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Rincones perdidos en la memoria

Torrontegui, un gran hotel testigo en Bilbao

Algunas voces le atribuían un fantasma y dicen que fue allí donde llegaron las primeras noticias del bombardeo de Gernika. En sus mesas comieron García Lorca y Franco, junto al tilo del Arenal. Con ustedes, el Hotel Torrontegui

Torrontegui, un gran hotel testigo en Bilbao

En aquel Bilbao primero industrial y luego también cosmopolita, hubo un hotel que brilló con luz propia y ocupó un lugar de memoria, tanto entre sus muros como en el imaginario colectivo: el Hotel Torrontegui. La exposición de Rut Olabarri que estos días puede contemplarse en la sala Rekalde bajo el título, Trucada e imperfecta recrea aquel mundo de una manera barroca y fantasiosa pero todo tiene un por qué. No por nada, aquel Hotel tiene tras de sí, más allá del fantasma que le atribuyen algunas imaginaciones febriles, una historia de interés que contar.

El germen del Hotel Torrontegui se remonta a una muy vieja fonda en la Plaza Nueva de Bilbao, conocida como la Fonda de la Trifona, que se cree inició actividad hacia el año 1810 aproximadamente. El apellido Torrontegui, por otro lado, se vincula a un tabernero y propietario que, en 1893-1895, toma una tasca en la calle Fueros 12 y la transforma con un proyecto mayor: un restaurante-casa de huéspedes que luego dará origen al hotel. El hombre era Canuto Torrontegui (más exactamente Balbino Canuto Torrontegui Arrola, Mungia 1860), que partiendo de la modestia abrió el camino hacia la grandeza. Tras su prematura muerte en 1896, su esposa Isidora Ibarra Iragorri‑Uría asumió el mando con energía, casándose después con el abogado Rufino Sáenz de Ibarra y volcando el esfuerzo en convertir el negocio en institución. Así pues, desde un viejo caserío de huéspedes se alzó lo que habría de convertirse en un hotel emblemático. La nobleza de esa evolución no pasó desapercibida: se decía que “casa fundada en 1810” para añadir gravitas al nombre.

Cuentan las crónicas del ayer que en sus años de mayor gloria –sobre todo entre las décadas de 1920 y 1950...– el Hotel Torrontegui se convirtió tanto en escenario de la ciudad burguesa bilbaina como en testigo de grandes acontecimientos sociales y culturales. En 1929 el establecimiento se trasladó a su ubicación más conocida: Paseo Arenal n.º 6, frente a la iglesia de San Nicolás, con cinco plantas, terraza con vistas a la ría, 75 habitaciones según los registros, ascensor, calefacción central, baño privado en cada cuarto y teléfono.

El restaurante-hotel ofrecía banquetes de categoría: bodas, bautizos, cenas de sociedad. Por ejemplo, en noviembre de 1912 se celebró un banquete para los jugadores del Athletic Club en el Torrontegui. Su jefe de cocina más célebre fue Félix Echevarría Axpe, conocido como Salsa, Salsaverde o Salsamendi, quien trabajó desde 1896 hasta al menos 1953 en la casa, recibiendo medalla al mérito. Al parecer sus menús combinaban la cocina vasca tradicional (angulas de La Isla, bacalao a la vizcaína, setas de Orduña) con platos sofisticados al gusto de la época: langosta a la parisién, roast-beef a la inglesa, salmón con salsa holandesa y otras gollerías. Un dicho popular decía, entre la ternura y la picardía, “para comer bien, al Amparo; para comer en cantidad, al Torrontegui”.

Su historia está tachonada de anécdotas. Por ejemplo, subámonos al tren de la memoria para detenerse en diciembre de 1927, cuando el boxeador Antón Gabiola –campeón de España de peso semi-fuerte– recibió un homenaje y los participantes se alojaron en el hotel; recuerde quien esto lea que antes, en 1914, la boda de Blanca Deprit y Luis Lerchundi fue celebrada con esplendor en el hotel. El menú incluía puré de cangrejos, consomé a la reina, langosta en salsa vinagreta, según cuenta el historiador César Estornes, memoria viva de la ciudad. Al parecer, en el elegante restaurante del Arenal, justo enfrente del famoso tilo caído en 1948, comieron Federico García Lorca, Unamuno, Robert Capa, Alfonso XIII, Franco y mil personalidades más.

Pero ante todo, el momento más protagonista de aquel hotel giró en torno a la Guerra civil. No en vano, del pasado han llegado noticias de que entre 1936-37, el hotel se convirtió en alojamiento de corresponsales de guerra extranjeros como por ejemplo el belga Mathieu Cormann, Noel Monks, o el asesor militar del lehendakari Aguirre, según cuentan los testimonios. Fue allí, según dicen donde la prensa se informó, en plena cena de racionamiento, del bombardeo de Gernika. El historiador Paul Preston lo refleja de la siguiente manera: “(...) Aquella misma noche, los periodistas estaban cenando en el hotel Torrontegui de Bilbao cuando un consternado alto cargo vasco llegó con la noticia de que Guernica estaba en llamas. Abandonaron la mesa y se dirigieron inmediatamente en coche a la ciudad, que seguía ardiendo cuando llegaron a las once de la noche (...)”. Entre ellos estaba el periodista británico George Steel que comunicó aquel horror a medio mundo.

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Sepa quien esto lea que el tilo famoso del paseo del Arenal murió en abril de 1948 (“falleció a la una y diez de la madrugada por un viento huracanado”), justo en la misma acera del hotel. Son éstas historias que dibujan un retrato de la villa que ya no es: una urbe de fábricas, cafés, tertulias, ascensores y banquetes que aún olían a colonia y carbón.

El Torrontegui no fue solo un hotel: fue un mirador de la ciudad en transformación. Cerró sus puertas definitivamente el 30 de junio de 1973. La manzana de casas donde se encontraba fue demolida en 1976 para dar lugar al actual edificio de la Surne y hubo nostalgia por el “mamotreto horroroso” que según algunos sustituía al hotel. En ese derribo se perdió parte de la memoria urbana.