Saint-Lary-Soulan - Mientras a unos los Pirineos les hacen suspirar de nostalgia, a otros como a Haimar Zubeldia, 37 años y edad para recordar, no le sugieren otra cosa que la oportunidad de meterse por quinta vez entre los diez mejores del Tour, la carrera con la que sueña, por la que sigue siendo ciclista y, quizás, por la que lo fue. Zubeldia está en el Tour y ya se sabe que metido en esa burbuja no hay sitio para el recuerdo ni la nostalgia, que eso también agota y desgasta, sino para pensar en el momento, en lo que hay. Ayer, Saint-Lary. Hoy, ya el Tourmalet y Hautacam.
La evocación es para los que no están. Para Miguel Madariaga, que no visita este año el Tour pero lo ve y lo lee en su casa o en la sede de la Fundación Ciclista Euskadi, en Derio, desde donde manda mensajes a quien los quiera entender. Anuncia estos días el fin de del Equipo Euskadi tras dos décadas y le pone fecha de defunción: la segunda mitad de agosto, tras la Vuelta a Burgos. Esa será la última carrera del equipo. En adelante, se dedicará a la base, nada más. Si es que no ocurre algo que lo remedie. Madariaga insiste por ahí. “¿Por qué no pones lo que se echa de menos en el Tour a Euskaltel?”. Y, también, añade, cuánto se necesita un equipo profesional en Euskadi.
Será difícil que ocurra. O, al menos, será complicado montar uno para volver al Tour como se vino con Euskaltel hace trece años y los Pirineos ardieron y todo eso. Fue el día de Saint Lary, antes de Luz Ardiden. Allí estaban Laiseka y David Etxebarria, pero también Unai Etxebarria, que tampoco está en el Tour, sino en casa, y es de los que evocan aquellos años maravillosos con la nostalgia que va cayendo con los años como el polvo en el lomo de los libros que nadie toca. Laiseka suele contar que media victoria de etapa en Luz Ardiden es cosa de Unai. O mejor de su mano. La mano de Dios. Así la recuerdan. ¿La derecha o la izquierda? No se sabe. Una de ellas llevó a Roberto hasta la meta de Saint-Lary. Si no, la pájara que llevaba encima le hubiese echado del Tour. Casi seguro. Unai le rescató. Y la gente. A uno le cogió Laiseka un bocadillo de la mano. Qué mal iba. Era vasco. Se sabe porque iba de naranja. Entonces, todos vestían de ese color. Fue el primer año de una maniobra de marketing prodigiosa. Pintar a todos los aficionados de Euskadi del color del equipo.
Nadie niega el fenómeno extraordinario que hace que, con la desaparición del equipo y, por alcance, de la marea naranja, todo el mundo hable a las puertas de los Pirineos de lo diferente que será todo, a lo que responden los que llevan toda la vida en el Tour, que ya había vascos en las cunetas del Tourmalet, de Luz Ardiden, de Saint-Lary, el Aubisque y los demás colosos antes de que existiese Euskaltel y que, también, los seguirá habiendo como los hubo ayer, fuese con una camiseta u otra.
De otro color volvió ayer Zubeldia a Saint-Lary trece años después. Del Trek, negro. Un día malo. “Ayer iba mejor”, dice sobre Balés. Pero allí le esquivó la fortuna. Pinchó nada más empezar a bajar tras coronar poco después que Valverde. El coche de Mavic le socorrió, le cambió la rueda pero, otra desgracia, la banda de frenado era demasiado ancha, o demasiado estrecha, y no podía frenar. Como para haberse matado. En lugar de eso, perdió más tiempo del deseado en la lucha por entrar entro los diez mejores del Tour. Salió décimo de Luchón. Ayer, tras sufrir, sigue ahí, a las puertas de lo que busca. “No me iba tanto esta etapa, corta y explosiva”, dijo. Hoy le va mejor a su motor diésel. 145 kilómetros hasta Hautacam. Pero primero, suben el Tourmalet, largo y duro. Ya lo ha subido unas cuantas veces en el Tour Zubeldia, que quizás pueda recordar la primera, cuando tiraba joven y prometedor del pelotón para cazar a los escapadas camino de Luz Ardiden, donde ganó Laiseka. O dos años después, qué imagen, en la cima junto a Armstrong, Ullrich y Mayo el año que soñó, soñaron todos, con el podio.