Hay niños y niñas que, por diferentes circunstancias, no pueden crecer junto a sus progenitores biológicos y se encuentran bajo el amparo de la Diputación. Para ellos, representan la mejor opción: una familia de acogida que les brindará un hogar estable, cálido y normalizado, donde crecer y desarrollarse con un modelo familiar adecuado. En Bizkaia 280 menores viven en familias de acogida pero tras la pandemia el número ha ido a menos, condicionado también por los cambios sociales. Actualmente, medio centenar de niños y niñas esperan un hogar que les abra las puertas.

La Diputación Foral de Bizkaia implantó en 1997 el programa de acogimiento familiar, con el que apostaba por acompañar de forma profesional y especializada tanto a las familias acogedoras como a los menores y sus familias de origen, a través de un modelo de intervención global. Se trata de una medida de protección que ofrece a los niños, niñas y adolescentes que no pueden vivir con sus padres y madres la oportunidad de crecer en un hogar alternativo, evitando así su ingreso en un centro institucional, durante el tiempo que sea necesario. Les permite crear nuevos vínculos, mejorar a nivel físico y emocional, conocer un modelo familiar adecuado y mantener su relación con sus padres y madres biológicos, apoyando el proceso de vuelta en los casos en los que ese posible.

Pero tras la pandemia del covid, el número de familias dispuestas a brindar una oportunidad de futuro a estos niños ha ido descendiendo. Lo que más urgen en estos momentos es contar con una bolsa de familias “suficientemente amplia”, en palabras de la jefa del servicio de Infancia, Consuelo Alonso, “que permita ofrecer una alternativa familiar al acogimiento residencial” a los niños y niñas menores de seis años. También se necesitan familias de acogida permanente para los que superan esa edad y los que presentan necesidades especiales, “grupos de hermanos que, en muchos casos, han atravesado situaciones de daño previo que pueden tener repercusiones en su comportamiento o en su desarrollo emocional y relacional”. Se trata, en definitiva, de familias “comprometidas y dispuestas a coger con comprensión, paciencia y estabilidad a estos niños y niñas, acompañándolos en sus procesos vitales y gestionando las dificultades que puedan surgir como consecuencia de sus vivencias actuales”.

En concreto, actualmente hay once menores para los que se ha aprobado el acogimiento familiar como medida más adecuada para su guarda. De ellos, uno tiene menos de dos años; seis, entre 3 y 5, y los cuatro restantes entre 6 y 8. Además, se estima que en torno a otros cuarenta que se encuentran en acogimiento residencial se podrían beneficiar de vivir con una familia de acogida.

Esas son las necesidades. Al otro lado de la balanza hay únicamente 18 familias apuntadas en el programa de acogida. De ellas, diez están en proceso de formación; siete se encuentran en proceso de valoración psicosocial para la emisión -o no- de un certificado de idoneidad, imprescindible para la formalización de un acogimiento, y una más, que ya dispone de ese certificado, está a la espera de que se le asigne un niño o niña que se adecue a su ofrecimiento. Otras 115 tienen un acogimiento de familia ajena formalizado. “Es importante destacar”, apunta Alonso, “que los ofrecimientos de estas familias ha de coincidir con el perfil de los niños y niñas susceptibles de ser acogidos en cuanto a número, edad y situación de salud de los menores dispuestos a acoger”.

Sensibilización social

Para paliar ese déficit, desde el departamento de Acción Social se va a seguir dando a conocer a la sociedad vizcaina el acogimiento familiar como la medida de protección más beneficiosa para los menores, a través por ejemplo de los medios de comunicación o digitales, o charlas en municipios. “Confiamos en que estas acciones contribuyan de forma efectiva a la sensibilización social y a la movilización de las familias de Bizkaia”, confía la jefa de Infancia.

A nadie se le oculta que el acogimiento no es fácil. “El daño recibido con anterioridad puede generar dificultades de comportamiento o afectar al desarrollo psicosocial del menor”, advierte Alonso en la respuesta a una pregunta escrita realizada por el PP en las Juntas Generales. “Estas situaciones pueden resultar complejas de gestionar y exigir a las familias habilidades específicas para poder abordarlas adecuadamente y, en algunos casos, es necesario activar intervenciones de apoyo o incluso producirse un cese temporal o definitivo de la convivencia”. El año pasado, el 6% de los acogimientos tuvieron que finalizar por estas dificultades.

“Encuentran una persona adulta que responde a sus necesidades emocionales, piensa en su bienestar”

Consuelo Alonso - Jefa del Servicio de Infancia

Sin embargo, incluso en las situaciones más críticas, desde el servicio de Infancia se hace una lectura “positiva”, considerando todo lo que la vivencia del acogimiento ha aportado al niño o la niña, ya que “cada etapa vivida en familia supone un aporte en su proceso vital, independientemente de su duración o desenlace”. Es por ello que cualquier acogimiento “puede valorarse como una experiencia de éxito”. Lo explica así su responsable. “Siempre se benefician de las relaciones que establecen con figuras significativas para ellos, que les ofrecen modelos enriquecedores, entornos estables y estimulantes, así como nuevas experiencias vitales e indispensables que, en muchos casos, no han podido vivir por haber crecido en contextos marcados por la carencia”, advierte Alonso. En este sentido, es especialmente relevante “el vínculo con una persona adulta que responde a sus necesidades emocionales, piensa en su bienestar y le ayuda a entenderse a sí mismo, generando así confianza y seguridad. Estas experiencias tienen un valor fundamental en su desarrollo y salud integral”.