GOYA cobraba unos 2.500 reales por un retrato, una cantidad suficiente para permitirle una vida desahogada (un médico de la época percibía con suerte 4.000 reales al año). Además de los realizados como pintor de cámara del rey, su actividad como retratista fue la más constante, ya que trabajaba para una clientela selecta que se los demandaba.
El Bellas Artes de Bilbao muestra hasta el 28 de mayo la exposición Goya y la Corte ilustrada que, a partir de 72 obras cedidas por el Museo del Prado de Madrid, reúne un total de 96 piezas con el objetivo de estudiar, por vez primera de forma monográfica, los años de Goya como pintor de corte. En esta exposición, la primera dedicada al pintor en Bilbao, hay también numerosos retratos, entre los que se encuentran once de personajes vascos que posaron por una o por otra razón para Goya y que se han reunido en una sección, extensión de la Corte a Euskal Herria entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Se desconoce si en alguna ocasión el pintor llegó a visitar el País Vasco. “Hay una anécdota que dice que Goya vino a Lekeitio a pintar a una familia. Eso no tiene ni pies ni cabeza. No tenemos datos para afirmar que pintó nada en Euskadi”, explica el historiador Aingeru Zabala. El Bellas Artes ha publicado con motivo de esta exposición el libro Bizkaia y la Corte en la segunda mitad del siglo XVIII, en el que el historiador analiza la relación de una serie de personajes vizcainos con la Corte en una amplia panorámica que refleja las costumbres y el estilo de vida de la época.
Ascendencia vasca Francisco de Goya y Lucientes nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos, donde sus padres, que vivían en Zaragoza, estaban de paso. La familia de su madre pertenecía a la hidalguía rural aragonesa. Los Goya, en cambio, eran de ascendencia vasca, aunque establecidos en Zaragoza desde mediados del siglo XVII. Su tatarabuelo, Domingo de Goya, nació en Zerain, en un caserío de esta localidad guipuzcoana. Por su profesión, se trasladó al pueblo aragonés de Fuentes de Jiloca para la construcción de la torre de su iglesia.
Se puede contar al menos con cerca de veinticinco retratos conservados y pintados por Goya de personajes de procedencia vasca, e incluso más si se incluyen a los descendientes de ascendencia vasca. “En el Museo del Louvre hay un retrato de la escritora y dramaturga bilbaina María Rita de Barrenechea y Morante, marquesa de la Solana y condesa del Carpio, realizado por Goya. Luego están los goyas discutidos, por ejemplo se dice que hay un retrato realizado por Goya del Almirante Mazarredo, aunque nadie lo ha visto”, explica Zabala. “Se cree que Goya realizó más de doscientos retratos, pero realmente no se sabe cuántos hizo. El artista era pintor de la Corte, y le decían a quién tenía que retratar. Pero, además, recibía encargos de particulares”.
Uno de los ejemplos más destacados es el que realizó al bilbaino Pantaleón Pérez de Nenín y que se ha convertido en uno de los más conocidos del pintor. “No era un militar brillante, ni era noble, ni la monarquía tenía ningún interés en él. Pertenecía a una familia acomodada, su padre era un pasiego de Santander que se casa con una chica de Deusto y termina haciendo dinero. Fue una persona singular; a su hijo mayor le deja el negocio. El que aparece en el cuadro de Goya fue su hijo menor, creemos que el padre pagó para que se integrase en el regimiento de los húsares de la reina María Luisa. Fue durante tres años Síndico Personero del Común en la villa; por cierto, terriblemente corrupto. Participó en el proceso de constitución de la Plaza Nueva y para eso había que comprar los fueros y el 50% de éstos estaban a nombre de su hermano y de él. Si eso pasa hoy, sería un escándalo”, relata Aingeru Zabala. “Me gustaría transmitir una cierta desmitificación, no de Goya, sino de los personajes que pintaba. No todos eran nobles, ni personajes destacados. Éste es el ejemplo de ello”.
Un retrato que nada tiene que ver con el que realizó al general don José de Urrutia. Goya muestra su simpatía o antipatía por el retratado o por lo que repr esenta socialmente. En Pantaleón Pérez de Nenín, la riqueza de la pincelada sobre sus ropajes muestra la evolución de la paleta de Goya, pero contrasta con la inexpresividad de su rostro. En el caso del general José de Urrutia, aunque se hallaba en la cúspide de su carrera, únicamente escogió para el retrato como símbolo externo de su prestigio su condición como capitán general, la insignia que recibió de Catalina la Grande. Su rostro es austero, recio, noble, nada que ver con el de Pantaleón Pérez de Nenín. Se nota una cierta empatía entre el artista y el retratado”. Porque el pincel de Goya no solo recogía las apariencias, también captaba el alma del retratado.