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Kostaldea, dejando huella

La dedicación por Busturialdea y Lea-Artibai serán protagonistas en la gala de los DEIA Laboral Kutxa Hemendik Sariak, que reunirá el 16 de septiembre en el Palacio Zubieta de Ispaster a nueve premiados de la zona

DEIA Laboral Kutxa Hemendik Sariak Kostaldea, premiadosNatale Murray

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El Palacio Zubieta de Ispaster se llenará el próximo 16 de septiembre de nombres, historias y emociones. Los DEIA Laboral Kutxa Hemendik Sariak reunirán a 9 personas y colectivos que, con su trabajo y su ilusión, hacen florecer a Lea-Artibai y Busturialdea. Son quienes aportan, quienes dejan huella, quienes transforman lo cotidiano en algo que perdura. Desde la cultura al deporte, desde la vocación a la constancia, cada premiado representa una forma distinta de entender el compromiso con su gente y con su entorno. Porque estas comarcas se sostienen gracias a ellos: a los que cuidan, crean, enseñan y empujan para que el lugar donde viven siga creciendo sin perder su esencia.

Entre esas historias de esfuerzo compartido, el deporte vuelve a mostrar su fuerza colectiva con el Foruko Sokatira Taldea, ejemplo de cómo una idea sencilla puede acabar uniendo a todo un pueblo. En 2010, la comisión de fiestas de Forua quiso recuperar la sokatira como parte de las celebraciones populares y organizó un encuentro entre pueblos que fue un éxito rotundo, aunque el club quedó en pausa durante más de una década, “en el congelador”, recuerda su impulsor Iñigo Basterretxea. En 2023 llegó el renacimiento del club, impulsado por la hija de Basterretxea y sus amigas, que le pidieron ayuda para volver a tirar de la cuerda. De aquellas primeras cinco chicas, ahora hay equipo femenino y masculino — siendo Malen, Luzia, Larraitz, Juan Félix, Óskar y Ander algunos de sus integrantes- que compiten en la liga de Bizkaia y en el Campeonato Vasco-Navarro, con la ilusión de poder acudir algún día a un Mundial. “Aunque seas el equipo más torpe del mundo, si tienes el dinero, puedes ir”, admite. La filosofía del club es clara: nadie debe pagar por practicar sokatira. “Aquí queremos que tire hasta la rata si quiere”, resume entre risas. Con el apoyo del Ayuntamiento y de varios negocios locales, el club se sostiene y transmite valores de igualdad, esfuerzo y amistad. 

En el frontón también se celebran sueños, y esta vez llevan el nombre de dos mujeres. Maia Goikoetxea y Elaia Gogenola, naturales de Berriatua, se han convertido en una de las parejas más prometedoras de la cesta punta actual. Amigas compañeras en el club local desde pequeñas, crecieron con la cesta en la mano y la ilusión de seguir los pasos de sus mayores. Su esfuerzo tuvo recompensa a finales de septiembre, cuando se proclamaron campeonas de la Jai Alai League, conquistando el “Gerriko de Oro” en el frontón Carmelo Balda de Donostia ante un público entregado. Ganaron la final por tres sets, poniendo el broche a una temporada impecable. “Ha sido un año entero luchando para llegar a la final y jugar la Final Four”, reconocen con orgullo. Amigas dentro y fuera de la cancha, comparten una complicidad que se refleja en cada partido y que las ha llevado a lo más alto. “Estamos muy contentas; esto es solo el principio”, afirman con ambición. En Berriatua, donde la cesta punta es casi una forma de identidad, su triunfo ha despertado un entusiasmo especial. “Somos cuatro chicas profesionales del mismo club, y el pueblo nos apoya muchísimo”, agradecen. Las dos reconocen que el crecimiento del deporte femenino les llena de esperanza. “Antes éramos pocas, pero ahora hay muchas chicas y están jugando muy bien.” Su Hemendik Saria llega como el primer gran reconocimiento a una trayectoria que apenas empieza, pero que ya simboliza el futuro de una disciplina que vuelve a brillar desde la cantera y el compromiso de dos jóvenes que quieren seguir sumando títulos, creciendo y haciendo historia. 

Desde el mar, el esfuerzo adopta otra forma, y pocos lo representan mejor que Iñaki Goikoetxea “Sagua”, vecino de Ispaster y remero de Isuntza Arraun Taldea de Lekeitio, donde ha pasado entre traineras la mayor parte de su vida. Empezó a remar con apenas once años y, a los catorce, ya era patrón de la trainera Lekittarra Elecnor. Hoy sigue siéndolo, con 36 temporadas a sus espaldas, aún siente el mismo respeto por el mar que el primer día. “Aunque no reme, una vuelta por el puerto me da esa liberación”, confiesa. Ha visto pasar “dos o tres” generaciones de remeros y ha aprendido que el éxito se construye sin prisas, con trabajo y constancia. Bajo su mando, Lekittarra vive una buena etapa: siete temporadas en la liga Euskolabel, y, este año, segundo puesto en la estropada de Orio y el regreso a la Bandera de la Concha tras 26 años sin clasificarse. Goikoetxea valora el relevo pausado que ha dado continuidad al club y defiende el trabajo como el verdadero motor del remo. “No hace falta ser el más hábil, si trabajas puedes llegar”, asegura quien ha hecho del esfuerzo su seña de identidad. Observador y sereno, reconoce también el empuje del remo femenino, “que viene con mucha fuerza, incluso más que el masculino en los últimos años”. Tras una larga temporada, toca descansar y planificar el futuro, pero su compromiso sigue intacto. “El mar siempre está ahí; forma parte de mí”, dice. 

Notas que tejen identidad

Si el deporte refleja la fuerza de estas comarcas, la cultura lo hace con la misma pasión, a través de quienes mantienen vivas sus canciones y tradiciones. En Lekeitio suena con nombre propio: Lekeitioko Aratuste Alai Estudiantina, una agrupación que lleva más de un siglo llenando de alegría y música las calles del pueblo. Dirigida artísticamente por Ana Madarieta, pero gestionado por todos, actualmente reúne a unas cuarenta personas de todas las edades, desde jóvenes de 17 años hasta veteranos que superan los 60, unidas por un mismo propósito: mantener vivas las canciones populares que forman parte de la memoria colectiva lekeitiarra. Con guitarras, laúdes, bandurrias, violines, acordeones, flautas o panderetas, la Estudiantina recorre las calles en sus fiestas más señaladas, pero también está presente en actos culturales, celebraciones de verano o en Navidad, cuando llevan su música a la residencia de mayores de baserritarras. “Nuestro objetivo es mantener y exponer las canciones de Lekeitio”, resume Madarieta, convencida de que el valor del grupo está en su espíritu comunitario y en su capacidad para unir generaciones. Este año, además, han impulsado el regreso de la Estudiantina infantil, desaparecida hace décadas, en colaboración con la escuela de música, para asegurar el relevo de los más pequeños. En su día grande, el sábado de Carnaval, salen desde primera hora y tocan “hasta que aguanten los zapatos”, convirtiendo las calles en una fiesta de sonrisas, recuerdos y melodías compartidas. Recibir un reconocimiento por ello, admiten, “siempre hace ilusión, porque lo que hacemos nace del cariño por el pueblo y por sus canciones”.

Muy cerca, en Ispaster, la música adopta otra forma, más íntima y pedagógica, en la figura de José Ramón Arteta, que ha hecho de la enseñanza vocal su forma de vida. Compositor, organista y pedagogo de la voz, aprendió con los sacramentinos el arte de “educar la voz” y desarrolló un método propio de educación vocal basado en la observación de los cambios de voz entre niños y niñas, algo innovador en su época. Fue pionero en la formación de coros mixtos de voces jóvenes, donde solía haber más chicas que chicos, cuando aún era poco habitual. Su labor como profesor y asesor musical en Gipuzkoa le llevó a trabajar con numerosas escuelas y agrupaciones corales en Andoain y Tolosa, donde fundó el Coro Eresoinka, heredero del histórico conjunto vasco creado en el exilio. Con él y sus coristas recorrió buena parte de Europa y llegó incluso a cantar en la catedral de Notre-Dame de París, una experiencia que recuerda con emoción. En su casa, llena de pianos y partituras, sigue impartiendo clases y trabajando la técnica vocal con la misma paciencia de siempre. “Mi vida ha sido totalmente musical. He dedicado todos estos años a enseñar, a educar voces y a compartir lo que sé con la gente”, afirma.

Pero su corazón siempre ha estado en Ispaster, el pueblo donde nació y donde aún vive en la casa heredada de sus abuelos. Hace más de dos décadas fundó el coro parroquial, impulsado por el párroco don Félix, con un grupo de chicas jóvenes que asombraron por su calidad vocal. “Decían que en Ispaster había un coro que no existía ni en el Conservatorio de Bilbao”, recuerda orgulloso. Allí, cada domingo y en cada festividad, sigue al órgano, acompañando a su coro con la misma entrega. También ha transmitido su pasión a su familia: su hija Ainhoa Arteta, reconocida soprano internacional, es quizá el fruto más visible de ese legado. “De ella también he aprendido muchísimo; sigo aprendiendo cada día”, confiesa. Profundamente ligado a su entorno, define Ispaster como “un paraíso”, un lugar que, asegura, “solo se puede entender viviendo aquí”. El reconocimiento le emociona porque llega de su propia comunidad: “Para mí es un honor enorme; me produce una satisfacción profunda que me reconozcan aquí, en mi pueblo.” 

El orgullo de cuidar y recordar

Del escenario a la calle, del canto al trabajo diario, el compromiso también se demuestra en los oficios que sostienen la vida de los pueblos. Y si hay un rostro que encarna esa dedicación silenciosa al día a día, es el de Santi Eskibel, alguacil de Murueta desde hace 35 años. Natural del propio municipio, empezó a trabajar con apenas 17, limpiando caminos con una moto y una guadaña, “entonces ni carnet tenía”, recuerda entre risas. Al año siguiente se lo sacó y, como el Ayuntamiento no tenía coche, usaba el de su madre para cargar las herramientas y recorrer el pueblo. Desde entonces, no ha dejado de hacer de todo: desbrozar caminos, reparar tuberías, arreglar farolas, echar hormigón o cuidar el agua. “Aquí cada día es distinto, y eso me gusta”, dice con orgullo. Hoy forma equipo con otro compañero, y entre los dos se apañan para tener el pueblo siempre a punto. Conoce a todos los vecinos, y todos le conocen a él: “Soy del pueblo, con todos ando bien. En Murueta hay buena gente y buena juventud.” Habla con cariño de quienes le enseñaron los primeros oficios, como el alguacil de Ajangiz, de quien aprendió los trucos del oficio: “Me enseñaban cómo arreglar el agua o cómo echar hormigón; he tenido buenos maestros.” Actualmente de baja por una lesión en el hombro, confía en poder seguir hasta la jubilación: “Todavía me quedan trece años.”

Entre quienes cuidan el presente, hay también quienes se dedican a rescatar el pasado. Jose Ángel Etxaniz “Txato”, historiador de Gernika-Lumo y miembro de Gernikazarra Historia Taldea, es uno de ellos. Su interés viene del vacío que dejó la guerra: con el bombardeo se perdió toda la memoria del pueblo, no quedaron ni fotos de los abuelos, y lo que hicimos fue reconstruirlo desde cero, recuerda. Desde entonces ha dedicado su tiempo a recuperar la historia local y a reivindicar el valor de lo cotidiano. En su último trabajo, “Los orígenes del turismo y veraneo en Urdaibai. Los origenes (1830-1900)”, ha demostrado que incluso los veraneos, los baños de mar y las casas de antaño son parte de la identidad colectiva. Lo hizo, admite, "por pura vocación". Ligado profundamente a Urdaibai, hoy recorre la ría y la marisma con calma, observando y descubriendo detalles que propone proteger como patrimonio cultural. Ha investigado sobre la industria, la enseñanza, la pelota o la posguerra, convencido de que reconstruir lo local es también un acto de reparación. Ya jubilado, disfruta del tiempo libre que antes no tenía y recibe el reconocimiento con emoción: se alegra de que "su trabajo despierte interés" y, sobre todo, agradece que "el premio llegue de su propia comarca", la cual ha investigado durante décadas. 

Nueve nombres, nueve historias que reflejan el pulso vivo de Lea-Artibai y Busturialdea. Personas que, desde su oficio, su talento o su pasión, siguen haciendo crecer estas comarcas sin olvidar lo que las hace únicas: su gente.