Los activistas por la protección del medioambiente están trasladando sus protestas de la calle a los museos. En Londres y Berlín militantes de grupos ecologistas han vandalizado Los Girasoles de Van Gogh y Almiares de Monet. Ayer mismo ocurrió en el Museo del Prado cuando dos jóvenes de Futuro Vegetal pegaron sus manos a los marcos de las dos Majas de Goya. Su objetivo, reivindicar un planeta libre de “costumbres fósiles”. Los grupos, fundaciones y asociaciones vizcainas ecologistas no son partidarios de este tipo de protesta.

“Creo que buscan el efectismo con todo esto, la presencia en los medios”, opina Jon Hidalgo, presidente de la asociación Lurgaia. Esta organización sin ánimo de lucro se encarga –entre otras cuestiones– de la protección del bosque de Unibaso, el mayor robledal mixto de la biosfera de Urdaibai. “Lo hacemos a través de la inversión de fondos públicos y, sobre todo, privados”, explica Hidalgo.

Él se siente interpelado por el activismo ecologista, pero su línea de trabajo se centra en la actuación, no en la protesta. Aún así, reconoce estar de acuerdo con el fondo del discurso de estos militantes. “Puedo estar conforme con lo que dicen. Realmente nos importan más las grandes obras de arte que lo que está pasando con nuestro planeta”, reconoce.

Para explicar su postura pone como ejemplo la reacción social e institucional que suscitó el incendio de la parisina catedral de Notre Dame en 2019. “Casi inmediatamente se invirtieron grandes cantidades de dinero para su restauración”, recuerda.

No obstante, las formas en la que se expresa esta narrativa no encajan con su forma de entender la protección del medioambiente. “No es algo que nosotros haríamos. Podemos ser ecologistas, por supuesto, pero nuestra línea de acción va dirigida a la actuación”, puntualiza.

Garikoitz Plazaola, integrante del grupo Eguzki, tampoco realizaría una acción de estas características. Para él este tipo de protestas –que define como actos de desobediencia civil– tienen un valor más performático que práctico. “Son efectivas, los medios están haciéndose eco de estas, pero no sé si está pesando más la acción que el mensaje que subyace tras ella”, expone escéptico.

El activista contra la emergencia climática aboga por alentar otro tipo de acciones más centradas en el mensaje, “aunque su repercusión sea menor”. Considera que hay que quitar “algo de hierro” a lo ocurrido. “Al final las obras están protegidas y no han sido dañadas. Además, los activistas han dejado claro que su intención no era dañar las obras, sino alertar sobre la crisis climática”, opina.

“Acciones desesperadas”

Por otro lado, cree improbable que esta dinámica alcance museos vizcainos. “Si sucediese en el Guggenheim o en el Bellas Artes me mostraría igual de escéptico que con lo ocurrido en Inglaterra o Alemania”, dice. Representantes de la delegación vizcaina de Extinction Rebellion, una agrupación internacional que aboga por la desobediencia civil no violenta, coinciden con Plazaola.

Consideran que “es importante aclarar” que los cristales han impedido daños en las obras. Creen que la protesta que forma parte de una “campaña de acciones desesperadas”. “La comunidad científica ya no sabe cómo decirle a la gente lo grave que es esta situación”, afirman. Y es precisamente ahí, en la emergencia climática, donde este grupo quiere poner el foco del debate. “Al contrario que los cuadros, no tenemos un cristal que nos proteja de la catástrofe climática”, sentencian.