LOS Cantos del diablo, del pintor Aitor Etxeberria (Mendaro, 1958), expuestos en el claustro gótico de Santa María de Deba, son suaves, dulces, insinuantes, llenos de melodías agridulces, escritos en tono menor, con sintaxis abstracto líricas, y cargados de azules, verdes, rosas y morados, que son como insinuaciones a penetrar en un mundo de formas y concatenaciones armónicas, llenas de calma, placer, y de alegría reposada. Se respira en toda su pintura como una cierta melancolía que conecta con la mejor pintura vasca clásica, al mismo tiempo que conecta con la vanguardia del grupo Gaur, y últimamente con un intento de creación de nuevas formas y figuraciones, más conceptuales y contenidas.

En el claustro se advierten claramente como don series, relacionadas entre sí, Inguruak (Alrededores, 2014-15), y Gravitaciones (2015). La primera, de más abstracta lírica, la segunda, aún dentro de la misma gama cromática, más conceptual, de formas más cerradas en sí mismas, y contenidas. A nosotros nos ha interesado más la primera que la segunda, porque en ella ha logrado obras más complejas y polisémicas, cargadas de azules y rojos, de mayor intensidad y de formas más macladas entre ellas. Como la última reproducida en el catálogo, que lleva textos de Luis Candadaup y de Pedro Bengoetxea.

La segunda serie Gravitaciones (2015), que parece el inicio de una nueva etapa, y por ende más experimental, parece más conceptual y hermética. Sus formas se asemejan a personajes y formas antropomorfas, y a arquitecturas arqueológicas, suspendidas en el vacío o el éter, que poseen ciertamente su misterio y su magia, pero que se cierran demasiado en sí mismas.

Aunque nosotros no somos quién para indicarle al pintor por dónde debe discurrir su pintura, nos atrevemos a recordarle, frente a los maestros de la Escuela, que no siempre lo más novedoso resulta ser lo más nuevo, y que como decía Picasso, lo más antiguo es lo más moderno, y que en los orígenes del Arte, primero fueron los signos y los símbolos, y después la figura, y no al revés frente a todo lo previsto y lo creído.

Con todo, la pintura de Aitor Etxeberria, de carácter musical y sinfónico, de tonos verdeaguamarinos, logra en muchos momentos de su producción altas cotas de calidad y de suaves energías visuales y poéticas.