Con un pie en el punk con retranca y otro en el blues, Siniestro Total ha hecho historia en las últimas décadas. Esta semana, el viernes 6 y el sábado 7, se despedirán de los escenarios en el WiZink Center de Madrid con dos citas en las que participarán miembros históricos que han pasado por la banda y que llevan por nombre 40 años sin pisar la Audiencia Nacional. “No acabamos con el rock, pero le dimos una buena hostia”, asegura su cantante, Julián Hernández.

En los inicios cantaban: “Te quiero pero no aguanto más”. Podría verse como una metáfora respecto a la despedida.

—Bueno, es solo dejar los escenarios pero en el resto Siniestro sigue existiendo como marca y sacaremos algunas canciones más que hay por ahí. Todas anticomerciales. Pero pensándolo bien, sí puede ser eso que dices, que nos gusta pero no aguantamos más (risas). Sobre todo cuando nos juntamos todos en la furgoneta.

Coger la carretera superados los 60 tiene que ser duro.

—Llevaba tiempo anunciando que con esa edad, yo me apeaba; y voy para 62. Además, se metió la pandemia por medio.

¿De qué manera afectó?

—Con los protocolos en la mano no podíamos hacer conciertos sentados, con separación y mascarillas. Conociendo a nuestra peña, a la tercera canción las sillas estarían volando por los aires y los pobres seguratas corriendo por su vida. Al final, perdimos la inercia. Nos está pasando a muchos, El Gran Wyoming incluido. Dijo que tururú.

Cantan ser “Muy fans del desenlace fatal”. Para algunos fans lo será.

—(Risas). Es que 40 años es mucho. Hasta aquí llegamos, está todo contado. Ante todo, mucha calma, hay que tomarse esto con más tranquilidad, carallo.

Es ley de vida. ¿Qué balance hace de estos 40 años?

—Uff, buena pregunta. ¿Cuánto tiempo tengo? Vendimos 10.000 copias de nuestro debut, que en aquel tiempo en el ámbito independiente fue una barbaridad y significó el despegue de DRO. Eso sí, nuestras cifras no fueron nada comparadas con otros grupos de la época como Gabinete o Nacha Pop, que nos pasaron por el arcén.

Han vivido múltiples etapas, mejores y peores...

—Lógico al tener una carrera tan larga. Los altibajos son obligados. El Disco de Oro llegó con En beneficio de todos, en 1990, y el directo. Si consigues mantener una carrera cuatro décadas y sobrevivir, ya me parece un éxito. En los últimos años nuestro batería se puso enfermo y vivimos varias vicisitudes, algunos jaleos y proyectos muy poco comerciales.

¿Qué epitafio se le ocurre para el grupo?

—Me aplico la frase de Bogart: Nunca hago planes con tanta antelación.

Resulta innegable que Siniestro son ya historia.

—No lo tenemos tan claro, somos un grupo de zona intermedia, lejos de Radio Futura o El último de la fila. Incluso de Dover, que con Devil came to me vendió cientos de miles de copias y arrastraron a otros grupos indies, la mayoría cantando en inglés, excepto Los Planetas.

No me refiero solo a ventas.

—Si lo miras desde ese otro punto, quizás sí tengamos más sitio en la historia.

En teoría, el punk surgió para agitar el rock, para casi acabar con él.

—Sí, el plan era acabar con el rock’n’roll; del todo no acabamos, pero le dimos una buena hostia (risas).

Y lo ha rematado el reguetón y el electro-latino.

—Es incuestionable que el rock ya no tiene la influencia cultural generacional de antaño. En el último año han cumplido medio siglo obras maestras de Jethro Tull, Pink Floyd, The Who, Marvin Gaye, Carole King o Fleetwood Mac. Y de estilos distintos. Fueron una gran influencia para la cultura general, incluido el cine o el cómic.

Parecemos viejos chochos.

—Pues sí. Pero lo más vendido en Reino Unido en 2021 fue Rumours, de Fleetwood Mac.

Ese deseo de demolición de Siniestro acabó llevándoles a los orígenes, a la música negra, al blues...

—No quedó más remedio. Al principios escuchábamos a Beatles y los Stones, y vimos que hacían versiones de Chuck Berry y Muddy Waters. ¡Manda cojones! Lo hicimos por la fascinación por la gente que inició el oficio al que nos dedicamos.

¿Joey Ramone o Muddy Waters?

—Si me lo pones entre el punk y el blues, sería más difícil, pero a Waters antes que a Joey (risas).

En 40 años han vivido varias vicisitudes y abandonos. De hecho, usted es el tercer cantante.

—Sí, y tuvimos tres bajistas y otros tantos baterías. A ver quién lo supera... Es que tras irse Miguel, Soto dijo que él era guitarrista y que no quería cantar. Por descarte, me tocó a mí. Una tragedia como otra cualquiera.

La despedida llega con el nombre de ‘40 años sin pasar por la Audiencia Nacional’. ¿Cómo lo han hecho?

—No sé... Compañeros como César Strawberry no lo lograron. Él me contaba que coincidía en los pasillos de la Audiencia con Luis Bárcenas. La Justicia española tiene un serio problema con la judicialización de cosas como un tuit de un grupo de metal-rap. Es absurdo, tiene mucho trabajo que hacer, empezando con el rey emérito. ¿Qué hacen ocupándose de gualtrapas como nosotros? Que trabajen en cosas serias.

Si echa la vista atrás, ¿se autocensuraría? Hay canciones que hoy sí podrían sentarle en el banquillo.

—Tienes razón, pero no nos autocensuraríamos. El problema es la amplificación de todo en estos tiempos.

¿Redes sociales?

—Sí, son crucifixiones públicas. Y la Justicia y el Estado español son muy sensibles a la opinión pública. No se le puede hacer caso ante crímenes o violaciones, y legislar en caliente. Que se aplique la ley y pensar luego las cosas.

¿Nos ofendemos más que antes?

—Antes también pasaba. En nuestra primera actuación en Vigo había docena y media de personas y al cantar Matar jipis en las Cíes se fueron una docena. Solo quedaron amigos nuestros.

‘Ayatolah!’, por ejemplo... Habría que tener valor para hacerla hoy.

—¿Por qué? Si acaba diciendo Ayatolah! mola. No nos metíamos con el Islam aunque sí tiene truco. Es una cuestión de retranca.

Siempre ha estado en Siniestro, en su gusto por la cultura popular, de la picaresca a Quevedo. Usted es un tipo instruido.

—Eso no me lo dices en la calle (risas). A mí me gusta leer, pero es por interés. No sabes lo bien que resulta para ideas de letras. Nuestras canciones son la prueba evidente.

De un concierto de despedida han pasado a dos.

—Que fuera el último resultó un reclamo brutal y se acabaron las 12.000 entradas rápido. Y desde el WiZink pusieron a la venta otro día cuando se les cayeron los Harlem Globertrotters. Lo hicieron sin contar con nosotros y para el segundo día va bien la venta pero será imposible llenarlo. Es nuestro mayor éxito en ventas aunque hayamos tocado para más gente en la Mercé, San Isidro o en Aste Nagusia bilbaina. Eran conciertos gratuitos.

¿Por qué no una gira? No sé si van a poder volver a Vigo.

—Nosotros nos llevamos Vigo a Madrid. Cuando el Celta juega una final de Copa, nadie protesta por coger una autobús e ir a Bratislava. Además, en Vigo no hay un recinto con el rollo técnico del WiZink y, para acabar, los andaluces y castellanos también están un poco más cerca. Los que estáis a tomar por el culo sois vosotros.

Echo en falta un concierto en el BEC de Barakaldo con los Distorsión de El Ganso como teloneros.

—Eso habría molado mucho, es verdad.

Resultará difícil cerrar un repertorio de despedida.

—Nunca fue fácil hacerlo. Teniendo un disco reciente es más sencillo, pero hay que pensárselo mucho. Será un concierto largo, por lo que manejamos una horquilla de entre 40 y 50 canciones. Es una barbaridad que prueba nuestra generosidad con los fans (risas). Los Stones no llegan a 20.

Tampoco tienen algunas de un minuto de duración.

—Alguna caerá, pero si hacemos todas esas morimos en escena (risas).

¿Tiene alguna favorita, que crea que defina mejor al grupo?

—No. Sé que es un tópico pero son como los hijos. Los quieres igual salgan feos o guapos. Yo tengo cuatro gatos y uno es un antipático de cojones pero le quiero al que más. Sí sabemos las que funcionan mejor en directo y las que nos apetece tocar aunque sean menos conocidas.

¿Cuánta gente se subirá al escenario? Han llamado a antiguos miembros que han pasado por la banda... Miguel Costas [segundo cantante tras Germán Coppini] estará ¿y Alberto Torrado?

—Irán los que pueden estar. A Miguel le invitamos con la condición de que se pegase la paliza de estar todo el concierto y está garantizada la presencia de dos bajistas, Alberto y Segundo Grandío. El primero solo cantará.

Usted sigue publicando libros.

—En este caso, Folla con él, un cancionero comentado de nuestras versiones. Lo edita Trama Editorial, que se dedica a libros muy serios. Al final, con ayuda de Iñigo García Ureta, que es de Bilbao, se ha convertido en un ejemplar con la letra en una página y los comentarios sobre la canción en hasta 10.

A alguien que nos ha hecho disfrutar y reírnos tanto solo restar darle las gracias.

—Hombre, gracias por las gracias, pero, de verdad, de nada. Lo digo de corazón. No ha sido un esfuerzo, sino un placer y un honor.

“Será un concierto largo, de entre 40 y 50 canciones. Es una barbaridad que prueba nuestra generosidad con los fans (risas)”

“En nuestra primera actuación en Vigo había docena y media de personas y al cantar ‘Matar jipis en las Cíes’ se fueron una docena”