Era un hombre de ancho reconocimiento, catalán de cuna y ligado a Bilbao con fuertes ataduras. No en vano, como corregidor, impulsó la construcción del camino de Durango a Eibar por Ermua y redactó en 1783 las ordenanzas de la Casa de la Misericordia, que presidía. A él se debió la idea de que el Señorío tuviera una imagen de San Ignacio, de la que carecía, y de que los papeles del archivo se custodiaran bajo tres llaves, en poder, respectivamente, del alcalde de Bilbao, del síndico y del archivero. Además, Colón dictó providencias que favorecían la construcción de fuentes y la traída de aguas, algo que se pretendía y que no se había conseguido desde 1528: dos siglos y medio de lucha. En efecto, el 24 de diciembre de 1785 brotaron por vez primera las aguas dulces de la fuente de la plazuela de Santiago y de la situada en la plaza pública, sobre el muelle de la ría, y a la bajada del puente de San Antón. Como corregidor dispuso para Bilbao la ornamentación de los paseos públicos, el establecimiento de un adecuado alumbrado y la construcción de un matadero. Les hablo, desvelémoslo ya, de José Joaquín Colón de Larreátegui y Ximénez de Embun. ¡Catapún chimpún!
He traído hasta este balcón el recuerdo de aquel hombre que, con pinceladas a vuelapluma como podrán ver, tuvo su peso en aquel Bilbao a caballo entre los siglos XVIII y XIX. La calle con la que le reconoce Bilbao arranca en Buenos Aires y desemboca en Máximo Aguirre, según un acuerdo firmado el 23 de mayo de 1875.
El viejo teatro Trueba que fue inaugurado el 5 de junio de 1913, con la obra Sin querer de Jacinto Benavente y cuyos orígenes corresponden a una apuesta –sus propietarios eran Pedro y Andres Martín y un tercer socio Valentin Ezquerra, vendedor de coloniales. Tras una encendida discusión entre ellos, decidieron separarse y se jugaron la propiedad del teatro a cara o cruz. Ganaron los hermanos Martín... –y el hotel Abando; el legendario Café Iruña y la hermosa Casa Montero son edificios con historia que desembocan en ese Amazonas, en esa calle tan céntrica.
Se detiene hoy esta caravana de feria a la altura del número 11. Basta con cerrar los ojos y bajar un par de peldaños para entrar en la galería (ojo, cierre los ojos después no sea que se pegue un castañazo de órdago...) para evocar la legendaria librería Kirikiño, donde durante cuarenta años Txomin Saratxaga desarrolló una labor de difusión de la cultura vasca y el euskera. La librería se bautizó con el nombre de Kirikiño por dos motivos. El primero como homenaje a Evaristo Bustinza, precisamente conocido por el pseudónimo de Kirikiño, que fue el primer escritor en euskera que ejercía como periodista habitual. También eligieron ese nombre como dedicatoria al batallón nacionalista Kirikiño de la Guerra Civil.
Hoy ya no existe ese local pero quienes han cogido el testigo guardan algo de ese mismo espíritu del que les hablaba. De entrada, sigue siendo una librería. Se llama LibroBilbao, está especializada en la historia de Euskadi y trabaja para localizar libros desaparecidos. Bajo ese árbol frondoso germina, como jugosos hongos, libros descatalogados, usados y raros. La librería ha sido fundada por Josu Mazas, hijo y nieto de libreros, de la Librería San Antonio de Barakaldo. Esta histórica librería de Barakaldo, durante medio siglo ha sido uno de los focos culturales de la Margen Izquierda. En la actualidad disponen de un amplio fondo catalogado en sus almacenes, más de 70.000 libros que se pueden consultar en la web.
Les hablaba de una suerte de galería, de un pasadizo que recorre todo el número 11 de la calle. Allí se enclava el restaurante Trueba, todo un clásico, hasta el punto de que durante años las cartas bien las pudiera haber firmado Miguel de Cervantes. o el poeta que se sienta a su puerta, si es que se pude decir así. No en vano, frente al restaurante, en los Jardines de Albia se sitúa una estatua de Antonio Trueba, también conocido en Bilbao como Antonio, el de los cantares. Murió en Bilbao el 10 de marzo de 1889. Con los fondos recaudados entre los vascos de América y de Bizkaia se le costeó un monumento realizado por Mariano Benlliure, que fue inaugurado en 1895 en los Jardines de Albia de Bilbao. ¿Tomó de él el nombre el restaurante? Es posible.
Marian Tubet y Héctor Grijalba, ofrecen fresca tradición en un espacio tranquilo, discreto y muy acogedor con espacio para 40 en pleno centro de Bilbao. A destacar emblemas de la casa como el Txangurro a la donostiarra, Cochinillo a baja temperatura, Volandeiras con emulsión de bilbaina y caviar de guindilla o los pescados frescos de Ondarroa. Se salen. Es tierra de camuflaje.
En otra escala, esas galerías de Colón cuentan con el Café Sirimiri bar, un espacio nacido para el disfrute de las cosas pequeñas. Poco a poco, como esa lluvia fina, ha ido calando en el vecindario y, por extensión, en la ciudad. Su especialidad son los arroces y siempre incluyen uno en el menú. Admiten grupos de hasta 12 personas, en unas instalaciones reformadas hace un par de años aproximadamente para dar al establecimiento un aire más cálido y ponerlo al día. Cercano al estilo juvenil de hoy en día, completa la oferta de ese universo que se sumerge casi a la altura de la desembocadura de la calle Berastegi. Un restaurante clásico que mira al futuro, una librería con secretos ocultos y un espacio cargado de tentempiés y refrigerios. Todo ello en el corazón de la villa, allí abajo.