Henchidos de poder. Se consideran impunes. Ministros o secretarios de organización. Son lo mismo. Desvergonzados confesos. De izquierdas y de derechas. Triste empate en procacidad. La mácula imborrable del bipartidismo. A los escándalos rateros del triángulo (?) tóxico socialista le viene a restar un protagonismo deleznable la pirámide lobista ideada por el despreciable y comúnmente odiado Cristóbal Montoro. Una tregua minutera para Sánchez. Un golpe bajo para Feijóo. En suma, el descrédito compartido por los dos grandes partidos mayoritarios, embarrados hasta el tuétano en su inmoralidad. Y, desde luego, el pretexto idóneo para que afloren los populismos inadaptados al mínimo rigor democrático.

El PP busca cobijo para su turbación. Todo cortafuegos le resulta raquítico. La grave imputación del presuntuoso Montoro y su cohorte de enriquecidos colaboradores dinamita, por su indudable estruendo, el beligerante acoso popular que mantiene sin desmayo contra el ramillete de malhechores socialistas. Así seguirá, al menos hasta la próxima irrupción de la UCO y que lógicamente en Génova se espera ahora con una desmedida carga de ansiedad. La disculpa para sacudirse de una inesperada presión agobiante que les ha dejado descolocados cuando no aturdidos. Montoro se ha dado de baja en su partido de siempre. Mucho antes que Ábalos, sí, pero la huella de su ideario económico, principalmente en los momentos de mayor austeridad, tampoco puede borrarse de un plumazo. Por eso representa una pesada losa para Feijóo.

Este exministro siempre ha acumulado los deméritos suficientes para acumular legiones de enemigos de todo rango. Por eso ahora, al quedarse desnudo con sus embarazosas imputaciones, se le acumulan los vengadores con el cuchillo entre dientes. El precio letal de su indisimulada pedantería que lo acabará pagando la imagen del PP. Ese chulesco engreimiento que solapaba, en paralelo, la insolente maquinaria de una corrupta red clientelar de bastardos intereses económicos. Una pirámide sostenida desde una única ambición millonaria, compartida por servidores públicos abyectos y empresas corruptivas. Otra trama ya sospechosa en 2017, pero que nadie con el poder suficiente quiso desbaratar. Ocurría con Ábalos: su tren de vida y de exigencias familiares desbordaban su sueldo ministerial. Nadie se preguntó por su milagro mensual de los panes y los peces.

Igualados en golfería, los aludidos quieren liquidar sus cuentas pendientes debatiendo sobre las categorías y las fechas de sus delitos. Como si fueran una eximente. Como si el votante tuviera dificultades para escrutar las desvergüenzas. Sin darse cuenta unos y otros que simplemente con sus tropelías arrojan paladas de descrédito a la vida política. La delictiva utilización de un ministerio y de un poder orgánico, como han hecho con tamaña desfachatez durante años afiliados del PP y PSOE, para tramar sus respectivas redes de favores ilegítimos, rebaja a mínimos sangrantes la indecorosa imagen de la política española. 

Aún puede ser peor 

Más allá del hastío que provoca este engorroso fango de la corrupción, todavía puede empeorar esa deleznable proyección de algunos partidos. La ultraderecha se encarga de ello con absoluta facilidad. Ahí están los grotescos sucesos de Torre Pacheco. La radicalidad exhibida en la caza irracional del inmigrante atormenta. Pero también advierte de un arriesgado escenario que puede mimetizarse sin demasiado esfuerzo en cualquier otro pueblo abonado por esas tesis xenófobas que se siguen propagando con inusitada rapidez. Esos polvos que se transmiten por algunas intervenciones parlamentarias de Vox, que tienen luego unas permisivas correas de transmisión con su fácil llegada a determinados públicos juveniles, traen lodos tan farragosos como los vividos en la tierra murciana.

De nuevo la inmigración como arma política, nunca como mandamiento de convivencia y de derecho humano. Por ese debate partidista se cuela la pelea soterrada entre las dos almas de la derecha que no lo pueden evitar por culpa del manoseado trasvase electoral que tanto les atenaza. En cambio, a la izquierda, el racismo impenitente de Vox y los dubitativos posicionamientos del PP, le aportan un ejemplo ilustrativo para demostrar sin esfuerzo cuál sería el devenir de un cambio de signo en la actual mayoría parlamentaria. Mientras, la mayoría de las autonomías siguen orillando, sin demasiado rubor y con un marcado acento ideológico, su inaplazable responsabilidad en la distribución de inmigrantes. Las desvergüenzas nunca caminan solas.