“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. El primero en recorrerlo, el más veloz, fue Alberto Dainese, vencedor en Íscar después de una día atravesando los Campos de Castilla. La poesía seca y dura de Antonio Machado. Un mirada a lo esencial: la tierra, el sol y el cielo. También a la velocidad.

La que condujo a Dainese a la gloria en un esprint en el que batió a Filippo Ganna. En el territorio del estrés y la adrenalina es feliz el italiano. Italia es la cuna de los grandes deportivos. Los bólidos. Ninguno más rápido que Dainese. En el aquí y el ahora, en esa danza maldita, Ganna disparó su entusiasmo.

Brutalismo de pístard. García Cortina le olfateó. En paralelo hasta que se apagó su mecha. Le faltó despliegue y pólvora en situaciones que demandan dinamita. No así a Dainese, que remontó a Top Ganna cuando activó la turbina. Su festejo, abrazado a sus compañeros, llegó a través del pinganillo a sus otros colegas, involucrados en la caída que se produjo en el andamiaje del esprint.

Los caídos –entre ellos Kaden Groves, el gran favorito– escucharon la alegría de Dainese a distancia. Lo celebraron abrazados. Aunque rota, fue una victoria en familia. Alivió la dicha el dolor de los heridos. El eco de una caricia.

La fuga a ninguna parte

Antes del desenlace, se destacaron cuatro hombres: Davy, Lapeira, Le Berre y Schlegel. Viajaron con la esperanza en el macuto. Un modo para compartir la soledad en la Vuelta, que se posó sobre un mapa que unía La Bañeza –decorada una pared con un mural en honor a Evenepoel, que este firmó como si se tratara de Bansky– e Íscar, que aún recuerda, llora y añora a Estela Domínguez, la corredora del Sopela Women’s Team fallecida tras ser atropellada el pasado febrero. El hilo de la vida y los nudos de las penas tejían León y Valladolid. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, escribió Machado.

La vía vieja y sabia que recorre un paraje sin apenas foresta, abierto a la pena, a los relatos de Miguel Delibes, la poesía de Machado y los mitos y leyendas de Rodrigo Díaz de Vivar. En el Castillo Torrelobatón rodaron escenas de la película El Cid, que protagonizó Charlton Heston.

El único metraje de la etapa, en una tierra inanimada que alimenta el estómago de las ciudades y las habita, era el éxodo de la fuga. El cuarteto se entregó a la aventura en un paisaje de lo concreto, del trigo que da pan, de los girasoles que marchitos dan la espalda al sol. Despojado de la superficialidad, nada sobra en ese paisaje. Todo tiene sentido. El lenguaje de lo conciso. Racionalismo. La esencia.

Caída antes del esprint

El pelotón que gestionó el yo-yo de las expectativas, apresó a los entusiastas con la inercia. Era lo que tenía que suceder. Battistella quiso rebelarse. Perseguía un imposible. La quimera de los desesperados. El intento pereció antes de nacer. El amanecer se solapó con el ocaso. Diario de un cazador.

El pleito de velocidad fue lo más emocionante en un día que finalizó con el muelle del esprint y el solaz de los favoritos, pendientes del epílogo de la Vuelta. Eso es lo que les preocupa. Una vez recogidos los favoritos en el seno de sus equipos, se arremolinaron los tipos que se disparan con la adrenalina, felices balas de cañón.

El Alpecin de Groves comandaba la manada hacia las fauces del esprint. No pudo disputarlo el ciclista más veloz de la carrera, enredado en una caída en el extrarradio del esprint. Se fueron varios al suelo.

Ahí finalizó la búsqueda del australiano. Los favoritos se abrazaron a sus equipos, protegidos en el parchís del gran grupo, ordenados por colores en carreteras añejas, decoloradas por el sol, avejentadas por el frío de la noche y la canícula del día.

Parajes duros que agrietan el rostro y le borran la mímica. No acabaron con la expresividad de Dainese, feliz y emocionado. Lo mismo que Kuss, el líder, que espera el final de la carrera tras hacer su camino. Su madre le recibió con los brazos abiertos en meta. El mejor abrazo. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.