conocí al Padre José Ramón Scheifler hacia 2014, de la mano del matrimonio formado por Rosa Aróstegui y Santi Laprada, habituales las tardes del Alaska. Rosa, eterna estudiante de Teología y fan incansable del viejo exégeta de la Biblia, que in illo témpore se convirtió de hecho, en palabras del propio teólogo, en una especie de secretaria del mismo y su más importante consejera en temas mundanos.

Nuestro acercamiento en el Alaska, en torno a un cortado, se debió a la visión positiva que compartíamos respecto al legado del pueblo judío, frente a la crítica política de los demás por la situación palestina.

Rosa propició que una buena mañana, el Padre Scheifler me recibiera en su despacho de la Universidad de Deusto y, desde entonces hemos coincidido, prácticamente a diario.

Si algo hay que destacar de Ramón Scheifler son sus tres prioridades vitales: su amor por el pueblo vasco; su admiración por el pueblo judío; y su afán por hacer racionable creer en Dios. Sin que su orden de exposición suponga jerarquización alguna en importancia de las mismas.

Ramón nació el 9 de julio de 1920 en Bilbao, en el número 3 de la calle Barroeta-Aldamar, esquina con Ibáñez de Bilbao, muy cerca de Sabin Etxea, en el seno de una familia de ascendencia cultural alemana. Su abuelo paterno, Gustav, era de Blottendorf, en la Bohemia del imperio austro-húngaro, actualmente Chequia, y fundó la Ferretería Alemana (posteriormente La Bolsa) en el número 13 de la calle Santa María del Casco Viejo. Su padre, Gustavo, abrazó el nacionalismo vasco en su juventud, militando, primero en Comunión Nacionalista Vasca y luego en el PNV.

En 1937, tras la caída de Bilbao, la familia de Ramón Scheifler se refugió en Pessac sur Dordogne, Aquitania, Francia. A menudo, Ramón afirmaba que no se explicaba de dónde había sacado su padre el espíritu nacionalista que le caracterizaba porque su abuela, aunque vasca (Urrutia), no profesaba mucho el credo nacionalista, gustando más de frecuentar ambientes liberales y hasta socialistas, siendo Félix Unamuno, el hermano de Miguel, uno de sus más asiduos amigos.

El amor por lo vasco, sus simpatías por el PNV y su implicación con el ideal nacionalista vasco los heredó de su padre, al que le gustaba escribir pequeñas obras de teatro ambientadas en la Bizkaia rural. Siendo de destacar, en tal sentido, vivencias como las siguientes:

Ramón visitó al lehendakari Agirre en París en 1959, un año antes de su fallecimiento, y tuvo la primera noticia de ETA del propio Agirre: “Pero qué quieren estos chicos”, le manifestó, tras comentarle la conversación, que tuvo con uno de ellos en París.

También mandó a Xabier Arzalluz a formarse a Alemania, tal como él mismo escribió con motivo del fallecimiento del líder nacionalista: “y te dije: ‘Xabier, vete a Alemania y empápate del espíritu centroeuropeo. Después, enséñalo a nuestro pueblo. Somos un pueblo antiguo y singular, pero europeo”. Y fue Xabier Arzalluz quien un día le hizo salir de Deusto a las 12 de la noche provisto de roquete y estola para que le acompañase a un destino desconocido. Solo en el camino le confesó que iban al cementerio de Zalla a hacerse cargo de los restos de Sabino Arana y trasladarlos a Sukarrieta. Pasaron toda aquella noche en vela con esta misión.

Por otro lado, sentía una infinita admiración y simpatía por la cultura judía y el Estado de Israel. Recordaba con especial cariño su estancia en el Jerusalén de los años 50, donde pasó temporadas viviendo y trabajando en kibutz de judíos originarios de Centroeuropa de ideología socialista porque en los de los judíos ortodoxos no querían a cristianos, y a los sacerdotes católicos les escupían. Allí, vio la disciplina, el trabajo y las ganas de crear un país. Algo que él deseaba ver en Euskadi.

Asimismo, tenía a gala que durante su estancia en el Instituto Bíblico de Jerusalén, de la Compañía de Jesús, en 1958 celebró el décimo aniversario del Estado de Israel en compañía de David Ben Gurion y de Lord Rothschild. Habiendo participado, tiempo después, de las celebraciones religiosas del Yom Kippur en la sinagoga de Baiona, por cierto donde se halla el mayor cementerio judío de Europa, bailando con la torah y la biblia en compañía del rabino de Baiona.

Esta cercanía con el pueblo judío no le hizo olvidar al pueblo alemán, tan próximo a él por razones obvias. En Alemania estuvo varias y repetidas veces, y siempre centralizado en Münster, en la Westfalia. Primero durante su formación como jesuita en el centro Haus Sentmaring, y posteriormente como sacerdote atendiendo los campos de refugiados de alemanes desplazados de los antiguos territorios prusianos, especialmente de Silesia. Esta experiencia, tras la Segunda Guerra Mundial, fue muy dura. Gentes que no tenían nada, que habían perdido a toda su familia o a muchos de sus miembros en los frentes y después en la represión tras la guerra de mano de los nuevos amos. Abundando las mujeres solas, con sus maridos e hijos muertos, donde unos querían huir donde fuese, otros se querían suicidar y a él le preguntaban dónde estaba Dios.

Sí, Dios. Dios ha sido el centro de su estudio y el motor de su vida. Para servir y amar a Dios hay que servir y amar a las personas, como Jesús nos muestra en el Evangelio, hay que buscar la verdad y ser libre, solía decir.

Con motivo de su 75 aniversario en la Compañía escribió: “Desde el primer día, he tratado siempre de buscar con tesón la verdad donde esté, pese a quien pese y caiga quien tenga que caer. La verdad siempre y en todo, desnudo de todo prejuicio y de todo otro, aun el más mínimo, interés.”

“La libertad es el don más precioso que Dios nos ha dado junto con la vida. Y de los dos, el inferior es la vida. No hay acto verdaderamente humano sin libertad. Sin miedo a nada ni a nadie, sin la más mínima coacción interna.”

“La libertad se ejercita para ser persona y servir mejor a la sociedad. La persona se desarrolla sirviendo, pues ‘quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

Verdad, libertad y servicio, la trinidad de su vida, lo que da sentido a ésta. Lo que aprendió del Jesús del Evangelio.

Brindo por ti, Ramón, con el bridis que utilizó Jesús en la Última Cena: Lehaim!, ¡Por la vida!

* Abogado