Es cierto que la fiereza del cielo y la presencia de Thor, como dios del trueno, pueden encajar en el día de deidades, mitos, lamias y leyendas de Lamiako. Pero, realmente, que aparezcan es un fastidio. La Maskarada vivió ayer su ritual y escribió un capítulo mágico más. Van 47 episodios vitales, entre dedicación y pasión, de un espectáculo que embauca a todo el barrio de Leioa.
Siempre hay nervios, y más cuando hay que estar mirando hacia arriba, a las nubes, o hacia abajo, con el móvil, para ver el pronóstico del tiempo. Pero la Maskarada es mucha Maskarada y hay que superar las incertidumbres y darlo todo, de la manera que sea. Medio centenar de vecinos son el corazón alegre de este montaje que es interpretación, baile, música y, sobre todo, historia propia: raíces, antepasados, orígenes e identidad. Con cabezudos, gigantes, hankapalus, fanfarria, dantzaris... Así se transmite todo y así se esparce y contagia el buen rollo y el ambiente festivo de la Maskarada. Arkaitz Correa, Arene Albizu, Zuberoa Astobieta y Tania Morgado lideran la organización y luego, todo el barrio, ya sea en la calle o desde los balcones, participa y se vuelca. Se corroboró ayer una vez más. “Es algo muy nuestro, una tradición muy bonita que no podemos perder”, defendía Ekaitz.
El espíritu de esta actuación es Prudentzia. Cuentan que, ya anciana, enviudó mientras gestaba un embarazo incipiente. Nació Iñaki, lo crió amorosamente. Pero cuando éste creció, se hizo cargo de las posesiones familiares, vendiendo todas las heredades, y se embarcó para conocer el mundo. Prudentzia, sintió que el corazón se le rompía. A partir de ese día, pasaba todo el tiempo mirando a la desembocadura del río, esperando ver arribar el barco de su amado hijo. Una tarde, encontrándose en Berriz, pudo ver un barco en el horizonte, por lo que esperanzada, bajó a la gran carrera a las Junqueras de Ondiz, pero al acercarse notó que no se trataba de la embarcación de Iñaki, por lo que fue tan grande su desconsuelo, que al regresar a su casa, le falló el corazón, muriendo en esas mismas junqueras. En ese momento, las lamiak se compadecieron de Prudentzia, y cantaron dulcemente, logrando que la acongojada madre se convirtiese en una de ellas. Desde entonces, este canto se puede oír siempre que un hijo de la región abandona las montañas.
Pocos lugares pueden presumir de unas huellas dactilares tan curiosas. Lamiako lo puede hacer y lo pone de manifiesto con su Maskarada. De generación en generación, con una implicación actual de los jóvenes admirable. Ellos son el motor del espectáculo, los que lo mantienen vivo, los que van a ensayar los domingos, los que se han preocupado por impregnarse de la historia... “Las nuevas generaciones están al pie del cañón, con muchas ganas y entusiasmo”, valoró Correa. “He venido siempre a verla con mis padres y ahora vengo con mis amigas. Es algo importante para el barrio”, comentó la joven Izaro. Una vez finalizada la Maskarada, el barrio se sumergió de lleno en sus fiestas de San Máximo, que durarán hasta mañana.