Se sientan en una silla. Tienen entre 87 y 101 años. El pintor se sitúa frente a ellos. Hay un lienzo en blanco, una habitación vacía y un reloj al fondo marcando su tic-tac. Dos horas. Una vida. Un retrato que la refleje. Cuando Félix de la Concha finaliza el cuadro, ellos se miran y reaccionan. "¡Hombre! Oye, pues me parece estupendo, ¿eh?", exclama Amador Orio. No se buscan las imperfecciones, no tienen inconveniente en el gesto reflejado por el autor. Félix de la Concha ha realizado muchísimos retratos a lo largo de su trayectoria y se ha hecho algo psicólogo. "A partir de los 40, la cosa se pone un poco más difícil, la gente quiere verse joven". Ellos quizá pasaron por esa época, ahora cada arruga del rostro les acerca a momentos inolvidables de sus vidas.

En realidad, su reacción ante el cuadro es tan sólo una anécdota. El valor de los siete retratos que ha pintado Félix de la Concha y que pueden verse en la galería de arte Epelde & Mardaras hasta el 17 de abril es que han sido creados en un tiempo límite, durante una conversación y grabados al mismo tiempo por una cámara de vídeo. El documental La historia más larga de Bilbao jamás pintada, que se presentó en la última edición de Zinebi, refleja el proceso de creación de los cuadros y recoge retazos de la biografía de estos bilbainos.

holocausto "Los retratos -explica la galerista Emilia Epelde- están realizados a la prima, un término italiano del renacimiento que se refiere a esas pinturas creadas en una sesión continua, sin interrupciones y en un tiempo determinado". No es la primera ocasión en que Félix de la Concha utiliza este modus operandi. Él vive en Pittsburgh, Estados Unidos, y pintó los rostros de algunas de esas personas que vivieron su infancia en un campo de concentración. "Me pareció un privilegio poder tener ese testimonio vivo. Además, a esa edad es frecuente que muchas personas se lancen a contar aquellas cosas que enterraron durante su vida", explica a través de una video-conferencia.

Su amistad con la galerista Emilia Epelde, y una visita a Bilbao por motivos personales le llevaron a plantearse un trabajo similar en la capital vizcaina. "Esta vez no quería que fuesen supervivientes de un hecho concreto sino personas corrientes y de avanzada edad", explica. "Tuvimos una gran suerte de encontrar a siete personas que rondan los cien años y que tienen experiencias de vida tan distintas".

El documental no relata sus biografías, sino que recoge algunas de sus experiencias de vida, sus opiniones sobre aspectos tan variados como el conflicto vasco o la construcción del Guggenheim e incluso alguna que otra canción.

Ante la cámara y el trabajo de Félix de la Concha, muchísima naturalidad. "Coloqué una cámara no muy grande, que recogiera el lienzo y al mismo tiempo la figura de la persona que tenía delante. Me contaron unas historias que no tienen desperdicio", cuenta el pintor.

Félix de la Concha, cuya obra ha podido verse en museos tan destacados como el Columbus Museum of Art o el Carnegie Museum of Art de Pittsburgh, no sólo pinta retratos. Uno de sus proyectos más importantes es Fallingwater en Perspectiva, fruto de dos años pintando en la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright (Fallingwater).

En esta ocasión, las pinceladas han estado marcadas por lo que escuchaba en cada momento. "La pintura y las historias de estas personas se han conectado. Este es un tipo de retrato muy especial. A veces me preguntan cómo puedo ser capaz de concentrarme, de pintar mientras ellos se mueven, pero para mí lo importante es captar los momentos. Me interesa muchísimo la expresividad humana".

El pintor estuvo presente en la inauguración de la exposición a través de una video-conferencia, y pudo constatar la satisfacción de estos vascos que rondan los cien años. "Como me decía uno de ellos, el tiempo pasa muy despacio en la tercera edad, así que esta experiencia ha sido como romper la rutina".

Las dos horas de posado fueron mucho más sencillas para ellos que para la gente joven. "El documental es muy corto, dura apenas media hora, pero podrían verse las seis horas de metraje y pasar un rato entretenidísimo".

A él también le ha servido para acercarse más a Bilbao y a los pueblos cercanos, una zona a la que está ligado por lazos familiares y de la que destaca el Mercado de la Ribera. "Una vez invitamos a Félix a venir a la ciudad y le propusimos que pintara lo que para él resultaba más atractivo o curioso", cuenta Epelde. En la galería puede verse también la pintura del mercado que realizó hace más de dos años.

Los retratos son más delicados, más arriesgados. "Como no puedes centrar toda tu atención en la pintura, pones el piloto automático, como hacían los surrealistas, y das pinceladas casi de una manera inconsciente", cuenta. "No tienes ningún apoyo fotográfico y cualquier pincelada puede cambiar toda la expresión de un rostro". El suyo es sonrisa constante transmitida a través de una pantalla gigante que nos conecta con Pittsburgh.