Fue todo un personaje, un hombre cuya brillante defensa de los fueros vascos en el Senado español, proclamada en junio de 1864, le valió una enorme popularidad en el País Vasco, hasta el punto de que, siendo hijo de Getaria, tiene calle en Bilbao. No era lo que se conocía, en su época, un cualquiera de cuna. No en vano, Joaquín Francisco de Barroeta-Aldamar y Hurtado de Mendoza procede de un extenso linaje. Joaquín era hijo del diputado general de Gipuzkoa, el juez afrancesado Joaquín María Barroeta-Aldamar y Alzolaras, caballero de la Real Maestranza de Ronda, nombrado por José I Bonaparte intendente de Asturias y prefecto de Santander en 1810. Su abuelo, el caballero de Santiago Juan Matías de Barroeta-Aldamar y Zarauz, alcalde y procurador de Getaria, estaba emparentado con San Ignacio de Loyola. Luchó contra Napoleón a los 16 años y fue tatarabuelo de Fabiola de Mora y Aragón, reina de los belgas. Lo que les dije, un hombre de altura.

Hoy se detiene esta crónica en la calle que aún en el siglo XXI lleva su nombre: Barroeta Aldamar. Comienza esta travesía, de corto talle y gran historia, en Pío Baroja y desemboca en Colón de Larreátegui. Fue bautizada con ese nombre el 23 de mayo del 1879, trece años después del fallecimiento de Joaquín. Desde entonces jamás se puso en entredicho.

La calle tiene su particular Versalles, el viejo Depósito Franco, del que hoy solo restan unos breves vestigios como si fuesen ruinas de la grandeza de Roma, y la Aduana de Bilbao, hoy día en pie y luciendo en todo su esplendor tras la remodelación que tuvo lugar en 2020. Junto, quizás, la importante prestancia del edificio Aznar, resumen y recrean el carácter portuario que hasta la mitad del pasado siglo XX tuvo la zona de Uribitarte. Aquellas tierras concentraron, durante un importante período de tiempo, lo más significativo de la actividad portuaria de la Villa. En su entorno quedan, aún hoy, las oficinas de empresas dedicadas a las actividades navieras y aduaneras. He ahí un reflejo singular del Bilbao de antaño, como si se mirase en el espejo de las aguas de la ría, dedicado al comercio y transporte marítimo, que ocupaba las riberas de la Ría.

He aquí la crónica de un nuevo Bilbao que florecía entonces, de la nueva ciudad, donde fueron levantándose numerosos edificios para hacer presente el poder que estaba acumulando la Villa. De la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX datan muchas de las construcciones singulares que hoy son patrimonio de la ciudad: el Palacio Chávarri; la Estación de la Concordia, el Palacio de la Diputación, la Alhóndiga, el teatro Arriaga, el Ayuntamiento de Bilbao o el hospital de Basurto. Y, cómo no, la Aduana de Bilbao, cuya función pasaba, en esencia, por controlar las mercancías que entraban y salían, aplicándoles los correspondientes impuestos de la época. La ubicación elegida para el nuevo edificio, al comienzo del muelle de Uribitarte, era lógica por dos motivos: uno, por su cercanía a la Ría y los muelles a los que llegaban las mercancías de las que se debía ocupar; y dos, porque el Estado disponía ya allí de unos terrenos desde la década de 1860, donde se levantaban unas viejas naves. Lo que se llama, vamos, sacar rendimiento a una propiedad.

¿Quieren un ejemplo de que esa calle tuvo historia? Entre la persona viandante en el Bascook, restaurante ubicado en un antiguo almacén de sal (el juego es entrar, humedecerse las yemas de los dedos y luego volvérselos a chupar: les sorprenderá la sal de la pared...) y una de las propuestas del chef Aitor Elizegi, anterior presidente del Athletic. Haciendo esquina a la salida de la calle, aparece el Basquery, un negocio cosmopolita y moderno en un local con más de cien años de historia. Allí reluce un obrador de pan y una fábrica de cervezas artesanas. Todo a la vista, mientras el visitante come.

En la calle que hoy reluce estuvo, durante años, el edificio de Bomberos, demolido en 1994. Había sido construido en 1950 por el arquitecto Juan Carlos Guerra. Y también estuvo la Alhóndiga, construida por el arquitecto Joaquín Rucoba y Octavio de Toledo (Laredo, 1844-1919). Hoy uno encuentra el restaurante Nido y la sede de Aspace Bizkaia, una asociación sin ánimo de lucro declarada de Utilidad Pública que nació en 1978 como alivio para las personas con parálisis cerebral y sus derechos.

Divide la calle en dos, como si fuese un golpe de tomahawk, la calle Ibáñez de Bilbao. Al otro lado del río se sitúa la trasera de los juzgados de Bilbao, del elegante Palacio de Justicia, quiero decir. A su izquierda queda el café-bar restaurante KZ Juzgados, y La Tienda del Espía, ya en la esquina con Colón de Larreategui, donde desemboca Barroeta Aldamar. En el otro extremo, el New Joisa mantiene una cocina tradicional en sus fogones.

Queda para el broche quien probablemente haya sido su vecino más ilustre: Gabriel Aresti nació en el número 2. Una placa recuerda el nacimiento en este punto del considerado como uno de los mejores poetas, dramaturgos y escritores en euskera. Comenzó su andadura literaria con una obra de carácter simbolista, Maldan Behera, en la que se observa la influencia del pensamiento de Friedrich Nietzsche y la estética de T. S. Eliot. En aquella época conoció a Blas de Otero, con quien compartía inquietudes artísticas y sociales, en la Tertulia de La Concordia, y este hecho pudo influir en el giro de su trayectoria poética. Ahí engrandeció.