Marta García Aller, profesora, periodista y escritora, se marca en su nuevo libro un paseo por el amor, las pandemias, la salud, el humor, las mentiras y la estupidez, entre otros temas que afectan a los humanos y que en ocasiones se pierden en un mundo mecanizado, tecnológico hasta el infinito y dominado por los algoritmos. Lo imprevisible, su último libro, va más allá de la estadística y de cualquier ley de probabilidades. La colaboradora de La Sexta y de Onda Cero explica cómo tendrá que lograrse un equilibrio que ponga a hombres y mujeres con los pies en la tierra.

¿Qué es para usted lo imprevisible?

Lo que nos pasa a diario, lo que nos está pasando ahora mismo con la pandemia y que demuestra que la vida nunca va a poder estar controlada por las máquinas, porque hay muchas cosas que la tecnología no puede controlar. El invisible hilo que une a todas esas cosas que se escapan de las máquinas es lo imprevisible.

Aunque esta pandemia se haya... pasado de imprevisible.

Y tanto, porque ha puesto el mundo patas arriba, pero la sensación de malestar e incertidumbre hacía tiempo que había llegado a occidente, mucho antes que la pandemia. Ese malestar tiene que ver con lo vertiginosos que son muchos cambios tecnológicos y con lo mucho que influyen en la calidad de vida y en el empleo, en la economía.

Unos cambios que han llegado para quedarse, porque ningún sector se libra de ellos.

Ninguno. Fíjate cómo ha influido en la televisión o en el resto de medios de comunicación. Pero llegando al punto en el que estamos hoy, pensamos que siempre hay cosas que pueden cambiarse con la tecnología, pero nos hemos dado cuenta que hay otras que escapan a su control.

¿Pueden escaparse los sentimientos a ese control tecnológico?

Puede ser así, pero hay sentimientos que son muy predecibles en el humano y hay algoritmos que utilizan nuestros sentimientos para conseguir sus fines y vendernos un objeto o incluso una idea. Uno de esos sentimientos que los algoritmos controlan por culpa de los humanos que están detrás de determinadas empresas es el odio, la polarización. Hay muchas redes sociales que potencian la polarización de la opinión pública.

Quizá no sea una cuestión de algoritmos, sino de que nos dejamos convencer por determinados mensajes.

Es posible, pero el odio es un sentimiento muy humano y contribuye a que determinadas cosas se hagan más virales. Además, enfadar a los humanos no es tan complicado.

Le recuerdo que no solo nos enfadan las redes sociales y los mensajes virales, también lo hacen los informativos, por no hablar de algunas tertulias.

Sin negar lo que afirmas, creo que influyen más las redes sociales, y por eso es tan fácil que se polarice la opinión pública en política y en manifestaciones de odio. Tiene que ver con cómo funciona nuestro cerebro. Es de eso de lo que se aprovechan las redes para lanzar mensajes que no ayudan en nada a que vivamos mejor informados ni con más tranquilidad.

En 2017 escribió usted El fin del mundo tal y como lo conocemos

No tenía la pretensión de ser profeta, y nada tenía que ver con lo que estamos viviendo desde marzo de este año. De lo que hablaba en ese libro era de tendencias que se estaban agotando porque eran obsoletas. El coronavirus puede acelerar algunas cosas de las que hablaba, y una de ellas era el dinero en efectivo. Recuerdo que en 2017 era una afirmación que a mucha gente le sorprendía, y se llevaban las manos a la cabeza cuando les decía que íbamos hacia el dinero digital. En ese libro también hablaba del teletrabajo, del fin de las oficinas.

¿De verdad cree que todos nos vamos a quedar en casa trabajando?

Está por ver, pero el teletrabajo ha llegado de golpe impuesto por una situación no prevista y no se sabe cómo evolucionará. Depende de tantos factores... En el libro que citas también hablaba del final del petróleo, que no será ahora, ni ya, pero en el futuro habrá que mover el mundo con energías renovables si queremos que el planeta nos sobreviva.

Hay mucha gente que no ve el teletrabajo en positivo. ¿Le parece un mal sistema?

Es malo no poder tener relaciones humanas en persona, y ya vemos que las pantallas han sustituido a muchas de nuestras relaciones cara a cara.

También han sido una ayuda...

Sí, claro, han ayudado a un confinamiento con menor soledad, pero también se ha demostrado que hay algo que las máquinas no son capaces de transmitirnos. Quizá por eso, todos nos hemos asomado a la ventana o hemos salido a balcones y terrazas a buscar al vecino.

En algunos casos, casi desconocidos.

Con algunos ni habíamos hablado, eso seguro, pero tener personas cerca que estaban experimentando lo mismo era reconfortante. Eso no lo sustituye ninguna máquina. Pienso que hay algo en nuestro factor humano que escapa a la tecnología y que no todo en nuestras vidas es cuestión de algoritmos de precisión. Hay un calor humano que seguimos valorando mucho y que no es posible encontrar en una máquina.

Muchos pensarán que usted se pone en contra de las tecnologías.

Por supuesto que no. Es como si me declarara en contra del lavavajillas o la televisión. La tecnología está con el humano desde que se inventaron el hacha, la rueda, o el fuego, sin ir más lejos. La tecnología ha transformado la sociedad siglo a siglo. Lo que digo es que es necesario conocer la tecnología para poder usarla bien. Calentar puede servir para quitarle la vida a alguien.

Y no es culpa del hacha, ¿no?

Exacto. Eso todos lo entendemos muy bien. Con la inteligencia artificial pasa lo mismo, pero está cambiando el mundo tan deprisa que a veces cuesta entender qué es lo bueno y qué es lo malo. Si todo esto lo dejamos en manos de los expertos y la sociedad civil no sabemos lo que nos jugamos, entonces sí que corremos peligro. La división que nos han enseñado de ciencias y letras cada vez se sostiene menos.

Dicen que vamos a una sociedad sin emociones.

¡Qué va!

Perdone, pero parece un contrasentido.

¿Sí? Pues mira el confinamiento. En la mayoría de las casas había pantallas, televisiones, ordenadores, pero, ¡cuánto echábamos de menos la piel humana, los abrazos, la emoción de mirarnos a los ojos! Se echaba de menos la risa, el quedar a tomar un café, el contacto con otras personas... Creo que hay que bajarles los humos a los algoritmos.

¿Les ha cogido manía?

No, por supuesto que no, pero creo que a veces no saben tanto como se creen que saben los expertos que los manejan. A veces ves esos titulares que dicen que llegará el día en que los robots lo puedan controlar todo, y... ¡en absoluto! Los humanos somos terriblemente complejos y ya quisiera la inteligencia artificial poder llegar a esa complejidad. Para empezar, las personas podemos ser estúpidas y los robots es algo que no comprenden: ni pueden, ni saben cómo convertirse en estúpidos. Ese es un arte solo reservado para los humanos.

Los medios de comunicación también se han convertido en compañeros inevitables en esta situación tan distópica que hemos vivido.

La televisión y la radio han sido referentes a la hora de hacer compañía a la gente, y también han subido mucho los periódicos, sobre todo los digitales. La gente ha buscado en los medios información y compañía. La gente buscaba respuestas ante una pandemia que pilló al mundo por sorpresa, y eso que había epidemiólogos alertando desde hace años de que algo así podía pasar. Es cierto que internet y la televisión han sido de una gran ayuda, pero está claro que faltaba el factor humano.

PERSONAL

Edad: 40 años.

Lugar de nacimiento: Madrid.

Formación: Estudió Humanidades y Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Realizó un máster en política europea en la Universidad de Bath (Reino Unido) antes de dedicarse preferentemente al periodismo.

Trayectoria: Ha trabajado en la BBC y en diferentes periódicos españoles. Tiene colaboraciones en La Sexta y en Onda Cero. Además, es profesora en IE Business School y en el ICADE.

Publicaciones: Ha escrito los libros La generación precaria (2006), ¡Siga a ese taxi! (2010), El fin del mundo tal y como lo conocemos (2017) y Lo imprevisible (2020).