En una curva de Les Bois-D’Oingt, bajando de los montes Jura, David de la Cruz, catalán, 25 años, debutante, comprueba con dolor lo duro que es el Tour y, sobre todo, lo que duele abandonarlo en una camilla mientras grita desconsolado, no se sabe por cuál de los dos dolores. Qué fenómeno aquel que dijo que en la vida, o en el Tour, nunca sabes lo que te puedes encontrar a la vuelta de la esquina. Antes de empezar a doblar esa curva en Les Bois, 90 grados a la derecha por el pasillo que dejaban las fachadas de dos edificios, De la Cruz era el chaval que bajaba a desayunar silbando alguna canción y esperando que el Tour, de alguna manera, le cambiase el futuro como sabe que es capaz de hacer el Tour. Solo esperaba el momento. Y mientras llegaba, recordaba a los que le preguntaban cómo dobló él un día una esquina, se cruzó con una BH Iseran y sintió que si la compraba cambiaría su vida de estudiante y trabajador en un supermercado que ya no le llenaba. Con el sueldo se pagó la bici y se fue haciendo ciclista sin saber si quiera quién era Merckx, qué era la Vuelta o el Giro, y poco del Tour aunque algo le quería sonar de una carrera de bicicletas en Francia. La corre, un viaje meteórico, solo siete años después bajando al desayuno silbando y esperando el momento, que ya le había dicho su amigo Purito que el Tour era guardar y esperar y estar atento como lo estuvo para cazar la fuga ayer, la segunda que cogía. Y todo empezó a cambiar cuando se tumbó para trazar la curva de Les Bois-D’Oingt de la que no salió en bicicleta, sino en camilla. No llegó a Saint-Etienne. Dobló una esquina y le cambió el Tour y no el Tour su futuro ni la vida, no de momento. Luego está Sagan, que haga lo que haga nada cambia. Tire su equipo de salida o se ponga a bloque al final, ayer a tres kilómetros, o ataque o haga malabares bajando, el resultado siempre es el mismo. No gana. En el sprint de Saint-Etienne le batió, por mucho, Kristoff, el primer noruego que, la pasada primavera, se impuso en la Milán-San Remo.
Ayer, ni frío noruego ni primavera italiana, sino verano e infierno. El Tour vuelve a ser una sartén donde se fríen los ciclistas y eso, dicen los que saben, lo cambiará todo si es que no lo ha cambiado ya. Hay quien, sabedor de que en el Tour hay que fijarse en los detalles, vio caritas de pena y dolor en el grupo el día de Oyonnax, en el martirio final por los repechos de los montes Jura, el primer día que el mercurio acarició los 30 grados. Ayer se saltó esa barrera en un día de calor, calor, de trabajo a destajo para los aguadores, de bolsitas de hielo que corrieron de cogote en cogote para aliviar el golpe de calor. Ahora, todo el mundo anda queriendo saber quién de los favoritos resistiría más en el infierno. ¿Quién se lleva mejor con el diablo?
No es necesario escuchar a Valverde decir lo contento que está ahora que luce el sol. Basta verle sonreír, de mejor humor. Y basta saber que es murciano, que allí el sol nunca se pone y que por eso tiene la piel carbonizada y el cuerpo adaptado a las temperaturas desérticas, que es lo que se espera hoy en los Alpes, donde no se suben los colosos -ni Galibier, ni Alpe d’Huez ni Madeleine ni esos-, pero advierten que los Alpes siguen siendo los Alpes. Los primeros puertos largos del Tour -hoy, Palaquit y Chamrousse; mañana, Izoard y Risoul-, más de una hora de esfuerzo, bajo el sol? No habrá donde esconderse.
“Se sabrá”, dice Nieve, “quién está bien y quién no tanto”. El calor y la montaña son como un escáner. Lo enseñan todo.
las dudas de valverde Todo lo que no enseña Valverde cuando habla y le preguntan qué debe hacer ahora, o qué hará, cuando la carretera se empine, apriete el calor, el agua se haga té y las cremalleras bajen hasta el ombligo. “Ya se verá, ya se verá”, repite el murciano, que puede encontrarse en la encrucijada, bendita duda, y estar tentado a lanzarse a por el Tour en una oportunidad única de ganarlo, un todo o nada, o esperar y amarrar lo que tiene, el podio que nunca ha pisado y con el que sueña. Pero eso ya se verá.
Y se verá a los que llevan todo el Tour volando por debajo del radar, como dice Porte, los invisibles, aunque el australiano del Sky se refiera a sí mismo quizás enojado con los que, con la caída de Contador, anunciaron el fin del Tour y cantaron el triunfo de Nibali en París y no contaron con él, que está segundo pero no descarta subir un peldaño. Antes de que empezara el Tour en Inglaterra, Froome, que pensaba en volver a ganar, se puso como reto hacerlo pero llevando a su delfín a rueda, segundo, hasta París. Como él mismo y Wiggins en 2012. Cuando se marchó golpeado por todas las esquinas, harto de caerse y harto del estrés y la tensión, le pidió a su amigo Porte que ocupase su sitio. “Te los puedes comer”, le vino a decir. El australiano, que advierte que no es reservado como Wiggins ni paciente como Froome, sino acelerado y ambicioso y lo quiere todo al momento, cree ahora que puede ganar el Tour ya, sin esperar, aunque no cuenta cómo, si en los Alpes o después, cuando se planten en los Pirineos, o en la crono de Bergerac.
Y para llegar hasta allí vivos Pinot, que es quinto justo por detrás de su compatriota Bardet y ha dejado de temblar en las bajadas, tuvo que mandar ayer por la mañana un WhatssApp a uno de los redactores de L’Equipe para pedirle que bajasen el pistón, que les dejasen respirar, que no les metiesen tanta presión porque a ese ritmo ni Tour ni podio ni nada, no acaban. Para el periódico es “Ahora o nunca”. Así titularon en portada el martes, exigiendo que aproveche la oportunidad una generación de buenos escaladores que encarnan Bardet y Pinot, pero también está Peraud, 37 años y séptimo, mientras Gallopin se bajó ayer de ese tren, perdió cinco minutos y se quitó el peso y la responsabilidad de luchar por lo que reclama el diario francés en una oportunidad única.
Ciertamente, hay quien piensa que lo es: un grupo de corredores, no solo franceses, que jamás soñaron que podían ganar el Tour y, seguramente, jamás vuelvan a cruzarse con esa oportunidad, la tienen. Pero deben decidir: jugárselo a todo o nada, arriesgar, ser valientes, o luchar por lo que tienen. Hoy, doblan la esquina hacia el calor y los Alpes. A ver lo que se encuentran.