BILBAO. Eñaut Elorrieta saldrá este viernes de "la montaña rusa" del confinamiento para ofrecer un concierto especial, en formato de dúo, con cámaras pero sin público, en el marco del festival virtual Sala BBK Etxean. Podrá seguirse en la web del equipamiento bilbaino y en TeleBilbao, desde las 22.00 horas, con un repertorio que el vocalista de Ken Zazpi centrará en su segundo disco en solitario, Irteera argiak (Elkar). "Tengo unas ganas locas de hacer música porque me cura el alma", explica Elorrieta, a la vez que pide a los Estados que apoyen a la cultura porque "es de todos, un pilar de la sociedad".

Los músicos están habituados a compartir carretera y conciertos ¿Se le está haciendo duro el confinamiento?

-Tiene momentos de toda clase porque es como una montaña rusa. Los hay buenos que vienen acompañados de perspectivas nuevas y de valorar las cosas de otras manera. Sí está cambiándonos un poco la mirada, algo que espero que perdure en mí.

¿Y lo negativo?

-Pues que te va minando la paciencia y la capacidad de concentración. No estamos hechos para vivir esta situación. El ser humano necesita salir a la calle, socializar, hacer deporte, tener contacto con la naturaleza... Esas faltas nos merman, noto el cansancio y, a veces, cierto enfado. Al principo me cogió todo de sopetón y ahora voy encajándolo.

¿A pesar del temor?

-Sí hay cierto estado de miedo generalizado, algo que nos pone en disposición de tragarnos casi todo. Con medidas que pueden entenderse como lógicas, aunque yo no sea científico, también nos meten otras que creo excesivas y no entiendo de ninguna manera. La última semana me he empezado a enfadar, y no solo es por el paso de los días. Es una cuestión reflexiva al ver que tragamos con cosas que no deberíamos.

¿Y qué hacer como individuo ante tales medidas?

-Ahí cada uno debe actuar con mucha responsabilidad. La situación es crítica y vamos a salir de ella remando todos juntos, de manera colectiva. Todos tenemos responsabilidad, pero entiendo que se nos ha intentado alienar e infantilizar.

Debe ser duro parar justo cuando se cuenta con un disco nuevo y se embarca uno en una gira con una gran aceptación que, de repente, debe paralizarse.

-Sí, estábamos muy contentos con la gira del nuevo disco, que se editó a finales de 2019, para la Azoka. Estábamos con los conciertos desde noviembre, viento en popa y a toda vela. Ha sido un chasco esta situación, con los conciertos cancelados. Primero los de marzo, luego los de abril, mayo... La situación es de incertidumbre total. He asumido que a esto no le vamos a dar la vuelta hasta después del verano, como muy pronto. Ha sido como una digestión lenta, ya que creímos que las medidas iban a ser puntuales y no se iban a alargar tanto en el tiempo.

Todo va para largo...

-Sí, está asumido. Lo he ido digeriendo y asumiendo que en una situación como esta hay otras prioridades, como la sanitaria. Según pasan las semanas nos vamos preocupando más y pensando cuándo vamos a poder hacer conciertos. Yo vivo de esto y he estado prácticamente dos años trabajando las canciones del último disco. Era la hora de tocar y rentabilizar ese esfuerzo. Nos preguntamos qué va a pasar y cómo influirá en el trabajo.

¿La incertidumbre es lo peor de la situación de los músicos?

-Claro, es lo que provoca el mayor bajón, ya que no tenemos una fecha de reanudación. Nadie lo sabe, y habrá que convivir con esa incertidumbre. Hay días que lo veo más positivo, otros ganan los miedos y lo veo peor... Como músico lo he vivido como un coitus interrumptus y, además, con un calado sanitario, social y político mundial muy importante que ha influido en todos los ámbitos de mi vida. Gestionarlo y ordenarlo, y dar la importancia que tiene cada cosa está siendo un trabajo inacabable. Desde el punto de vista musical y de mi carrera, ha sido una gran putada.

Verá el concierto de Bilbao como una gran noticia.

-Tengo unas ganas locas de hacer música; a mí me cura el alma de alguna manera, lo hecho de menos.

Eso sí, será bastante especial. Habrá cámaras, pero no público.

-Lo será, sí. La situación es un poco surrealista. Después de semanas metido en casa, cogeré la furgoneta, cargaremos las guitarras e iremos a un concierto vía streaming, sin público... (risas). A ver cómo lo vivo en tales circunstancias. Lo que sí tengo es muchas ganas y estoy muy agradecido, a todos los niveles, por esta oportunidad.

La mayoría de los intérpretes y grupos están actuando en formato de dúo.

-Así lo haré yo, ese era el límite que nos han puesto. Estaré con el guitarrista Rubén Caballero, que me ha acompañado en mis dos últimos proyectos. El repertorio lo basaré en mi último disco, pero también tocaremos canciones de mi primer disco y también alguna versión. Será un concierto de unos 40 minutos.

¿Han ensayado?

-Lo hemos hecho, y ha venido bien. Así me he dado cuenta de lo bien que me hace cantar, hacer música, compartir canciones... Es mi manera de estar en este mundo. Por ello, estoy con ganas de ir a Bilbao, aunque con la incertidumbre de cómo nos sentiremos en el escenario y sin público. Será especial, y para bien. Intentaremos transmitir las emociones de las canciones.

Esta semana ha participado en la huelga digital, junto a más de mil creadores y compañías vascas. Piden una reflexión sobre la situación de la cultura y su papel social, y medidas para no desaparecer.

-La crisis nos ha puesto frente al espejo, como individuos y como sociedad. Hemos visto lo mejor y peor de nosotros, desde cosas bellísimas a otras muy cutres. Y ha mostrado las carencias que ya arrastrábamos en el ámbito de la cultura. El coronavirus lo ha llevado al extremo y es como una prueba de resistencia. Lo no asentado y que estaba en precario, como la cultura, ya ha caído. Y si no se ponen medidas de más calado y a largo plazo, más allá de las ayudas puntuales de emergencia, que siempre vienen bien, seguiremos con los mismos problemas.

Aunque ahora se consuma más cultura que nunca. Es curioso.

-Así es, contrasta lo que dices. El desajuste es exagerado. La cultura sí está muy unida a esta sociedad, está arraigada emocionalmente, unida a los movimientos e iniciativas sociales, se consume mucho... pero estamos en una situación de trabajo muy precaria en general. Y se ve unida a un entretenimiento gratuito. Llevamos muchos años intentando darle valor y que se vea como más perspectiva y calado.

¿Preocupado?

-Pues sí, pero no solo por la suspensión de conciertos, sino porque ahora vemos a qué se le da importancia y es prioritario. A la cultura se le debería dar más valor, ponerla en el centro. Este país debe tomar medidas para apoyar a los creadores y mejorar sus condiciones laborales, pero también al ecosistema, a todo lo que está alrededor: organizadores de conciertos, quienes ayudan en la promoción, periodistas... Es mucha gente. Esa es la perspectiva del problema; y hay que tomar decisiones de calado. Los Estados deben mirar a la cultura por encima de desavenencias políticas e ideológicas, como sucede en Francia, donde no digo que sean perfectos. Allí existe la costumbre de verla como un bien de país, se le da más valor que en el Estado y Euskadi. La cultura es de todos, cuestión de Estado y pilar de la sociedad.