En torno a una mesa, educadores sociales, personal de Bizitegi y gente que vive en la calle o en los albergues relatan a DEIA sus vidas y despejan incógnitas que se han convertido en rumores entre los ciudadanos. Preguntas como por qué usan móvil si no tienen dinero, si buscan un trabajo, qué necesidad tienen de dormir en la calle si hay albergues, qué adicción tienen o de dónde sacan para tabaco. José Luis, 46 años; José Mari, 54; Cipriano, 37; Jose, 63, y Vanesa 40, destierran con su historia, a veces de superación y otras de desánimo, los tópicos con los que la sociedad hace de las personas clichés y las convierte en invisibles.

"Pico, pala, pico, pala", con mucha insistencia, Aritz ha conseguido que José Luis salga de la calle y duerma en el albergue de Uribitarte. Lleva once años en la calle, en los que no sin sorna dice que se ha recorrido varias veces todo el norte desde Finisterre hasta Irun. Su vida no fue siempre así.

¿Cómo se llega a la calle?

Jose Luís

"Todos somos vulnerables"

La pregunta que todos nos hemos hecho en algún momento cuando vemos a gente pidiendo en la calle, no necesita de grandes argumentaciones. Basta escucharles para empatizar con ellos. "Yo llegué a ganar mucho dinero y entonces tenía familia y buenos amigos. Después llegó la crisis, me quedé en paro y nunca más conseguí remontar la situación". Así de breve lo resume este gallego. En el caso de Jose vino por una enfermedad. Contrajo lupus en su empresa y tiene una invalidez del 73%. "Pero me dieron la baja como si fuera un catarro", relata. Separado, sin trabajo y sin casa, pasa el día como los demás en la calle y por la noche busca los cajeros. Cipriano vino de Rumanía. Al principio tuvo trabajo, pero después le robaron y sin papeles ya no podía encontrar empleo. Vanesa lo tuvo peor; víctima de maltrato, tuvo que dejar su casa y después de salir del albergue de mujeres con una orden de alejamiento, el mundo se le vino encima. Sin casa, sin ayuda de sus familiares y con el drama de no poder tener a sus dos hijos con ella.

"Todos somos vulnerables. Te puede pasar a ti. Ahora tienes una buena vida y un trabajo estable pero, ¿si te falla? ¿Si ya no encuentras nada? Te quedas en la calle", coincide este grupo de comensales que no se conocen ni tienen nada que ver entre sí. Nada, salvo las horas que pasan a la intemperie, cada uno en su rincón.

¿Por qué no van al albergue?

José Mari

"Lo peor es no poder quitarte los zapatos"

Bilbao cuenta durante todo el año con 230 plazas en albergues nocturnos que se refuerzan en invierno por las bajas temperaturas. Aun así, hay quien no quiere recurrir a estos servicios, algo que muchas personas no entienden. "Estuve en el albergue de Uribitarte y mi experiencia fue tan mala que nunca más he repetido". Vanesa prefiere pasar la noche en un banco, "con los ojos abiertos y a poder ser cerca de alguna comisaría". Lo prefiere a volver a este recurso. "Quien lo recomienda es porque no ha estado. Me gustaría que los políticos durmieran unos días para ver cómo estamos", plantea. Para ella, "dormir hombres y mujeres todos en una habitación llena de literas, con olores, desconfianza, sin intimidad... Ni siquiera hay puerta en las duchas. El vigilante se pasó toda la noche al lado de mi litera para que yo pudiera relajarme".

José Luis fue el año pasado a Altamira. "Llegué con una manta y a la noche me la robaron. No volví".

Lo que peor lleva Cipriano de dormir en el albergue es el hambre. "A medianoche me entra muchísima hambre, no puedo comer nada y tampoco salir a la calle hasta que vuelven a abrir el albergue. En esos casos prefiero quedarme en la calle". En realidad no es hambre; es el mono que le provoca el disolvente que inhala para olvidar que no tiene hogar. Son los días en los que regresa al albergue con una herida nueva de alguna pelea que no recuerda después. José Mari tiene claro que él prefiere los cajeros. "Hoy he pasado hasta calor -dice-. Lo peor es el día. Estoy agotado de llevar todo el rato la mochila y no poder quitarme los zapatos". Aunque lo que más le duele es que "llevo 14 años sin poder comer unos espaguetis en casa con mi hija. Ella es la única que siempre ha confiado en mí".

Vanesa asiente y dice que ella no puede estar con sus hijos porque no tiene un lugar donde llevarles. "Lo más recurrente son las bibliotecas. Especialmente la de Alhóndiga", señala Jose. Hace ya muchos años que vino de Palencia. Se casó, se separó, vendió el piso y se gastó rápido el dinero. Tiene 63 años y ninguna esperanza de encontrar trabajo. Para él Uribitarte, donde lleva durmiendo dos años, sí es una alternativa. Pero el día es lo verdaderamente duro. "Es peor que la noche; das vueltas y vueltas hasta que llegan las nueve y puedes entrar a dormir al albergue. A veces incluso vas a las salas de los hospitales".

¿Con qué pagan el móvil?

Vanesa

"No es un lujo, es nuestra localización"

Mucha gente se pregunta cuando ve a alguien pidiendo, de dónde saca dinero para tabaco o cómo se paga el móvil. La pregunta a estos cinco usuarios de albergues casi les ofende. "¿Sabes cuánto vale un móvil de los que tenemos? Siete euros. La tarjeta es para que nos llamen de los propios servicios sociales. No tenemos casa, no tenemos a nadie; si no tenemos un teléfono en el que nos puedan localizar ni siquiera pueden avisarnos de las plazas del albergue para dormir o darnos los tickets para comer", aclaran.

José Luis nos cuenta que lo más complicado suele ser cargarlos porque al final Bilbao tiene muchas zonas wifis. "Así que si ves que en la estación de Abando hay mucha gente en las mesas es por ese motivo. Y verás también que en las zonas wifis estamos todos como zombis hablando. Vamos allí cuando tenemos que llamar o hacer alguna gestión". Así que para ellos es su tarjeta y su dirección, no un lujo.

¿Buscan trabajo?

Jose

"A mi edad no tengo esperanza"

A sus 63 años, Jose no tiene esperanza de encontrar un trabajo. Cobra 180 euros al mes y con eso se arregla. José Luis asegura que no hay empresa en todo el norte donde no haya echado su curriculum. Y José Mari, que cobra una pensión de 500 euros, espera cambiar su vida. Se lo debe a su hija. A Vanesa le gustaría ayudar a otra gente como han hecho los educadores con ella. Hasta piensa en estudiar algo cuando esté bien y Cipriano dice que el 11 de enero se irá a Alemania a trabajar. Termina la comida y todos vuelven a la calle.