FUE un duro estreno que nunca debió vivirse, no por la grandeza y la valentía de sus orígenes sino porque la obra de la que les hablo no fue fruto de la imaginación sino de la sobrecogedora guerra que llama a la puerta de casa, allá en Ucrania. Les hablo de la premiere internacional de la obra The Book of Sirens (Lieslel es una niña que aprende a leer bajo las bombas...) una pieza creada y estrenada en un refugio antiaéreo el pasado 9 de abril por la compañía ucraniana Pro English Theatre, que continúa trabajando en un refugio creado en la II Guerra Mundial. Lo hacen como antídoto. Contra la deshumanización en plena agresión bélica de las tropas rusas en Kiev.

Cuenta la leyenda que ese sótano blindado de un edificio del distrito de Shevchenko fue utilizado por la Gestapo para realizar sus terroríficos interrogatorios. La voz que era sacada a hostias de las profundidades y la voz que desde hace ocho años se proyecta hacia el exterior para llevar un mensaje al mundo.

Las sirenas, cuyos cantos enloquecían de amor a los marineros de la Antigüedad clásica y las otras sirenas, cuyo estruendo enloquecen de terror a quienes las sobrevuelan como anuncio del bombardeo. De esa tercera, que sonaban para anuciar la hora de salida de la fábrica ya apenas quedan noticias. El libro, como consuelo de esa estruendosa amenaza sonora, supone una hermosa metáfora. Qué pena, como les dije, que la historia no haya nacido del ingenio de los hombres sino de su barbarie. Lo digo por mucho que la obra esté inspirada en otra obra predecesora, La ladrona de libros, de Marcus Zusak, y ambientada en la II Guerra Mundial, así como en los libros de Héctor Abad Faciolince y un extracto de su The Oblivion We Shall Be. La barbarie, como les dije. Entonces y ahora.

El estreno internacional de esta pieza tuvo lugar ayer en Bilbao, en la Sala BBK Kuna, como acto de apertura del Fair Saturday Forum (FSForum), que dirige Jordi Albareda. Puede hablarse de una obra refugiada, habida cuenta que llegó hasta orillas de la ría merced a un duro recorrido desde Kiev y tras pasar por Cracovia, Ámsterdam y Madrid. Es dura de pelar. Jordi lo repetía ayer una y otra vez. "La guerra impide pensar y la cultura invita a pensar". Es ahí, en la cultura, donde se apoya el FSForum (vendrán 25 líderes culturales y sociales de 13 países a lo largo de estos días...) como palanca para alcanzar un futuro más despejado de tragedias, más habitable para todos nosotros.

Ni siquiera ayer respiraban tranquilos los integrantes de la compañía ucraniana. Hablaban de que ya está próximo el 9 de mayo, Día de la victoria en Ucrania. Temen que algo ocurrirá. Les hablo de la actriz ucraniana de origen nicaragüense, Anabell Sotelo Ramírez, Valeria Leif al piano, la cartelista Daria Shabilenko o el director Alex Borovenskiy, quien se conectó, de mañana, desde la propia Kiev, con Bilbao.

En la obra se escuchan anuncios de radio soviéticos de la Segunda Guerra Mundial, piano en vivo, canciones de guerra soviéticas, la melodía de Moonlight Serenade y un rugido de sirenas. Lo vivieron quienes ayer se acercaron al estreno internacional. Entre ellos se encontraban Nora Sarasola, directora de Obra Social BBK, Begoña de Ibarra, Jone Goirizelaia, Carmen Muñoz y Jon Bilbao como autoridades y otra mucha gente, desde Gonzalo A. de Santocildes a Saioa Eibar, pasando por Ane del Ferrero, Pedro Eibar, Begoña Rebollo, Celina Pereda, que tanta vida se ha dejado en Médicos del Mundo; Eduardo de Ocampo, director del Instituto Nacional Auschwitz-Bikernau; Lluis Pérez, Rakel Arymux, Rosa Robles, Sofía Ortega, Iñaki Apraiz, Iñigo Apraiz, Jorge Goicolea, Álvaro Villa, Gorka Hernández, Joseba Muguruza, Nagore Irizar y un buen puñado de gente que se acercó a vivir, de primera mano, un sentimiento que toca el hondón del alma.