Cuando Salvador Vicent se convierte en su alter ego, el Mago Yunke, se encierra en su taller para crear los efectos con los que sorprender a sus espectadores. Asegura que el 90% de sus trucos son suyos, originales. “Si se copiara todo, no crecería el arte de la magia”, expone el creador de ilusiones que estará en el Teatro Arriaga hasta el domingo.

¿Es usted mago o ilusionista?

—Somos ilusionistas, es la palabra correcta. Lo que pasa es que mago es más corto, cercano, y la gente lo conoce más. Un ilusionista es un creador de ilusiones, lo que hacemos no es verdad, es mentira, una trampa honesta, pero no tenemos poderes.

Trampa honesta. ¿Un oxímoron?

—Sí, porque lo que hago en el escenario es magia, pero hay mucha verdad. Intento que la gente lo pase bien, disfrute y no se sienta engañada.

¿Habría llegado a mago si su abuelo no hubiera tenido un taller en el que comenzó a experimentar?

—Sería un mago distinto. Desde que descubrí esto no he parado de aprender, de crear. Si mi abuelo no fuera herrero creo que no hubiera llegado a donde he llegado porque al final la magia que hago es muy personal es gracias a que él tenía un taller.

Dice que actualmente la profesión de mago está muy valorada, ¿pero le tomaron en serio cuando dijo que quería dedicarse a la magia?

—Al principio no lo veía como una profesión. Empecé a ganar unos premios y empezaron a contratarme. Al final generaba tanto trabajo que me dediqué a ello. Pero en ningún momento dije: “Mamá, quiero ser artista”. Nunca he querido ser famoso. Me dediqué a la magia de forma accidental.

¿Querer saber cómo funciona un truco es el germen de todo mago?

—Sí, es algo innato. Soy una persona muy curiosa, quiero saber cómo funcionan todos los mecanismos, aunque lo bonito es no saberlo. Si es un efecto de un compañero, quiero dejarme ilusionar por la magia. Es como que te cuenten el final de una película, el desenlace siempre es mejor cuando no lo conoces.

El Mago Yunke es campeón mundial de magia. Pablo Viñas

¿Es usted más de Houdini o de David Copperfield?

—Soy más de Copperfield. Houdini fue el mejor escapista pero, además, supo venderse muy bien. Y Copperfield es el artista que más entradas ha vendido del mundo. Y continúa haciendo 500 espectáculos por año. Pero si hay un mago que está por encima de todos es Robert-Houdin, el padre de la magia moderna y el más importante de la historia.

Afirma que hace magia de autor. ¿Eso significa que no copia sus trucos de otros magos?

—O son todos propios o hablo con el creador, compro sus derechos y, a partir de ahí, lo modifico. Si se copiara todo, no crecería el arte de la magia. El 90% de los efectos del espectáculo están creados por mí.

¿Pero existen los derechos de autor en la magia?

—Más que por derechos de autor, es ética profesional porque tú puedes cambiar cualquier cosita y es una algo distinto. Además nos conocemos casi todos los magos. Hay mundiales de magia donde participamos todos. Sería muy vergonzoso coincidir con un mago al que le has copiado un truco. Lo mejor, cuando inventas algo, es presentarlo en un mundial de magia. En Estados Unidos muchas veces hay juicios, pero al final no llega a nada porque no hay un registro, no es como una melodía o una coreografía.

¿Cómo entrena el ingenio para llevar a cabo siempre números nuevos y originales?

—Consiste en ir al taller cada día y meter horas. También hay que conocer muchísimo todos los materiales. Es difícil que una persona que no haya trabajado en un taller pueda construir o imaginar un efecto de magia.

¿Hay alguna línea roja que no estaría dispuesto a rebasar en la magia?

—Sí, varias. Una de las más grandes es utilizar compinches. Utilizar a gente del público que te haga el trabajo es un error, eso es engañar. Soy mago, para mí lo importante es el arte de la magia, no ser famoso o ganar dinero. Si pudiera meter entre el público a diez personas para que aplaudieran y dijeran lo que yo necesito para mí sería muy fácil. Pero no estoy dispuesto. No forma parte de mi ética.

¿Ha vivido alguna situación bochornosa sobre el escenario porque un truco no ha salido como debía?

—Sí, pero me divierte mucho. Creo que el público siempre va a perdonar un fallo, lo que no perdona es el aburrimiento. Tengo mucho respeto al público pero no tengo miedo al fallo, la gente lo entiende.

¿Es inevitable que el espectador trate de descubrir dónde está la magia?

—Sí, al final el ser humano tiene esa curiosidad, por eso vienen a ver el espectáculo. La magia tiene ese ingrediente de sorpresa, de asombro. Si está bien vestido, con música, con una puesta en escena interesante y haces cosas sorprendentes es difícil que el público no disfrute. Cada vez se venden más entradas para espectáculos de magia, los magos pueden hacer grandes temporadas que las obras de teatro no aguantan. El Mago Pop vende tantas entradas como El Rey León.

En ‘Hangar 52’ no existe el espacio ni el tiempo.

—En vez de utilizar la magia con efectos, sin sentido, intento dar una temática al espectáculo y cada vez que se abren las puertas de nuestro hangar hay una escenografía distinta. Desde objetos de Leonardo Da Vinci hasta rituales de la muralla china o aviones de la Segunda Guerra Mundial. Cada parte del espectáculo está dedicado a un momento histórico. 

¿Cuál es el efecto más especial?

—En el efecto Leonardo Da Vinci contamos que se han encontrado unos documentos que dicen que Leonardo Da Vinci inventó una máquina que ha aparecido ahora. La hemos reconstruido y traído al escenario. El público sabe que jugamos a la ficción, pero están viendo algo imposible: que una persona se parte en dos. 

¿Ofrecerá los trucos que le han llevado a ser el mejor del mundo?

—Este que he contado, el Hombre de Vitruvio es uno de ellos, con el que ganamos el mundial. A David Copperfield le encantó. Él se ha partido más de una vez, pero le sorprende que yo no me tape ni me ponga dentro de una caja. Ganamos el premio mundial por la limpieza del efecto.