La nao San Juan ya luce desde hace varias semanas su imponente figura en Pasaia. Todavía queda trabajo por delante y faltan por colocar los mástiles, pero la réplica que desde hace casi diez años se construye en Albaola Itsas Kultur Faktoria se encuentra “muy adelantada”. A pesar de ello, Xabier Agote, responsable del museo-astillero prefiere evitar poner fecha a cuándo estará en el agua: “El barco lo podemos hacer muy rápido con un equipo profesional de la leche, pero no somos un astillero profesional. Estamos enseñando a hacer un barco con los medios que tenemos y que conseguimos”, asegura.

En estos momentos, los carpinteros de Albaola tratan de dar los últimos retoques al entablado del barco antes de que este salga al exterior, donde se procederá a rematar la parte superior. Tras ello, “no este año”, el navío será botado al agua para la instalación de los mástiles y el kilometraje de cuerdas y el equipamiento de las anclas, las txalupas y las cien toneladas de lastre que necesitará para poder navegar.

Será entonces cuando el proyecto entre en una nueva fase, la de conseguir llevarlo hasta la bahía de Red Bay, en Canadá, sin ningún tipo de tecnología moderna imitando exactamente el mismo recorrido que realizó el barco original. “En Albaola nos hemos especializado en navegar en diferentes barcos y épocas, pero nadie sabe navegar en un galeón exacto del siglo XVI”, apunta Agote, que se refiere a esta investigación como “arqueonavegación”.

“Siempre comparo el barco con un violín. Al verlo te parece un objeto muy bonito, pero si no está afinado, al tocar se vuelve un horror. Los barcos históricos también tienen que sonar bien para navegar. Hay que ajustar todo al milímetro”, explica, al tiempo que revela que hasta que la nao San Juan no llegue a esa fase no se podrán “aceptar o desestimar las tesis que tengamos sobre la navegación”.

Por razones como esta Argote prefiere huir de los calendarios y reconoce que fue un error poner una fecha final al proyecto –fue inicialmente anunciado para la capitalidad cultural de Donostia en 2016–. “El proyecto empezó desvirtuado por ese motivo”, asegura, recordando que el medio es para Albaola más importante que el contenido: “Tenemos un astillero-museo-escuela donde el contenido es lo que hacemos y por medio de él estamos contando nuestra historia”.

Una historia que, tal y como apunta, ha estado “completamente olvidada o incluso ignorada”. “Siempre entendía que la nao San Juan debía ser la culminación de un proceso que tiene como objetivo revolucionar la cultura marítima del País Vasco”, agrega, señalando que esa revolución pasa por recuperar “algo sumamente transcendental de nuestra humanidad: la tecnología que nos abrió al mar, una tecnología que es vasca”.

Patrimonio marítimo vasco

Corría el año 1985 cuando Agote descubrió en la portada de National Geographic el hallazgo del galeón vasco hundido en aguas canadienses. Fue el punto de partida de un viaje que reconoce ha sido muy complicado. “Cuando empezamos éramos unos extraterrestres”, apunta, mirando con envidia el reconocimiento que tiene el patrimonio marítimo en otros lugares del mundo.

“Me di cuenta que en el extranjero era un sector que estaba desarrollado y se estaba valorizando, algo que aquí no había”, explica, poniendo como ejemplo Francia. “Tenemos muchísima más relación con Francia que con España y es por la realidad cultural. Albaola es un proyecto muy conocido allí porque hay un interés muy particular por la cultura marítima”, comenta.

Por este motivo, la construcción de la réplica ballenera se presenta como una oportunidad inigualable para recuperar “la tecnología que permitió crear la historia marítima”. “El tejido industrial vasco no nació ayer, hay siglos y siglos detrás al nivel más desarrollado”, observa, recordando que “la costa vasca ha sido protagonista de los capítulos más importantes de la historia marítima” con episodios como la caza ballenera, la primera vuelta mundo o personajes fundamentales como Andrés de Urdaneta.

Desde Albaola ya se encuentran en contacto con la embajada de Canadá y con la Cámara de Comercio canadiense para que, una vez que el navío esté terminado, pueda hacer el mismo recorrido transoceánico que hizo hace 500 años hasta Red Bay, “el santuario marítimo vasco”. “Es patrimonio de la humanidad y el enclave arqueológico marítimo más importante del mundo. Fue el puerto ballenero principal durante muchísimos años. Los canadienses estimaron que iban allí cada año una media de 5.000 vascos a cazar ballenas y pescar bacalao. Es como 50.000 de hoy en día, porque éramos diez veces menos. Y lo hacían en barco, en unas condiciones durísimas de navegación y año tras año, tejiendo una red de comercio muy interesante con los indios, donde llegaron a adoptar nuestro idioma”, explica.

Para el responsable del museo y astillero pasaitarra, el ejemplo de lo que se ha hecho en las últimas décadas con este enclave es un ejemplo a imitar.