Con poner un solo pie en alguno de los cuatro pisos del edificio de Musikene se puede escuchar una batería de jazz a pleno rendimiento, un arpa rasgando el viento y un piano interpretando una partitura de varios siglos de vida. Sonidos que no cesan a lo largo del día y que solo descansan los domingos por la tarde. El Centro Superior de Música de Euskadi es una fábrica de armonías prácticamente los 365 días del año en el que estudiantes de diferentes rincones del planeta se forman con profesores de prestigio internacional.

Hasta hace menos de tres años, los cerca de 400 alumnos de Musikene se repartían por diferentes puntos de Donostia y coincidían en el Palacio Miramar, un espacio reducido que actuaba como la sede principal del centro desde su apertura en 2001. Ahora, los estudiantes se pasean por un edificio moderno, con clases amplias, instalaciones de primera categoría, aulas insonorizadas para ensayar y un auditorio con capacidad para 420 personas.

Pero más allá de todo eso, los jóvenes músicos pueden por fin trabajar “bajo la luz del sol”. “Ha sido un cambio enorme a mejor para todos. El nuevo edificio ha conseguido que surjan sinergias entre los profesores y los alumnos, cuando antes muchos ni siquiera se conocían”, explica la directora general y académica, Miren Iñarga, en la zona de administración del centro, situada en la segunda planta, la única en la que la música parece apagarse. En este piso no hay aulas ni salas de ensayo. La administración comparte espacio con una mediateca a rebosar de partituras y libros musicales y varios muebles cedidos por la familia de Pablo Sorozábal. Un paréntesis en un edificio que rebosa música por cada uno de sus costados.

El edificio en sí mismo ya es una expresión del cuarto arte. Su fachada negra y dorada representa la forma de un piano; una clara invitación a descubrir un mundo lleno de sonidos. Dentro, todo, desde las conversaciones hasta los descansos, gira en torno a la música. En este ambiente, no es extraño encontrar a estudiantes almorzando en el comedor a la par que escuchan una canción en su teléfono móvil.

El centro abre sus puertas de lunes a sábado de 8.00 a 22.00 horas y los domingos hasta el mediodía. Y siempre está lleno. “Hacemos el día aquí. Si no estamos en clase, estamos practicando. Apenas descansamos”, cuenta un alumno alicantino que estudia batería de jazz, Carles Pérez, junto a su profesor Javier Juanco mientras ambos se preparan para tocar en el auditorio del edificio.

En esta sala, “la joya de la corona de Musikene”, artistas ajenos a la escuela, alumnos y maestros organizan sus propios conciertos. La actividad es tal, que el curso pasado se llegaron a realizar 154 eventos, prácticamente uno cada tres días. Da la sensación de que tantas horas dedicadas a la formación musical surgen de una disciplina casi militar, pero en realidad son los propios alumnos los que deciden pasar el tiempo libre junto a sus instrumentos. El madrileño Leonardo Moyano, por ejemplo, estudia tercer curso de piano y primero de dirección de orquesta. Los domingos por la tarde, como no puede acudir a Musikene, los dedica a sacarse el grado de Psicología: “Vine a Donostia a estudiar piano y Psicología, pero me picó la curiosidad de la dirección. Ahora, para poder hacer todo, tengo que dedicar a cada cosa su día, si no sería imposible”.

Para ponerles las cosas más sencillas, los estudiantes cuentan con taquillas de gran tamaño, que decoran con iconos de la música, donde guardar sus instrumentos para no cargar con ellos.

“Parece un palacio, tiene de todo”

La inmensa mayoría de los 390 alumnos (75 de máster) con los que cuenta en la actualidad Musikene se deciden por el centro donostiarra por su profesorado. Una vez allí, descubren unas instalaciones “magníficas” con las que completar su formación.

En el Centro Superior de Música de Euskadi hay 167 profesores, la mayoría (el 56%) con jornada parcial y todos en activo en el mundo de la música. Por este motivo, los horarios de las clases se actualizan a diario. De esta manera, si uno de los maestros debe dar una serie de conciertos en algún punto del mundo, puede pasar unas semanas sin pisar Donostia para a continuación dar clase varios días seguidos. Así, los estudiantes no solo se forman con músicos de primer nivel, sino que se empapan de todo lo que rodea a un profesional. Para hacer más real el mundo laboral, los jóvenes incluso disponen de salas de grabación en las que trabajar.

Buena prueba del poder de atracción que tiene el profesorado de Musikene es Christine Icart. Esta prestigiosa profesora francesa de arpa cuenta con solamente ocho alumnos a su cargo, entre ellos una cubana y una parisina, Liz Freon. “Vine a Musikene exclusivamente por ella. Es una de las mejores del mundo y quería conocerla”, cuenta esta estudiante de cuarto curso que piensa continuar sus estudios en Alemania o Suiza: “Pero recordaré la experiencia de Musikene siempre”. Además de Francia y Cuba, el centro tiene alumnos de grado de Argentina, Bélgica, Alemania, Perú, Portugal, Rumania y Ucrania y de Chile y de Japón en los máster. Aún así, la mayoría de los estudiantes (60%) proceden de diversos puntos del Estado. En lo que se refiere a los profesores, 25 son extranjeros de 15 nacionalidades diferentes.

No obstante, entrar en Musikene no es nada fácil. Aunque su matrícula no es excesivamente cara comparada con otros centros de música (aproximadamente 1.600 euros), sus pruebas de acceso sí lo son. De media, por cada curso acceden 82 alumnos cuando las solicitudes de ingreso superan las 300. Esto hace que en algunas clases, como piano, solo se abran las puertas a seis personas a pesar de tener picos de hasta 55 alumnos interesados. “Es muy difícil, pero una vez dentro las posibilidades de formarse son muy grandes. Cuentas con muchas posibilidades y es una buena forma de crecer”, explica Gustavo Díaz-Jerez, un profesor de piano tinerfeño que acude cada dos semanas a Donostia a dar clases. Una práctica que lleva realizando desde 2002, un año después de fundarse la entidad.

Con el objetivo de que los posibles alumnos descubran las instalaciones del centro -gran parte de los estudiantes que ingresan en Musikene lo hace con 18 años-, el edificio organiza jornadas de puertas abiertas. “Parece un palacio, tiene de todo. El edificio nos ha impresionado mucho, nada que ver con lo que tenemos nosotros”, cuentan varios estudiantes del Conservatorio Profesional de Utiel (Valencia), tras una visita.

Con estas posibilidades y con el entorno 100% musical que existe en el edificio, la percepción mayoritaria de los alumnos después de cuatro años de clases es que han sabido aprovechar muy bien su etapa formativa. La misma que tiene la directora del centro, que asegura que la mejor prueba de ello es “verles en orquestas de todo el mundo”: “Cada vez que leo que un exalumno va a dar un concierto en algún lugar, siento que una parte de Musikene está con él”.