El escenario del Teatro Arriaga, a nada que uno cerrase los ojos, recordaba, qué sé yo, a Mikonos o, por ser más selectivos, a Folegandros, una joya de las Cícladas y una auténtica belleza para los amantes de esa vida templada. Claro que no es precisamente el temple lo que mueve al musical Mamma Mia!, una obra inspirada en los 23 grandes éxitos del grupo sueco ABBA tales como Dancing Queen, Gimme Gimme Gimme, Chiquitita o The Winner Takes It All entre otros.
Cuando el telón se abre y las luces se encienden, el musical Mamma Mia! no es solo una historia sobre el amor bajo el sol griego. Es un mosaico de vidas que, a ritmo de ABBA, revelan sus propias orillas: búsquedas, recuerdos y la extraña magia de atreverse a reír y a creer.
“Es que no son canciones, son los himnos de nuestra vida”, decía ayer Marta Elorriaga a las puertas del Teatro Arriaga, atenta a que se abriesen para entrar en un universo del que esperaba maravillas. La música y la letra están escritas por Benny Andersson y Björn Ulvaeus, sobre un libreto original de Catherine Johnson, basado en una idea de Judy Craymer y bajo la dirección de Juan Carlos Fisher. Llevan años triunfando y en el Teatro Arriaga se estrenó hace casi 20 días (los cumple hoy...), el 14 de agosto. La gente acude en masa, máxime en días como ayer, cuando se vivió una sesión de precios populares.
El show está basado en los 23 grandes éxitos de ABBA, canciones inmortales que van desde ‘Dancing Queen’ hasta ‘Chiquitita’
En escena se dejan la piel Verónica Ronda, Ylenia Bagglieto, Noemí Gallego, Ángel Saavedra, Marc Parejo, Víctor González y todo un elenco de voces y cuerpos de baile. Entre bastidores, la gente que sostiene la historia es otro país: diseñadores de escenografía que pesan cada prop y cada flor de papel, técnicos de luces que negocian con sombras, vestuaristas que convierten a cada actriz en una Diana griega y una Donna de tiempo suspendido. Sus historias no aparecen en los créditos, pero son el músculo invisible que mantiene la carcasa del musical latiendo. Hablan de agotamiento, sí, pero también de esa satisfacción rara que nace cuando una solución creativa aparece en el momento justo: un hilo de rubor en un vestido que se salva con un broche improvisado, una lámpara que cambia el escenario entero sin que el público lo note.
Para muchos espectadores, Mamma Mia! es una puerta a la memoria: canciones que traen recuerdos de bailes en fiestas familiares, de romances juveniles, de viajes por la costa. Pero, en su esencia, es también una reflexión sobre el coraje de reinventarse. La protagonista, Donna, no es joven ni perfecta; es una mujer que ha amado, trabajado y decidido seguir adelante a su manera.
Gran afluencia
Eso atrae, vaya que si atrae. No en vano, la afluencia fue torrencial, en su inmensa mayoría femenina. A la cita no faltaron Carlota Iturriaga, Miren Bilbao, Izaskun Olabarria quien, impaciente y nerviosa, no cesaba de preguntar si iba a poder cantar en el patio de butacas; Carmen Pérez, María Jesús Alonso y María Teresa García, un trío calavera que venían a presenciar el espectáculo por segunda vez “porque en nuestra juventud no había mujeres así”; el escultor Antonio Ranieri, quien amante de los mitos griegos, inmortalizó aquella parada del legendario José Ángel Iribar en una escultura plateada; Itxaso Alonso, Raquel Morales, María Fernández, Paula Zango, Alazne Garate, Cristina Olmedo, Loli Díaz Chomón, Dori Bárcenas, Paula García, Ixone Martínez, Ariane Uriarte, María Carballal, María G. Aguirre; Nagore Ledesma y Gaizka Ceanuri, junto a la joven Irati Ceanuri, Marta Bengoetxea, Leire Agirre, Carmen García Rodríguez, Silvia Castañeda, junto a su madre María Aguadero, Idoia Zudaire, Matxalen Uriarte, Aitor Etxebarria, Nerea Pastor, Miren Zubizarreta, Olga Bilbao, Uxue Aranguren, Arantza Etxebarria, Nora Basabe, Janire Olmos, Ane Múgica, June Garai, Carmen Gorostiaga y toda una corte.