Jonathan Haidt, el autor del muy recomendable libro de La mente de los justos, ha escrito un artículo que ha sido muy comentado estos días en redes sociales. Viene a proponer que las redes sociales han conseguido polarizar, desestabilizar, romper vínculos de cooperación y hacer que confiemos menos en el resto. La confianza ya sabemos que ha sido el pegamento histórico de nuestras sociedades. ¿Es verdad que tenemos sociedades así?

Según un estudio elaborado por profesores de la Universidad de Arizona y Duke, de 1985 a 2004, el tamaño de la red social de un estadounidense promedio se redujo en un tercio. En el mismo periodo, la cantidad de personas que dijeron que no tenían a nadie en quien confiar se triplicó. Según otra encuesta del prestigioso centro de investigaciones Pew, solo la mitad de los norteamericanos señalaron tener alguien de confianza al que acudir. Otro estudio de la también prestigiosa Universidad de Harvard, expuso cómo la pandemia de soledad sigue creciendo. Un 60% de los jóvenes adultos informan sentirse solos. En el mismo artículo se habla de la relación del aumento del consumo de opioides en EE.UU. con estos fenómenos. 75.000 muertes por sobredosis entre abril de 2020 y abril de 2021. Y los retiros psicodélicos, en aumento.

Son cifras preocupantes, pero que expuestas en un contexto de eventual relación con las redes sociales, me parece al menos delicado y algo negligente. Es fácil caer en causalidades ficticias o vagas argumentaciones basadas en situaciones personales (“a un amigo mío le pasó…”). Pero no ponen difícil las cosas estas herramientas para que esto ocurra. La confianza en el sector tecnológico sigue cayendo. Los continuos escándalos de privacidad de Facebook, la publicidad invasiva o los sesgos de los algoritmos, no nos están ayudando. Creo que hay un gran espacio para una visión más humanista y centrada en el bienestar de la persona desde el propio diseño del producto y servicio. Pero de ahí a señalar a estas herramientas que son el origen de todos los males, creo que hay un espacio amplio.

Volviendo al artículo de Jonathan Haidt: en él, el reconocido autor culpa a Facebook, Twitter y resto de redes de causar polarización política, una cultura de intimidación moralista, trivializar el debate político, una disminución de la confianza en el gobierno y otras instituciones, la propagación del populismo y el aumento de la desinformación. Como ven, muchas situaciones de nuestra sociedad actual están cuestionadas. Yendo más al detalle, expone cómo el asalto al Capitolio, el auge de Donald Trump, la cultura de la cancelación actual, las teorías de la conspiración en auge, y la depresión entre adolescentes serían impensables sin las redes sociales. No voy a ser yo el que le quite la razón en muchos de los puntos. Pero mientras lo leía, pensaba que siendo justo hablar de lo malo, pudiera ser también bueno exponer qué beneficios nos han traído las redes sociales.

Tenemos trabajos que citan cómo las redes sociales, a determinados perfiles y contextos, les ayuda a gestionar mejor su estado de ánimo. Por otro lado, otros trabajos señalan que las redes sociales en realidad son meros expositores de la personalidad de cada una. Lo que han traído es la aceleración de la expresión de esos caracteres. La globalización de la información ahora permite a cada uno exhibir su forma de ser sin freno alguno. Por lo tanto no serían tanto la causa como el catalizador. Otros artículos hablan de los beneficios que han traído las redes sociales para mantenerse bien informado. Esto, siempre y cuando, uno sea capaz de domar al algoritmo. Si se entiende que la información que uno recibe automáticamente depende de nuestro sesgo de confirmación (nos gusta leer aquello en lo que creemos), rápidamente actuaremos para entrenar al algoritmo. Le empezaremos a decir que nos exponga aquella información que nos permita leer a ambos lados del espectro político, y a todas las sensibilidades.

Mucha moralización de todo, la verdad. Las redes sociales, no iban a ser una excepción.