En Auvernia, tierra que palpita caliente, corazón fogoso, alma de fuego, una pira en el centro de la tierra, respiran los gigantes dormidos. Volcanes que pueden despertar en cualquier momento. Entró en erupción Jonathan Milan, una montaña de músculos ardientes. Un coloso de 1,96 metros y 87 kilos en llamas.

Crepitante el velocista italiano, desatado en Issoire, donde prendió con toda su potencia para imponerse por aplastamiento. Estrategia de tierra quemada en una esprint que dominó de punta a punta. Milan, que fue un especialista del anillo, del velódromo, lanzó fuego en su debate de la velocidad.

Lejos de la ortodoxia, del pedaleo fluido, ortopédico, Hércules que cocea, que maltrata los pedales, que zapatea con furia, derrotó a Fred Wright y Van der Poel, otro vez cerca de la foto de la victoria, pero fuera del foco principal. Milan contó su sexto triunfo del curso después de que sus compañeros le lanzaran de maravilla.

Dominante Milan

Le rescataron muchos kilómetros antes del desenlace, cuando se extravió en la ascensión al Château de Buron, una subida de segunda categoría que le empequeñeció.

Rehabilitado por sus colegas, que le dieron vida, recuperó a tiempo la pose necesaria para batirse en el esprint, su territorio desde que irrumpiera en el profesionalismo, donde suma 22 victorias, un registro estupendo.

Lejos del estilismo y de la estética, Milan es un velocista que emparenta con el brutalismo, heredado el pedaleo de la pista, de las arrancadas hieráticas que apenas cimbrean la bici para mejorar la velocidad.

Desde ese tremendismo, en esa estampida furiosa, batió al resto. El triunfo le concedió también el liderato. Igualado con Tadej Pogacar en festejos, el italiano le rebasó porque en los dos días acumulaba mejores puestos.

“Fue muy duro. Hoy sufrí mucho. Me quedé atrás una vez y estaba al límite, pero tengo que agradecer a mis compañeros porque me ayudaron a recuperarme. Estoy muy contento con la victoria”, resumió Milan, que tuvo que recomponerse tras padecer en en Château de Buron.

Después abrió los brazos, infinitos y abrazó una victoria en familia. La dicha anidó en sus hombros de boxeador en Issoire. Una sonrisa se talló en su rostro cuando posó de amarillo, con las flores y el león de las victorias. Un peluche con el valor de un jarrón de la Dinastía Ming.

Critérium du Dauphiné

Segunda etapa

1. Jonathan Milan (Lidl) 4h54:49

2. Fred Wright (Bahrain) m.t.

3. Mathieu van der Poel (Alpecin) m.t.


General

1. Jonathan Milan (Lidl) 9h34:51

2. Tadej Pogacar (UAE) m.t.

3. Mathieu van der Poel (Alpecin) a 2''

Pogacar prepara la crono

En la región de los volcanes, en Auvernia, rodaba el Dauphiné al sol, que en nada será puñetero y pendenciero, bajo la regencia de Pogacar, el rey del ciclismo, subrayado el arcoíris en el amanecer de la prueba, cuando Jonas Vingegaard le obligó a mostrarse.

No le cuesta al esloveno, que se maneja de maravilla sobre la alfombra roja. Le apasiona a Pogacar exhibir su colorido plumaje, fusionado en amarillo de líder.

Era la de Pogacar la luz concentrada, el pantone de la gloria pintándole del todo. De amarillo y oro, el material del que está hecho, el esloveno se presentó en la segunda jornada de competición de la carrera que cose el relato antes del Tour.

Camino de Issoire, Pogacar era un rostro feliz y pizpireto sobre la bici que dibuja un manillar alado por eso de la aerodinámica. Después de la etapa, se subió a la montura de contrarreloj para hacer rodillo y que el ácido láctico reposara en la serenidad.

Con la crono de este miércoles en mente, Pogacar decidió ir adaptando el cuerpo y la musculatura al perfil que exige la bici de los ángulos imposibles.

El intento de Bardet

Romain Bardet no piensa en eso. A un dedo de la retirada, el francés busca otros estímulos más concretos en el aquí y ahora. No tiene tiempo que perder y no se mide al reloj, casi agotado.

En los aledaños del pequeño Versalles Auvergne, en la ascensión a la Côte de Nonette, surgió el orgullo de Bardet, el que fue la gran esperanza blanca del ciclismo francés, antes de arriar la bandera de su biografía el domingo.

El estandarte de la valentía y la dignidad como emblema en su ocaso. Conmovedor el galo, honraba su su propia historia. Libre y en fuga. El último baile.

Los tiempos modernos se imponen sobre lo que pudo ser y no fue. La velocidad despiadada, desaforada, de la jauría despedazó las ilusiones de Bardet, que pudo coronar Nonette entre salvas de aplausos.

El agradecimiento del pueblo en la cuneta al paso del ídolo que se desvanece. En esa tierra que arde, tras el enfriamiento de Bardet, entró en erupción el volcán Milan.