Esta es una historia con apellido, si me lo permiten decir así. Se detiene el paseante en la calle Bertendona, con dos lugares singulares: el teatro Campos Elíseos del que luego les hablaré y el edificio que brota a la altura de la desembocadura de la propia calle Bertendona en la calle Gardoqui, donde se levanta una de las casas más notables de la villa, ubicado frente al instituto Unamuno donde luce la estatua de Minerva, diosa de la sabiduría obra del artista Moisés de Huerta en 1926. También en esa casa nos detendremos después.

Ahora entra en juego el apellido, Bertendona, que tiene su aquel. Bertendona es un linaje procedente de Busturia y que estaba enlazado con los Berriz y los Villarreal, pero que de muy antiguo tenían solar conocido en la villa. El primero del linaje de los Bertendona, nacido en Bilbao hacia mediados del siglo XV, fue Martín Ximénez de Bertendona, nieto de Pedro Ximénez, “en cuya nao vino de Flandes a España el Emperador Carlos Quinto de gloriosa memoria que sea quel biaxe desenbarca en Laredo”, y de María Díaz Goronda. Desde su juventud participó en diversas campañas navales, tanto comerciales como bélicas, al servicio de Carlos V y del joven príncipe Felipe, al cual se le encargó llevar a Inglaterra para contraer matrimonio con la reina María I Tudor (1554). En ese mismo galeón viajó dos años después desde Flesinga a Laredo el emperador Carlos V, cuando iba a recluirse al monasterio de Yuste. Digamos que el propio Martín, en 1551, trajo, de la ciudad alemana de Augusta, la Real e Imperial Cédula que restituía a Bilbao sus franquicias municipales y abolía los Reglamentos perpetuos. Uno de tantos servicios a Bilbao, ya ven.

Volvamos a los dos edificios que funcionan como paréntesis de la calle. La casa que besa a Gardoqui es una singular casa de viviendas y una de las últimas construcciones, en el Ensanche bilbaino, en el final del siglo XIX. Ocasionalmente se le ha conocido, también, como el edificio de la Levantina, como alusión a la entidad comercial que fue su propietaria y cuyo símbolo comercial señorea, aún hoy, el remate en esquina de su torreón. Dos hechos, en todo caso, enfatizan esta organización del espacio habitable: el diseño circular de la habitación más singular (gabinete) de las viviendas en la esquina curva y la organización general en planta de tal manera que la zona de la esquina estaba ocupada por una única vivienda mientras que la otra vivienda se sitúa en la parte posterior de la misma dando frente tanto a la calle Gardoqui como a la calle Bertendona. El tratamiento, en general, de las fachadas responde a un elegante ejercicio de eclecticismo. Destacan de manera específica, a su vez, el diseño de los miradores en carpintería y la herrería de sus balcones. También, y en materia de interiorismo, cabe señalar la presencia en el portal de la finca de unos murales cerámicos cuya autoría corresponde a Daniel Zuloaga. Se reflejan, en dichos murales, la imagen de la Bizkaia industrial y minera y la de la Castilla agrícola. Todo ello unido por diferentes elementos ornamentales realizados en un patente Art-Déco. Con esta obra de encomiable ejecución y con un remarcable valor espacial, Luis Aladrén dejó un notable testimonio de su buen hacer en el Ensanche.

Pasemos ahora al teatro Campos Elíseos y sus alrededores, uno de los espacios más singulares del botxo. Situado en el número 3 de esta calle, proviene su nombre de los jardines de la finca de Zumelzu, situados donde hoy se encuentra el Instituto de Bilbao. Era un vergel de arroyos, árboles y flores. En la mitología griega, los Campos Elíseos era el lugar donde descansaban los hombres justos. Era propiedad de los hermanos Chávarri.

Cuentan las crónicas que se inauguró el 3 de mayo de 1901, con la ópera Rigoleto, en cuya actuación cantó el tenor Florencio Constantino. Los techos de la sala, así como el telón principal y decorados, fueron pintados por Muriel en verde y oro. Disponía de 1.430 butacas, 18 plateas, 21 palcos, 387 butacas de anfiteatro y 474 sillas en paraíso. En algunas épocas, fuera de temporada, montaban en su interior una placita de toros, donde se realizaban novilladas para entretenimiento del personal. Luego les cuento otro vínculo taurino en esta calle.

En innumerables manuales de la historia local consta que el teatro de los Campos Elíseos sufrió un incendio a poco de su inauguración, el 3 de mayo de 1901. El dato es falso. Nunca hubo tal incendio, porque la flamante sala se inauguró con toda la pompa posible el 7 de agosto de 1902. A lo mejor tal confusión viene dada porque en los jardines que dieron nombre al nuevo coliseo sí se quemó una placita de madera en cuyo interior solían correrse reses emboladas. El salón de descanso fue demolido en 1946 para dar paso a un edificio en cuya planta primera se instaló la sede social del Athletic de Bilbao; el arquitecto del edificio fue Javier Barroso y se inauguró a principios de 1950. El 28 de abril de 1978 la explosión de un artefacto destruyó gran parte del inmueble. Fue remodelado bajo la dirección de los arquitectos Rufino y Pedro Basáñez, inaugurándose en agosto de 1980.

En estos terrenos, esquina con Lutxana y Alameda de Urquijo, se construyó a finales del siglo XIX la Plaza de Toros de los Campos Elíseos. Se inauguró el 19 de marzo de 1898, funcionó también como escuela taurina y desapareció en 1904. Aquí realizó sus primeras corridas el diestro bilbaino Cocherito de Bilbao. Ahí saldo la deuda.