SI alguien siente fascinación por la belleza de los coches, es Joseba Iraola, el piloto balmasedarra, campeón de España de Montaña y que lidera la escudería Euskal Selekzioa. Iraola acaba de volver de competir durante varias semanas en el Campeonato de Europa de Carreras de Montaña, donde el equipo ha quedado entre los tres primeros clasificados en la general, y pasará unas días de vacaciones en su localidad natal, antes de iniciar nuevos retos automovilísticos. Pero el piloto de carreras no ha querido dejar pasar la oportunidad de ver y disfrutar de la exposición Emoción, Autos, Arte, Arquitectura, que presenta el Guggenheim Bilbao y que está atrayendo a miles de personas de todo el mundo.

“Todavía no había tenido oportunidad de acercarme al museo, pero no me la quería perder”, confiesa Iraola mientras nos acompaña durante una visita en el Guggenheim.

La muestra, comisariada por el arquitecto británico Norman Foster, reúne 38 automóviles legendarios que aúnan en la segunda planta del edificio de Frank Gehry belleza, innovación, emoción y arte. Entre ellos, un espectacular Rolls Royce 40/50 Alpine Eagle, de 1914; el Bugatti Type 35 de 1924, vehículo que ganó más de 2.000 carreras en la década de los años 30; un imponente Cadillac El Dorado, de 1959 o un Ford Mustang PRJCT 50, de 1965.

Todos se ubican en el centro de las salas y están rodeados de obras de arte y arquitectura. Muchos de ellos se presentan por vez primera ante el público, dado que pertenecen a colecciones privadas o instituciones que las han cedido para la ocasión. De hecho, la logística de muchas de las piezas expuestas ha sido bastante compleja. “El traslado de los coches es un tema muy complicado, no es tan fácil como la gente piensa y mucho más, tratándose de coches de este tipo”, advierte el piloto, que sabe por experiencia las dificultades que los traslados conllevan, ya que corre habitualmente con un coche que es como un Fórmula 1, similar en cuanto a prestaciones y medidas al expuesto en el Guggenheim.

Recorrido

Comisariada por el propio Foster, se organiza en diez espacios del museo y siete galerías que abordan diferentes temas en orden casi cronológico, que parte de los inicios y continúa con las salas Comienzos, Esculturas, Popularización, Deportivo, Visionarios y Americana. Nada más entrar, Iraola se detiene en un Patent Motor Car, de 1886, el primer coche impulsado por un motor de combustión interna, que además fue conducido por una mujer. En agosto de 1888, Bertha Benz fue de Mannheim a Pforzheim en este coche, construido por su marido. Recorrió los 106 kilómetros del trayecto, lo que le llevó doce horas.

Pero al deportista vasco, en seguida se le van los ojos hacia un Bugatti, Type, 35 de 1924. “Ese es un coche ya de carreras, una joya artística. Sería un puntazo poder conducirlo”, confiesa Iraola. Con más de 2.000 victorias en distintas competiciones, tanto en los circuitos como en carreras de montaña, ha sido uno de los coches deportivos más exitosos de todos los tiempos. “En aquella época tenía mucho mérito hacer un coche así, ahora está todo más inventado; sabemos lo que funciona, pero estos fueron los pioneros de los coches de carrera”, explica el piloto vasco.

Durante el recorrido, Joseba Iraola recuerda sus inicios, también su primer coche, “un golf, que me compró mi padre cuando tenía 18 años”. Fue ciclista hasta los 27 años, corrió en categoría de aficionados. Llegó a ganar carreras e incluso disputó alguna prueba profesional, pero pronto volvió a su gran pasión, los coches. Ahora, conduce un BMW M2 en su día a día y un Nova en sus competiciones.

Cuesta pasar de largo por ninguno de los vehículos que se presentan en el Guggenheim, acompañados de las obras de arte. Como el Pegaso amarillo Z-102, que fue el automóvil más rápido del mundo en el momento de su lanzamiento en 1953. “Se adelantó a su época, ya alcanzaba la velocidad de 240 kilómetros por hora. Una maravilla, está supercuidado, con las batallas e historias que tendrá, parece mentira que esté en estas condiciones”, añade Iraola, quien también se detiene ante las esculturas de Henry Moore y Calder, que simulan las curvas de los coches.

Pero si hay una sala en la que disfruta más el piloto vasco es la que reúne los deportivos más espectaculares de toda la historia: el Mercedes Benz 300 SL, de 1955, que parece que va a volar con sus puertas que se abren hacia arriba; el Aston Martin gris que manejó James Bond en Goldfinger, dotado con dos ametralladoras, escudo antibalas retráctil y asiento eyectable por si había que salir huyendo.

Y, sobre todo, con el Ferrari 250 de 1962, que pertenece al batería de Pink Floyd, Nick Mason, que vino personalmente al museo bilbaino para estar presente en el montaje. Es el coche más caro del mundo, solo se puede encontrar entre 20 y 30 unidades, por lo que el precio de uno de ellos puede ascender a 40 millones de euros.

“Es muy difícil elegir alguno entre toda la exposición, pero si tuviera que hacerlo, elegiría éste y el Fórmula 1, que es muy similar al que yo corro en cuento a prestaciones y dimensiones”, confiesa Josu Iraola, mientras se escuchan en las salas el rugido de los motores de los coches. “Así es como suenan en la realidad”, comenta el piloto vasco.