En la historia reciente del Estado español hay muchas anécdotas que han pasado al olvido. Y entre ellas destaca precisamente una, por desconocida, pero que perfectamente podría haber cambiado el curso de la historia. Se trata del conocido como Proyecto Islero, que desde el año 1963 y hasta casi finales del siglo XX -1982- estuvo en activo con el objetivo de tratar de averiguar la viabilidad de implementar armas de disuasión nuclear. 

El escritor, guionista y director José Antonio Pérez Ledo ha publicado una novela de ficción ambientada precisamente en esta época, y en su proceso de documentación reconoce que no han sido muchos los datos que ha podido obtener, ya que se trata de un proyecto enmarcado dentro de la Ley de Secretos Oficiales que impide ver más allá del telón de fondo. Pero, ¿podría el Estado español haber desarrollado una bomba atómica? “Lo que podemos dar como cierto por varias fuentes es que en 1963 a Guillermo Velarde, que es un físico que se ha formado en Física Atómica en Estados Unidos, y también militar, parte de la Junta de Energía Nuclear (JEN), se le pide que haga un estudio de viabilidad del desarrollo de un arsenal atómico en España, y que ese informe lo va a ver Franco”, introduce Pérez Ledo. 

Un año después, Velarde presentaría ese informe favorable, asegurando que España podía fabricar bombas atómicas, “y que el proyecto iba a costar 20.000 millones de pesetas”, añade, al tiempo que recuerda que se sabe que “ese dosier llega a tres personas -entre ellas a Franco-, y sabemos que se le da luz verde y que se le pide a Velarde que durante todo el desarrollo del Proyecto Islero no vista nunca de militar, que en caso de que Estados Unidos se entere de que España está desarrollando una bomba atómica, o intentándolo, se pueda culpar a unos científicos excéntricos en un sitio de Madrid, y que en ningún caso se infiera que el Gobierno está intentando desarrollar bombas atómicas”. 

En ese sentido, el químico por la UPV/EHU, divulgador y especialista medioambiental Julen Rekondo, reflexiona que podría haber sido posible que el Estado hubiera podido desarrollar su propia bomba atómica. “Una bomba atómica se puede construir con plutonio o con uranio. De uranio tenían las minas de Jaén, pero parece que ser que optaron por el plutonio. Estaba la Central nuclear de Vandellós 1, que empezó a funcionar en un tiempo récord, en 1968, cuando suele costar más construir una central nuclear”, recuerda Rekondo, que añade que en el 89 hubo un incendio y se desmanteló.

Y, ¿por qué se le llamó Proyecto Islero a este intento de desarrollar una bomba atómica? Se dice que debe su nombre al toro que mató Manolete. Y es que al parecer, el director del proyecto de la bomba atómica española decidió llamar al proyecto Islero porque creyó que le iba a dar muchos dolores, muchas cornadas, como el toro que había matado a Manolete. Pero, ahora que se conocen las consecuencias sociales, bélicas y especialmente ecológicas del armamento o de los accidentes nucleares, ¿habría sido realmente una buena idea desarrollar estas armas? 

En el Estado ya hubo un episodio que marcó este hecho, que fue Palomares. En aquel pueblo de Almería, el 17 de enero de 1966, ocurrió lo que algunos vecinos llevaban tiempo temiendo. En plena Guerra Fría, dos aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF), un avión cisterna KC-135 y un bombardero estratégico B-52, colisionaron en vuelo en una maniobra de reabastecimiento de combustible, provocando el desprendimiento y la caída de cuatro bombas termonucleares, dos de ellas abiertas al tocar tierra. 

Fraga en Palomares. Cedida

De ese episodio ha quedado para el recuerdo el baño que se dieron el ministro de Información y Turismo del régimen franquista, Manuel Fraga, y el embajador de Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke, en la playa de Quitapellejos, en Palomares, pero al parecer hay mucho más detrás. “El hecho es que hay tierra contaminada en Palomares todavía, que a día de hoy el Gobierno está intentando que Estados Unidos se la lleve. De esto no se habla mucho, pero es un hecho, y también que hubo fuga radioactiva”, recuerda Pérez Ledo. 

Y de las consecuencias de desastres, reconoce Rekondo, también se sabe en el Estado en la era reciente. Tal es el caso del accidente de Chernobyl de 1986, cuyas consecuencias se dejaron notar también aquí. “La radioactividad no tiene fronteras. Llegó a la Península Ibérica. Algunas de las palomas que se cazaban, por ejemplo, en El Sadar, en aquellos momentos, eran radioactivas; tenían isótopos radioactivos procedentes de la central nuclear de Chernobyl. Estamos a bastantes miles de kilómetros, y de alguna manera llegó aquí”, explica este experto. Y en el caso de que en el Estado hubiera ocurrido un desastre similar, viendo los antecedentes, recuerda que podría haber pérdida de recursos naturales, empezando por el agua, problemas de radioactividad en los campos, etc. 

Y ahora, precisamente, vuelve a la mesa el riesgo nuclear, inmersos en plena guerra de Ucrania, donde a lo largo de este año se ha oído en multitud de ocasiones el peligro que puede suponer un accidente o el uso de armamento nuclear. Y es que encendió las alarmas en su momento la proximidad de los combates de la mayor central que existe, Zaporiyia. De ahí, reconoce Rekondo, la importancia de conocer la historia y de hacer pedagogía respecto a los riesgos que entraña todo esto. Porque como suele decirse, es importante conocer el pasado para no volver a repetir los mismos errores. “Sería interesante educar por la paz”, afirma finalmente este experto medioambiental.