Hoy es un día muy especial para la familia de María Santamaría Etxezarraga. Celebra sus cien años de vida en Alonsotegi, donde recaló por primera vez cuando apenas contaba con quince años. “Mi madre nació en el último caserío que había subiendo al Gorbea en Zeanuri. Sin embargo, cuando comenzó al Guerra Civil tuvieron que marcharse. Cogieron las vacas, metieron en el carro todo lo que pudieron y vinieron por los montes: por Zeberio, Arrankudiaga… y recalaron en Artiba, que era el caserío donde nació mi padre”, recuerda su hijo mayor, Pedro Mari Etxebarria.

Ese primer contacto fue el punto de partida de una historia de amor que se inició marcada por la contienda -“con cartas que nunca llegaron a su destino”- pero que superó todos los obstáculos. “Mi padre tuvo que ir a la guerra y volvió licenciado aunque tenía que hacer tres años de servicio militar”, rememora el mayor de sus cinco hijos que cuenta entre risas que “un domingo le dijo a su hermana Engracia que le preparara la ropa porque iba a buscar novia. Se lanzó a la aventura a buscar a aquella chica de Zeanuri que llegó al caserío de Artiba”. Esa relación prosperó y un 24 de octubre de 1942 se daban el “sí quiero” y comenzaron una vida en común en el mismo caserío que les unió por primera vez. Esta ceremonia la repitieron 75 años después para conmemorar las bodas de diamante, que tuvieron como maestro de ceremonias a Joseba Urbieta, el alcalde de Alonsotegi, que se centró en la pareja conformada por Pedro Cruz y María para que fueran protagonistas de un caluroso homenaje con motivo del 80 aniversario del bombardeo que asoló esta localidad en 1937. “Me hacía mucha ilusión y fue un acto muy bonito”, reconoce el primer edil sobre ese tributo a la única pareja del municipio que seguía unida.

El matrimonio funcionó y tuvieron cinco hijos sobre los que María tenía una certeza: que recibieran formación académica. “Su obsesión era que teníamos que hacer bachiller. Después, lo que quisiéramos”, cuenta Pedro Mari que acudió por primera vez a la escuela cuando contaba 7 años. “Cuando bajé, sabía leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, catecismo… todo eso me lo había enseñado mi madre”. “Antes de los 7 años tampoco era posible ir a la escuela porque el caserío Artiba estaba a una hora monte arriba, no tenía agua, luz ni camino”, apunta. Una obstinación por la educación que logró que sus cinco hijos tuvieran estudios superiores.

Muy devota

“Mi madre siempre tuvo una salud delicada pero cuando tenía sobre 70 años mejoró mucho”, comenta Pedro Mari quien hace referencia a que “descubrió Unbe. Cogía a sus nietas, las flores que tenía en el caserío y preparaba procesiones para ir a Unbe. Siempre le llevábamos alguno de sus hijos y a partir de ahí comenzó a mejorar”. Esa devoción que sentía por la Virgen se la trasladó a su marido con quien compartía sentimientos. “Se picó con mi aita e hicieron visitas a Lourdes… Ella es muy creyente de la Virgen y siempre dice que cuando fallezca se va a sentar a la derecha de la Virgen”, relata el hombre. Ese sentimiento lo vivían en casa desde donde seguían las misas por televisión y recibían la comunión de manos de su sobrina Conchi Salmerón, hija de Engracia y monja. “Ella les repartía la comunión”, ahonda Pedro Mari.

La vitalidad que recuperó gracias a la Virgen de Unbe le permitió vivir con su marido y su hijo pequeño hasta hace apenas tres años cuando se cayó el hijo pequeño que vivía con ellos y no podía cuidarle. Y a esa espiritualidad tuvo que recurrir cuando falleció el cuarto de sus hijos, Jesús Mari. “En 2017 cuando murió mi hermano el problema era cómo decírselo a mi padre porque era su hijo predilecto. Mi prima Conchi le dijo que se había puesto muy malito y se lo había llevado el Señor”, dice el mayor de los hermanos quien reconoce el duro golpe que supuso para toda la familia. Un núcleo familiar que hoy envía pasteles a la residencia en la que María Santamaría pasa sus días. ¡Zorionak!

“Su obsesión era que teníamos que hacer bachiller. Después, lo que quisiéramos”

Hijo de María Santamaría