Fue muy importante en la historia de Bizkaia; sin el tren de La Robla, este territorio no sería lo que es hoy en día”. Todavía hoy la vía estrecha más larga de Europa, con sus 330 kilómetros de longitud, varios empresarios vizcainos lo construyeron a finales del siglo XIX para evitar la dependencia del carbón inglés; en lugar de traerlo desde el Reino Unido, vieron una oportunidad de negocio en las cuencas hulleras de León y Palencia. Aquella bilbainada jugó un papel fundamental en el desarrollo industrial de la ría y de todo el territorio, y generó un incesante ir y venir de viajeros que desencadenó en unos lazos entre territorios que perduran todavía hoy en día. Javier José García, vicepresidente de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Bilbao, todavía recuerda con cariño los viajes que realizaba, sobre todo en verano, en el tren de La Robla. Era apenas un niño cuando, a mediados de los años 70, tomaba el ferrocarril que enlazaba la estación de Lutxana con León, donde vivía parte de su familia. A mitad de camino, cuenta, el tren se detenía y los viajeros compartían las viandas que llevaban para el viaje.

El Gobierno vasco proyecta habilitar un museo en la estación de Lutxana, en Barakaldo, parada término del tren de La Robla, un museo que permita conocer la historia de este trazado ferroviario, dentro del proyecto para poner en valor el patrimonio industrial y de la ría. El centro de interpretación reunirá elementos históricos como máquinas de vapor y se reformará con un diseño que replicará la estética de principios del siglo pasado.

El origen del tren de La Robla se remonta a 1894, cuando varios empresarios vizcainos vieron “una oportunidad de negocio” en las minas de carbón de Palencia y León, “y que entonces estaban mal comunicadas. Invirtieron en traer un carbón mucho más económico que el inglés que se fletaba en barcos”, explica Javier José García. Fue una auténtica bilbainada, un órdago a lo grande: construir un trazado de más de 330 kilómetros de longitud, todavía hoy el más largo de vía estrecha de Europa, a través de una complicada orografía. “Muchos pensaron que era un farol; no creían que se fuera a hacer porque necesitaba una inversión muy grande”, asegura el vicepresidente de la Asociación. En un principio el trazado solo discurría entre La Robla y Balmaseda; hasta los años 20 no llegó hasta León y a Lutxana lo hizo a principios de siglo, ya que al principio utilizaba la misma vía que el tren a Santander. “Se ve que no llegaron a un acuerdo económico, echaron cuentas y decidieron que les salía más económico hacer su propio trazado por el otro lado del Kadagua”. Hasta esa estación de Lutxana llegaba todo el carbón de las cuencas palentinas y leonesas, sobre todo a Altos Hornos de Vizcaya, el principal consumidor. También arena de Arija, que actualmente sigue llegando por carretera. 

El poso del ferrocarril fue más allá del puramente económico. Según explica García, creó un flujo de personas cuyos lazos perduran hoy en día. “Mucha gente, todavía hoy en día, está relacionado por lazos familiares y antepasados a esas zonas de Arija, Espinosa... Mi padre, por ejemplo, es de Cisterna y mi madre, de Cantabria”, destaca. La línea tuvo tráfico tanto de mercancías como de pasajeros, así como el famoso correo de La Robla, que salía de Lutxana a las 8.00 horas y llegaba doce horas después a León. “Además de disfrutar de un montón de paisajes preciosos, había una convivencia muy bonita en el tren. Yo recuerdo haber ido cuando era pequeño, mediados de los 70, con mi familia. En Mataporquera todos los viajeros sacaban las viandas, que compartías con el resto y hablabas con otras personas; había una fonda y los trabajadores venían al andén vendiendo comida si alguien no había llevado... En Espinosa había una señora que vendía caramelos, pequeños juguetes... Hacía una especie de bingo con viajeros con las cartas de la baraja. Ella vendía los diferentes palos, como si fueran cartones, y luego alguien de entre los que viajábamos sacaba de una baraja una carta y el que tenía ese palo, ganaba el premio”, relata.

En esa línea fue una pieza clave la estación de Lutxana, con un trasiego incesante de mercancías. “Llegaban varios trenes al día con toneladas de carbón; era una zona con mucha industria y viviendas”, ilustra García. “Había grúas puente, una de las cuales todavía existe hoy en día y convendría preservar para que nos hiciésemos idea de la importancia que tuvo esa estación”. Especialmente imponentes eran sus locomotoras, obligadas, por el difícil trazado, al ser de una gran potencia. “Las hubo de todo tipo y nacionalidades: belgas, inglesas, americanas... Muchas veces se acudían a locomotoras de segunda mano, como las Skoda checas, que eran impresionantes; las Garratt, diseñadas en Alemania pero construidas en Euskalduna... Hubo un parque impresionante de locomotoras del que, desgraciadamente, no se ha conservado más que una que participó en la construcción de la vía y que se conserva en Sabero (León)”, relata.

Javier José hace hincapié en ese papel fundamental que jugó La Robla en el desarrollo de toda la industria alrededor de la ría. “Si hubiéramos dependido de todo el carbón que llegaba de Gran Bretaña, el poderío que tuvo Bizkaia quizá no habría sido tan fuerte. Por todo ello, la iniciativa para construir un museo en la estación de Lutxana ha sido recibida con expectación por la asociación. “Esperemos que no se quede en un proyecto; es una idea muy buena que ojalá veamos ponerse en marcha”, confía García. “Siempre hemos apostado por que en Bizkaia haya un museo del ferrocarril. Este territorio lo merece; es lo que es gracias a las minas, los barcos y los trenes. Los dos primeros ya existen”.

En la asociación, asegura, atesoran pequeñas y grandes joyas que podrían usarse para ilustrar esa parte fundamental de la historia, como un tren de vía estrecha que, “aunque es de la línea Vasco-Navarra no deja de ser un tren histórico de vapor” de 1887, los coches de viajeros, y 1892, o planes de muchos de las locomotoras de La Robla, sin olvidar un buen número de objetos originales como de faroles, señales...