O se les puede negar agallas a Iñigo, Asier y Raúl. "Somos tres locos de Bilbao", confiesan. Montar un negocio de restauración en plena pandemia del coronavirus e inaugurarlo poco menos de una semana después de que las restricciones hayan mantenido cerrada la hostelería vasca cinco semanas es para gente entusiasta y sin miedo al futuro. "Tenemos colchón financiero para aguantar un año", explica Asier Kortabitarte desde detrás de la barra del bar Egurre abierto el miércoles en la calle María Muñoz, en pleno Casco Viejo de Bilbao.

No hubo acto social ni celebración especial: "Con el coronavirus no ha sido posible", indicaron. Simplemente abrieron sus puertas para exponer una suculenta barra de pinchos y cazuelitas y montaron seis mesas de terraza en el espacio que ahora tienen disponible en la calle, "las que nos dejan ahora por la distancia sanitaria de metro y medio".

La oferta hostelera es la tradicional, la de cocina vasca "pero con gusto y calidad", especifican. Para que todo salga apetitoso se encuentra la sabiduría culinaria de Raúl Gallo, anterior propietario del txoko bar Pitsburg, sito en la cercana calle Iturribide, y con varias estanterías en casa llenas de txapelas y trofeos de concursos gastronómicos. La sabiduría y experiencia de gestión hostelera la aporta Iñigo Navalón, tras varios años abriendo cada mañana el K2, uno de los bares más conocidos de la calle Somera, también en el Casco Viejo. La tercera pata de este osado triunvirato es Asier Kortabitarte con su apoyo económico y "txokero que siempre he querido meterme en hostelería", reconoce.

Pero ¿a quién se le ocurre abrir un bar en plena pandemia? "Vimos la oportunidad y la hemos aprovechado", indica Iñigo. El local que ahora ocupa el Egurre era hasta agosto otro bar, el Soiz 3. "Lo llevaba una chica, pero no pudo aguantar las pérdidas, así que tuvo que cerrar", desvela. Tras la clausura, la propiedad colocó el cartel de Se alquila en la fachada. Iñigo y Asier, amigos desde hace años, tuvieron una premonición este verano, cuando gestionaban con mucho éxito el bar de un club náutico en Labastida. "Tras esa experiencia, vimos el cartel, nos animamos, hablamos con Raúl y formamos la sociedad para alquilar el local", recuerda Asier.

"Esta calle tiene mucho tirón de poteo y no coger este bar habría sido una irresponsabilidad por nuestra parte", asegura Iñigo para identificar una arteria peatonal donde, en cincuenta metros, hay seis locales hosteleros con sus correspondientes terrazas a resguardo.

Con estilo moderno y el blanco como color que inunda la estancia, el Egurre se ha planteado tras dos meses de obra con un concepto de consumiciones de pie; de hecho, sus mesas son altas con asientos elevados, como las que inundan el interior de los bares en esta pandemia.

"Nuestra intención es aguantar un año para ver cómo va el negocio, aunque dentro de seis meses volveremos a hablar", expone Iñigo con una sonrisa entre cómplice y nerviosa. De momento, sus pretensiones son modestas. "Nos conformamos con que dé para pagar el alquiler, que la renta es bastante alta, y poder ganar algo para nosotros", confiesa Asier.

De momento no van a contratar a nadie más que a una chica "y estaremos detrás de la barra, dando caña, por eso se llama Egurre". El miércoles ya lo demostraron. El mostrador exhibía una colección de pequeña gastronomía, con pinchos de bacalao, banderillas de pulpo, bocaditos y sabrosos triángulos de tortilla. Fuera, la terraza, con estufas y unos potentes focos, enseguida atrajo al personal. "Vamos a darnos a conocer estos días con buena oferta", indica Iñigo con el deseo afianzado de que "la gente se comporte, que Bilbao no alcance la zona roja y tengamos que cerrar otra vez toda la hostelería".

Durante el pasado periodo de cierre de la hostelería, los tres socios reformaron el local para darle un concepto de mesas altas para picar