una forma política de entender ese hacer, que pasa por crear de la manera que sea con los medios a nuestro alcance. Mi cine pasa por reivindicar una forma de vida que se corre de lo estandarizado. 

Contaba antes que creció en un barrio muy pobre de la ciudad de Corrientes y que trabaja desde lo colectivo. ¿Es también su manera de trabajar una apuesta política? 

Olvidar el nombre propio y lanzarse a crear con otras personas con las que compartes una sensibilidad es una apuesta política. Es una manera de trazar un destino posible en común. En cierta medida, la figura europea del autor nos ha hecho mucho mal. Pensar que toda la fuerza y la potencia están en una mente brillante no es real. 

Desde el documental y la ficción, habla de mujeres, comunidades indígenas, entornos sociales que existen al margen de normas… ¿Por qué es importante contar estas historias? Dicen que lo que no se cuenta no existe. 

Creo que justamente por eso, porque lo que no se cuenta no existe. Nosotras, en Latinoamérica, tenemos que volver a hacer el ejercicio de volver a hacer existir todo lo que se ha borrado en años de colonialismo y en un Estado que ha matado y que ha exterminado a muchísima de su población. 

Además, su cine está muy arraigado a la tierra y se desarrolla fuera de Buenos Aires. 

Es un cine marcado por el lugar en el que se hace y eso condiciona completamente las historias. 

¿Qué capítulo de su filmografía marcó un antes y un después en su vida? ¿Por qué? 

Cada película es una marca muy fuerte. Las mil y una fue algo muy potente. Volví a mi barrio, filmé allí y trabajé con las personas de un lugar marcado por la vergüenza. Es como: “¡Ah! ¿Sos de ahí? Te van a robar”. Para mí, hacer una película allí fue muy reivindicatorio. 

Cuenta que se nutre de emociones que ya ha habitado plenamente para “contar desde adentro”. En ese sentido, ¿cómo definiría su proceso de creación? ¿Y por qué le resulta imprescindible generar ese vínculo emocional tan intenso? ¿No acaba agotada? 

(Ríe) Agotada, sí. Pero me parece que está bien. Yo no creo mucho en las creaciones que se abstraen de zonas que no se conocen. 

Alejo Stivel se exilió de Argentina hace ya más de 40 años. Y en una entrevista para este periódico decía que el Estado español va a recibir muchas solicitudes de asilo de ciudadanos argentinos. ¿Qué prevé usted? 

No creo que exiliarse sea una posibilidad para una gran mayoría, pero sin duda, las personas que pueden ya lo están haciendo, aunque la amenaza ultra también es real aquí.