Bilbao - Hubo dos gritos en Le Havre. Uno de algarabía, de éxtasis, de felicidad, salía de la garganta de Zdenek Stybar, su puño al cielo, ganador, erguido sobre la bicicleta, absolutamente feliz, ajeno al drama. Metro más atrás, el eco punzante del grito del dolor, del lamento, de la pena. La voz apagada de Tony Martin, líder, victorioso dos días antes, sentado en el suelo, la espalda contra el vallado, la clavícula izquierda fracturada. En unos metros se concentró el Tour, su leyenda inclemente, la carrera que no da tregua, que no hace prisioneros, el gigante en el que se llora y se ríe en el mismo centímetro. C’est Le Tour. “El Tour es muy cruel”, que diría Samuel Sánchez. Bien lo saben en la piel del Etixx, la familia que bebió champán en honor a Martin en la noche del pavés, en esa cena de alegría, y que ayer, en La Havre, a media tarde trataba de recomponer la desazón del alemán con el pegamento del cariño en una imagen conmovedora: su equipo empujándole para que llegara a meta, el héroe con el brazo en cabestrillo, doliente, agarrado a la derrota, a su orgullo, a su sufrimiento. El desconsuelo de Martin, que logró acceder al podio para que le vistieran de amarillo por última vez, reprodujo un bello poema a la unión, al compañerismo, a la lealtad y a la camaradería de sus compañeros. El retrato de familia en Le Havre reproducía, casi medio siglo después, el recuerdo de aquel fotograma que capturó al Fagor que abrazaba al ensangrentado Ocaña en el Tour de 1969. La memoria de la carrera es inmensa. También los miedos y nervios que genera.

A una brazada de la llegada, del reposo y del masaje, en una día que fue una siesta de pesada digestión, kilómetros de cabezadas, de planos cenitales de bellos parajes salvo por el empeño de Quemeneur (Europcar) Van Bilsen (Cofidis) y Teklehaimanot (MTN), el Tour, escondido en cada recoveco, mostró sus dientes. Ocurrió inopinadamente, en el repecho que descollaba en meta. La Grande Boucle, que es un trilero, movió los hilos. Cargó el tambor de su revólver. Ruleta rusa. No existen días de oficina en el julio francés. Tony Martin, líder pizpireto que descontaba los metros para abrigarse con el maillot amarillo otro jornada, perdió tracción tras hacer el afilador con Coquard, dio una bandazo desde un lateral de la calzada y se fue al suelo. Crac. Ramas secas. Clavícula. En su caída, efecto dominó. El alemán arrastró a un puñado de corredores. Allí estaban Nibali, Quintana, Van Garderen y Barguil, entre otros. Agolpados en un montículo de cuadros de carbono. Amasijo.

nibali, alterado En el garabato que dibujó la caída entre los hombres que miran a París, se disparó el otro Tour, el de la confusión, los nervios y el estrés. La sensibilidad a borbotones en cada poro de la piel. En meta, Nibali colocó el dedo acusador sobre Chris Froome, que nada había hecho, salvo esquivar como pudo el golpe, al igual que Contador, también indemne en el suceso. “Pensé en el momento que era Froome el que me había tirado y yo estaba muy enojado con él, es cierto”, dijo Nibali, visiblemente alterado a la conclusión de la etapa. Al italiano, que se abolló el hombro y la pierna en la caída aunque sin mayores consecuencias, le desmintió el vídeo. Las imágenes le cerraron la boca. “Después de ver el vídeo de la caída, no hay nada, él (por Froome) vino al autobús y me disculpé con él. Está todo aclarado”. El británico acudió al encuentro de Nibali, -antes conversaron sobre el incidente David Brailsford, mandamás del Sky, y Giuseppe Martinelli, director del Astana- para exigir una disculpa. “Hubo algo de confusión sobre quién causó la caída, busqué aclararlo con el Astana y Nibali (¡definitivamente no fui yo!)”, escribió Chris Froome en su cuenta de twitter. En el accidente, Nairo Quintana también salió perjudicado. Su codo impactó con la carretera. Chapa y pintura. “Tengo un golpe superficial, espero que mañana (por hoy) amanezca bien el codo. Estoy bien, espero que no sea nada”, cerró el colombiano.

Alberto Contador, las orejas tiesas, fintó el infortunio que se posó sobre los dorsales de Quintana y Nibali. El madrileño, un búnker, expuso que “estoy contento por no haberme caído y salvar el día”. A continuación reflexionó sobre el Tour, el indomable Gulliver. “No hay tregua. No te puedes descuidar nunca. Las grandes vueltas es lo que te exigen, y por lo que muchas veces son difíciles, porque tienes que estar los 21 días concentrado al 100% porque cualquier día de estos puedes perder tiempo”. O recoger el maillot amarillo con la clavícula rota como Tony Martin, mientras por delante un compañero, Stybar, que aprovechó el corte de la caída para impulsarse, lanzaba confeti. Esto es el Tour. Gloria y miseria comparten colchón.