En aquel lejano 1852 Eduardo Barandiaran, hijo natural de Otañes, se embarcó hacia la misteriosa Cuba de aquel entonces en busca de mejor vida y mayor fortuna. Era uno de tantos emigrantes. Y quince años después, con un capital acumulado en la caribeña isla, regresó de ultramar. Optó por fijar su mirada en aquel floreciente Bilbao de entresiglos, entre el XIX y el XX, y abrir una pequeña tienda, Droguería Barandiaran, en Artecalle, donde vendían artículos de pintura y se fabricaban ceras y pinturas, y toda clase de productos de barnices, brocherías, herboristería, ortopédicos, farmacéuticos e incluso de cepillería. No fue el único comercio que abrió el aventurero Eduardo, quien no por nada fundó la empresa Barandiaran y Compañía, con sucursales en la calle Estación de aquel entonces (en el edificio que alberga La Sociedad Bilbaina para más señas...), Gran Vía, 18, Hurtado Amézaga y la citada de Artecalle, 35.
Pronto se percató que ese Bilbao pujante demandaba curiosidades de bien cerca y de allende los mares y comenzó a comercializar con productos como aguas de quina y de tocador, colonia Atkinson, Violet, elixires, polvos para dientes, vinagrillos, pastas y muchos productos más donde los perfumes fueron ganándose bien merecida fama. No por nada inundaban las calles de la villa con fragancias a limón, canela, bergamota, sándalo, cedro, vetiver, vainilla, incienso o especias. Y al reclamo de tales fragancias, Perfumerías Barandiaran se hizo un nombre casi de culto.
La zapatería Stiletto conserva el rótulo ‘Barandiaran y Compañía’ que evoca al comercio del ayer en el Bilbao de hoy
Bueno, a su reclamo y a la visión comercial del señor Barandiaran, quien se anunciaba de la siguiente manera. “Piel aterciopelada y fresca como los pétalos de una rosada crema en el rostro, el busto y todo el cuerpo. Puede tenerse siempre con el jabón de Verbena y Caléndula”. Todavía no se estilaba el uso de los conocimientos científicos a pie de calle pero hoy es bien conocido que el jabón de verbena puede funcionar como agente antienvejecimiento, mejorando la textura y luminosidad de la piel, mientras que el jabón de caléndula es ideal para suavizar y nutrir pieles secas o sensibles. ¡Cómo no iba a triunfar con semejantes poderes! . También regalaba entradas para el cine Olimpia, hoy convertido en una residencia para la tercera edad. Se le considera pionero en Bilbao en introducir esa táctica publicitaria. Para aumentar las ventas, se sacó de la manga la citada campaña publicitaria con la que regalaba una entrada de general por cada siete pesetas de compra. Fue tal el impacto de aquella iniciativa que hay quien recuerda que los chavales de la época iban encantados al cine cantando por las calles a ritmo de copla y con la música del himno de Santa Águeda: Atorrante que vas al Olimpia/con entrada de Barandiarán/y te pones en primera fila/sin pagar un cochino real. Ya ven, costumbres y lenguajes de otros tiempos.
La Droguería Barandiarán fue uno de esos comercios centenarios que tuvo que cerrar por la competencia de las grandes cadenas del perfume y la cosmética. Ya había perdido su singularidad y era un imposible mantenerse como una referencia exquisita de perfumes en la villa. No cabían en el mercado de principios del siglo XXI el valor añadido del maestro perfumista ni de las preparaciones personalizadas y, tras varios ensayos e intentos, en 2008 el local ubicado allá donde se besan la calle Navarra y Bailén hincó la rodilla.
Hace ya unos años que cerró y ahora es una cadena de zapaterías, Stiletto, que ha querido mantener un pedazo de la historia comercial de Bilbao. Por dentro se ha intentado respetar al máximo la estructura original adaptándola al nuevo uso comercial. Ha sido una hermosa apuesta, habida cuenta que sus cuidadas y elegantes maderas interiores aportaban una calidez que completaba con su imponente y estilosa fachada. Una de las más bonitas de la ciudad y con un rótulo comercial de los que no se olvidan, repujado y con una batería de faroles, tan propios del Bilbao de antaño. Si pasan por allí podrán observar el elegante rótulo, enclavado entre la zapatería a ras de suelo y un gimnasio por encima.
Nada queda tampoco de aquellos Grandes Almacenes de Droguería General de los Señores Barandiaran y Cº, ubicados junto a la Aduana de Bilbao, a orillas de la ría. Puede verse su exterior en algunas fotos en sepia que sobrevivieron a los bulldozers del progreso que tanto arrasaron. Hablamos, por tanto, del rótulo como la última huella. ¿La última? Quizás no. No en vano, en la calle Autonomía sobrevive, desde 1952, año en el que se abrió, un recuerdo. El local luce un cartel doble en el que se puede leer “Droguería- Perfumería F. Barandiaran. Insecticidas-Huertas y jardín” en una hoja y “Pinturas-Barnices. Artículos de limpieza. Brochería-Pincelería”, en el cartel subsidiario. Traspasar el umbral de ese comercio equivale a embarcarse en un viaje en la máquina del tiempo, a los viejos ultramarinos que apenas subsisten hoy.
Y sepan que no hablamos de un negocio cualquiera de antaño. No en vano, la historia de Barandiaran tiene mucho que ver con otro nombre emblemático de Bilbao, Federico Moyúa. Quien fuera alcalde de la Villa, se casó con Asunción Barandiarán, hija del propietario de esta cadena de droguerías e incluso, gracias a sus estudios de Derecho en la Universidad de Deusto, trabajó para el negocio como gerente. Aquellas fragancias que llegaron de Cuba a bordo de un barco aún se sujetan. En la memoria y en la calle.