El ecuador del 17º Bilbao BBK Live, la jornada del jueves, optó por dar espacio a las guitarras del rock alternativo con cabezas de cartel como Pavement, adalides del rock indie de los 90, y Phoenix, de este siglo XXI. A la hora de cerrar esta edición y antes de que ocuparan sus escenarios, la velada vespertina la protagonizaron la musa Róisín Murphy, exvocalista de Moloko, con una elegante sesión de pop y funk bailable, y el trapero argentino Duki. Ambos barrieron, cada uno en lo suyo.

Pasadas las 20.00 horas, llegó el momento que la chavalería más joven esperaba del festival, el turno de Duki, el artista emergente del género urban en todo el mundo, ya en camino de convertirse en la voz de toda una generación y que aspira a meter más de 60.000 fans en el Bernabéu en 2024. Al menos eso nos dejó entrever el concierto del joven argentino (26 tacos) con la respuesta apasionante de su gente, algunos de ellos con tatuajes en su rostro –simulados o no–, como su ídolo.

Kobetamendi demostró que este millonario prematuro –que diría Bielsa–, se ha curtido en la calle, los parques y las peleas de gallos. Y lo evidenció con su dominio del fraseo y de las rimas, veloces y con flow, émulas de los raperos clásicos estadounidenses. Y también en las letras de sus canciones, conocidas al dedillo debajo del escenario y seguidas con dificultad por su veloz dicción y el spanglish de sus versos. “Que se joda el sistema de casta, el esfuerzo se gana y a gusto se gasta”, cantó en Givenchy, ejemplarizante en la mezcla de su orgullo de calle y de lo pesada de su cuenta corriente. Escuchamos “me destapé otro Moet, mi perra viste de Chanel, estamo fresco, estamo bien, muchos billete de 100” y “cuando era ya un mocoso ya quería un Ferrari”.

Buena ‘vibra’

Muy activo y con buena vibra con sus fans, sorprendió como un trapero abierto al rock, el reggae, el funk y el reggetón en canciones como la compartida con Bizarrap, Rockstar, Si te sentís sola, Piensa en mí o Harakiri. Gracias, en parte, a que, al contrario que la mayoría de colegas –optan por disparar sonidos pregrabados o por un Dj–, apareció rodeado de un sólido cuarteto con batería, bajista y un guitarrista que también se atrevió con los teclados y que, en ocasiones, sonó como una banda de rock duro, a lo Led Zeppelin, ante el asombro de sus fans. Puede que resulte incomprensible para la generación de sus padres, pero Duky tiene el flow, ofrece espectáculo con proyecciones y llamaradas, sabe frontear, es una estrella en lo suyo y va acelerao, como demostró al final con Goteo y She Don’t Give a Fo.

El trapero argentino ayer, todo tatuajes y flow. Oskar González

En las antípodas se mostró Róisín Murphy, la estrella del icónico grupo de música electrónica Moloko, desde hace años agitando cuerpos y festivales en solitario. La irlandesa –camino ya de los 50 palos– se mostró madura y curtida en mil frentes y escenarios, dominadora de un repertorio que se convirtió en una sesión de baile sofisticada, elegante y sensual. Un baile sexy en manos de músicos orgánicos que no desdeñaron las máquinas y programaciones a la hora de proponernos un hilo musical de altura que rescató algún tema de su antigua banda.

En Kobetamendi logró lo que buscaba, que unas 20.000 personas bailaran extasiadas –“we move together, we groove together” es su propuesta– ante un espectáculo muy vistoso visualmente, ya que su pasión por la moda es tan grande como la musical. Aunque con menos cambios de vestuario de lo habitual, sí alternó accesorios, cascos, pelucas, sombreros, capirotes y gafas. Murphy, con su voz espectacular, nos agitó con su clase y una lección de funk y disco music bien creada e interpretada con picos en temas como Overpowered, The Universe, Something More, CooCool y Ramalama (bang Bang). Aunque su propuesta es claramente nocturna, la diva impuso la ley de Murphy a pesar de un problema final con el sonido.

Sesión vespertina

La organización se jactaba de que todos los géneros caben en el festival al defender la contratación de La Plazuela, el proyecto andaluz con el que iniciamos ayer una interminable velada, cuando arrancaba la tarde, en el escenario Txiki. Quizás exageren quienes hablan de los granadinos Manuel Hidalgo Sierra (Indio) y Luis Abril Martín (Nitro) como una de las revelaciones musicales estatales del año gracia a su disco Roneo Funk Club, pero visto su show nadie puede dudar de su gracejo, consistencia y falta de prejuicios.

Su “gente” se mostró muy cómplice con Duki. Oskar González

Hijos de Kiko Veneno y de la rumbita canallita de Los Chichos, se notó que el dúo se ha alimentado también del funk callejero, los teclados sinfónicos y cierta cobertura electrónica, como sus hermanastros como Califato ¾. Puede que les falten cosas por pulir, pero se/nos divirtieron con guiños al barrio, el calor estival (nuestros 30º para ellos es casi pasar frío), los deseos de huida, la salud mental y hasta el hambre en canciones como Realejo Beach, con vocoders y funk a lo Daft Punk; Peíname Juana, con unas guitarras calcadas a Bailando, de Alaska y Pegamoides; El lao de la pena o La antigua judería, a caballo de rumba y tanguillos al ritmo de Chemical Brothers.

Tras los andaluces, el escenario secundario acogió a la banda madrileña Morgan, liderada por los teclados y, sobre todo, la dotada voz de Nina. Con el respaldo instrumental de Paco López, David Schulthess y la potente pegada del euskaldun Ekain Elorza a la batería, confirmaron en su regreso al festival – y tras la reciente gira como teloneros de Fito y Fitipaldis– la contundencia de su propuesta ante un público reducido, quizás por lo cercano de sus últimas y reiteradas visitas a Bilbao.

Entraron emulando las guitarras pinkfloydianas de David Gilmour, con Nina, casi siempre tras su teclado, en una esquina del escenario. Su bolo sonó solvente y clásico, imbuido del espíritu de la música de los 60 y 70, libre de modas y fiel a la filosofía de una banda encapsulada en una burbuja temporal. Alejado de toda sorpresa, el concierto se movió entre el hard rock de Paranoid Fall, el funk de Thank You, la psicodelia y el soul en su recorrido por sus tres discos, con el inglés como guía aunque con excepciones como la aplaudida balada Sargento de hierro.