HAY mucha historia entreverada entre sus piedras, hasta el punto de que la iglesia de San Antón aparece, por ejemplo, en el escudo de Bilbao y en el del mismísimo Athletic, quizás el santo y seña más relevante de la ciudad. No hay espacio suficiente en un artículo como este, como ustedes comprenderán, para darle al relato de siglos de vida la continuidad que merece su biografía. Sí es posible, no obstante, detenerse en algunos detalles, prestar atención para conocer algunos de los secretos que guarda este templo y que se susurran al oído a nada que uno preste atención. Hagámoslo.

Empecemos por el nombre de pila y su ubicación. No en vano, las actas recogen el templo como iglesia parroquial de San Antonio Abad, –no hay que recordarles que el pueblo la conoce como San Antón...– y que se encuentra en uno de los parajes de mayor solera y protagonismo de la historia de Bilbao pues, según las últimas excavaciones realizadas en el interior del templo, la ocupación de este solar podría remontarse incluso a un siglo antes de la fecha de la fundación de la Villa por Diego López de Haro en el año 1300. Se sabe que en 1334 Alfonso XI levantó aquí un alcázar para controlar el tránsito de personas y mercancías, y rodeando las primitivas siete calles una muralla, parte de cuyo trazado se ubica dentro del templo. Sin embargo aquel fortín se derribó poco después (1366) para levantar una primera iglesia, consagrada en 1433.

En el exterior de la iglesia de San Antón destaca su portada, que se sitúa en el lado norte y que se acoge bajo una peculiar tribuna, obra de Juan de Láriz de 1559. Desde este privilegiado balcón asistían a los espectáculos celebrados en la Plaza Vieja (corridas de toros inclusive...) los miembros de la corporación municipal, cuya sede estaba inmediata al templo. Lo curioso de la terraza-balcón es que resulta inaccesible desde el interior de la iglesia. Dispone de puerta, sí; pero para acceder a ella es necesario hacer un proceloso itinerario, sin acondicionar, por las zonas más altas del edificio y saltar sobre uno de los tejados del templo, pues es allí donde se encuentra la puerta de acceso al balcón.

Dejemos ahí los detalles arquitectónicos y metámonos en las historias que recorren aquellos muros como fantasmas del ayer. Un detalle: del retablo del siglo XVI en el interior del templo quedan las tallas de los apóstoles San Pedro y San Pablo y dos relieves que representan el Lavatorio de los Pies y La Última Cena. Estas imágenes fueron realizadas por el escultor Esteban de Velasco. En 2003, tras la última restauración del templo, se recompuso el retablo aprovechando estas piezas y añadiéndoles una serie de tablas pintadas por Iñaki García Ergüin, en las que se representan la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, su Bautismo, la cena de Emaús, la Ascensión, el Pentecostés y la Asunción de la Virgen.

Ahora sí, miremos algunos de los episodios que allí dejaron su marca. En el siglo XV se acostumbraba a ajusticiar a los nobles e ilustres con métodos distintos a los usados con la clase baja, por lo que se les empozaba, atándolos de pies y manos y arrojándolos al agua con una piedra atada al cuello desde el puente de San Antón, aledaño a la iglesia.

Pero hay otra historia truculenta con más nombres propios. Corría el año 1634. Bizkaia aún tenía conciencia de su identidad foral. Y encontró entre sus hijos viva resistencia a la tentativa del rey de España, Felipe IV, de obligarla al pago de un impuesto sobre la sal al que no estaba obligada en derecho. Felipe IV había jurado respetar las leyes fundamentales de Bizkaia, una de las cuales (ley IV) decía que los vizcainos estaban exentos de pagar tributos al rey de España “así estando en Bizkaia como fuera de ella”. Se produjo entonces la llamada rebelión o matxinada de la Sal. Una placa recuerda el episodio con los nombres propios más señalados. He aquí los nombres de aquellos rebeldes: Martín Otxoa de Ayorabide, Juan de la Puente Urtusaustegui, Morga Sarabia, Juan de Larrabaster, los hermanos Juan y Domingo Bizkaigana y el sacerdote Armona. Los cuatro primeros fueron ahorcados en la cárcel de Bilbao el día 24 de junio de 1634. Los tres siguientes sufrieron también la horca en la plaza pública el 25 de junio, y el sacerdote Armona murió de la misma manera en la cárcel el 24 de mayo de 1634.

Sigamos. Existe una puerta en el lateral de la Capilla de Santa Lucía. Esta capilla es la más antigua de la iglesia y en su momento perteneció a la familia Leguizamón. Lo extraño de la puerta es que debería comunicar con La Ribera pero está cegada. Sin embargo, si se abre, todavía se puede ver el inicio de unas escaleras que mueren en la pared al poco de iniciarse.

Los restos humanos encontrados a finales del pasado siglo se siguen guardando en el interior de la iglesia, aunque para ellos se buscó una ubicación adecuada. Se conservan en el habitáculo que queda bajo la escalera de acceso al coro, vigilados por las imágenes de San Cosme y San Damián, que para algo son los patronos de los médicos.

La iglesia de San Antón cuenta con el que tal vez sea el más grande órgano romántico francés de la Villa. Construido por Charles Mutin en 1901, digno sucesor de Aristide Cavaillé-Coll al frente de su famoso taller de organería. Por sus teclados han pasado músicos ilustres como Arturo Intxausti, compositor junto a Claudio Gallastegi del popular himno a la Virgen de Begoña, Begoñako Andra Mari.