Lawrence de Arabia a la remanguillé
José María de Murga y Mugartegi fue militar de cuna pero pronto se convirtió en un personaje singular
SU padre, militar como sus antepasados, le expresó por escrito cómo concebía él el ideal de todo varón de los Murga: “El Caballero cristiano recibe del mundo una especie de adoración, que en la milicia, como segunda religión, es el honor. Vivir enlazando la religión y el honor”. Esa era la cuna de José María de Murga y Mugartegi, al que la historia conocería como El moro vizcaino. Los primeros estudios de José María los realizó en los colegios de escolapios de Madrid y de jesuitas de Loyola. A los diecisiete años, en 1843, ingresó como caballero-cadete en el Colegio General Militar. Tres años más tarde dio fin a su formación militar.
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José María pertenecía a un linaje vinculado a los Señores de la Torre de Vidarte, de Xemein. Las actuaciones de Murga en hechos de carácter militar fueron limitadas, pues, de 1846 a 1854, sólo participó en la campaña contra las partidas carlistas que, dirigidas por el general Cabrera y el cabecilla Forcadell, se levantaron en la región catalano-aragonesa en 1848. Tras este hecho de armas ascendió a capitán, pasando a prestar servicios en el Regimiento de Montesa, y, luego, en el de la Princesa, siempre con residencia en Madrid y aledaños. En 1853 era ya comandante. A pesar de estos ascensos, fue desvinculado del servicio militar a petición propia, de 1854 a 1859, con licencia para el extranjero, para formar también parte de la misión militar española destacada cerca del ejército francés en la Guerra de Crimea (1854-1856).
Reintegrado al servicio en el Regimiento de Húsares de Pavía, Murga no fue llamado a participar en la Guerra de África (1859-1860), como parece que él apetecía. En junio de 1860, pidió de nuevo licencia para el extranjero, y, en 1861, la separación definitiva de la profesión militar. Había sido oficial de los Húsares de Pavía y de Montesa y voluntario en la Guerra de Crimea de 1854. Al comenzar la guerra entre España y Marruecos, decidió trasladarse a África, para lo que se preparó, aprendiendo árabe en París y adquiriendo conocimientos de medicina. Era un aventurero, ya ven.
En 1861, ya tenía definido su proyecto personal, que no era otro que la dedicación por entero, in situ, al estudio de la sociedad marroquí. Algún otro español como Badía (Alí Bey el Abbasí), lo había intentado antes, pero por breve espacio de tiempo y sólo con miras político-comerciales, por lo que sólo aportó someras descripciones del país. Murga, por el contrario, sin echar siquiera mano de los medios económicos familiares, recorrió Marruecos durante años, en contacto muy personal con el pueblo, adaptado a la forma de vida de éste: descalzo, vestido con una chilaba campesina, decía ser un renegado cristiano (y eso que nació siendo crstiano viejo...) y se ganaba el sustento diario actuando como curandero, buscavidas, cuentacuentos, vendedor ambulante e incluso santón.
Allí estuvo tres años, como si fuese un Lawrence de Arabia a la remanguillé. Vivió haciéndose llamar Hach Mohamed el Bagdadi, viajó por el Magreb. Conocía varios idiomas como euskera, castellano, francés, latín, griego, ingles y árabe. Tras volver a casa debido a la muerte de su madre entró en política y publicó en Bilbao, en 1868, los Recuerdos marroquíes del Moro Vizcaíno, libro en el que contó sus aventuras e impresiones sobre las gentes que habitaban en Berbería.
Fue nombrado Diputado General de Bizkaia, entre 1870 y 1872. Un año más tarde realizó su segundo viaje a Marruecos, siendo su estancia muy corta, debido a la situación política que se vivía en el País Vasco durante la Segunda Guerra Carlista. Luchó como voluntario liberal, defendiendo Bilbao de los carlistas. Falleció en Cádiz el 1 de diciembre de 1876, cuando se dirigía por tercera vez a Marruecos.