En Bizkaia, unos 280 niños y niñas viven actualmente con una familia de acogida, una medida que les ofrece una segunda oportunidad cuando no pueden crecer con sus padres. La psicóloga Matxalen Cayero, del Servicio de Acogimiento Familiar de la Diputación Foral de Bizkaia, conoce de cerca las historias que hay detrás de esas cifras: “Son menores que han tenido que ser separados de sus progenitores por distintas razones –negligencias, abandonos o situaciones de maltrato– y necesitan un entorno seguro donde puedan volver a confiar”.
Matxalen Cayero explica que la ley prioriza siempre la familia extensa, ya que mantener las raíces y el sentimiento de pertenencia es fundamental para el desarrollo del menor. Sin embargo, no siempre es posible. “En muchos casos, las mismas dinámicas familiares que provocaron la situación de desprotección hacen inviable que el niño se quede dentro de su entorno más cercano. Por eso son tan importantes las familias ajenas: ofrecen una nueva oportunidad de crecer en un ambiente sano y afectivo”, subraya la responsable del servicio.
Los signos de alerta pueden aparecer en cualquier momento y entorno. “Se detectan casos cuando los niños faltan a clase con frecuencia, llegan sin dormir lo suficiente o presentan falta de higiene. A veces no tienen rutinas de sueño, no saben quién les recogerá del colegio o cada día lo hace una persona diferente. Incluso hay ocasiones en las que lo cuentan al pediatra”, explica la psicóloga. Es entonces cuando los servicios sociales valoran la necesidad de adoptar una medida de protección.
El acogimiento familiar no pretende sustituir a la familia biológica, sino acompañarla. “El objetivo principal siempre es que los niños puedan regresar con sus padres cuando se den las condiciones adecuadas”, recalca. “Pero si eso no es posible, la familia de acogida se convierte en su hogar estable hasta la mayoría de edad”.
El apunte
Distintas modalidades. En Bizkaia existen distintas modalidades de acogida. El acogimiento de urgencia, destinado a bebés de 0 a 3 años, cubre periodos breves mientras se valora la situación familiar. El temporal puede prolongarse hasta dos años y busca facilitar el retorno. El permanente se establece cuando no hay previsión de vuelta con la familia de origen, y el especializado se reserva para menores con mayores necesidades de apoyo o grupos de hermanos.
Cayero señala que los efectos del acogimiento son profundamente beneficiosos en el menor. “El desarrollo emocional, la autoestima, la capacidad de atención o la confianza en los demás mejoran cuando hay una figura estable que está pendiente de ellos día a día. Saber que hay alguien que estará mañana, pasado y dentro de un año les da una base segura para crecer”.
Uno de los mayores desafíos es ayudar a los menores a integrar sus dos mundos, el de su familia biológica y el de la familia de acogida. “No se trata de sustituir, sino de sumar. Es importante que mantengan el vínculo con sus orígenes, porque eso forma parte de su identidad y les ayuda a construir una historia vital coherente”, explica. A veces, ese proceso puede generar sentimientos de culpa o confusión, por lo que la labor de acompañamiento emocional resulta esencial.
Familias diversas
El servicio foral vizcaino busca familias diversas y comprometidas, sin importar su estructura. “Tenemos familias monoparentales, parejas del mismo o distinto género, con o sin hijos. Lo importante es la estabilidad, la disponibilidad y el compromiso para acompañar al menor”, insiste Matxalen Cayero.
Más allá de los procedimientos, la psicóloga lanza un mensaje claro: Bizkaia necesita más familias dispuestas a acoger. “Cada niño acogido gana una oportunidad para crecer, y cada familia que acoge descubre una nueva forma de dar y recibir afecto”.
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