Con respeto reverencial, yo creo que si Ray Bradbury escribiera hoy sus Crónicas Marcianas tendría que elevar la apuesta al absurdo para seguir en la ciencia ficción y no parecer una crónica de actualidad. Pongamos que, como en las originales, los terrícolas colonizan Marte. Esto sería fruto de la reconciliación de Elon Musk y Donald Trump, que permitiría que el dinero ahorrado en seguro médico universal se lo dieran al magnate para que dejen de estallarle los cohetes en la cara. La primera expedición, como en la serie literaria original, se toparía con una civilización de marcianos desinteresados por los recién llegados o directamente decididos a liquidarlos para dar rienda suelta a las propios temores.

Como no tendrían voluntad de reembolsar a los EE.UU. el dinero gastado en llegar hasta allí, Donald Trump, en su quinto mandato presidencial y a punto de ser entronizado como emperador de la galaxia, les impondría unos aranceles del 1.000%. Luego descubriría que Marte no vende nada a La Tierra y, de pura frustración, decidiría deportar a El Salvador a todos los alienígenas ilegales. Ante la evidencia de que los únicos alienígenas sin visado habrían sido los que llegaron a Marte desde La Tierra, y no al revés, es probable que entre en cólera y ordene una represalia militar. Activada Defcon 1, alguien caerá en la cuenta de que no hay modo de enviar la VI Flota a Marte, aunque dejara de acosar Bruselas tras diez años de asedio. Pero, para entonces, no habrá conexión con la primera expedición al planeta rojo ni con las neuronas de Trump, que habrá entrado en un letargo de cien años para presentarse luego a otro mandato. ¿Delirio? Sí, pero por debajo de lo descrito, yo no apostaría a que no veremos cosas peores bien pronto.